?A¨²n son necesarios los partidos?
Los partidos deben seguir ejerciendo su funci¨®n de intermediaci¨®n, pero para ello est¨¢n obligados a cambiar
En la reciente votaci¨®n en el Parlament sobre la proposici¨®n de ley que permita celebrar la consulta, han surgido todo tipo de comentarios sobre los partidos pol¨ªticos y su adecuaci¨®n a los nuevos tiempos. Para algunos, la ruptura de la disciplina de voto de los tres diputados del PSC es un s¨ªntoma de buena salud democr¨¢tica. Para otros (a veces los mismos), la abstenci¨®n de los tres diputados de la CUP muestra la poca fiabilidad de una formaci¨®n marcada por su asamblearismo, por su poca disciplina interna. Parece contradictorio, y lo es. Pero, forma parte de la ¨¦poca en la que estamos. En toda Europa los partidos pol¨ªticos atraviesan un momento complicado. No es necesario recordar que en una democracia de masas, en la que formalmente todos tenemos derecho a decidir qui¨¦nes nos representan y qui¨¦nes, por tanto, deciden por nosotros, los partidos fueron evolucionando. Y as¨ª, de ser agrupaciones de notables que canalizaban el voto y los intereses de los pocos que votaban, se convirtieron en m¨¢quinas electorales capaces de encuadrar y organizar grandes colectivos. Pero, a medida que la sociedad se va fragmentando y diversificando, y a medida que cada qui¨¦n viaja por la vida de manera m¨¢s incierta y m¨¢s aparentemente aut¨®noma, las estructuras tradicionales de partido se han ido convirtiendo en m¨¢s obsoletas, perdiendo funcionalidad y calidad representativa.
La actividad pol¨ªtica va rompiendo fronteras, y diversifica espacios y protagonismo. Y eso es sin duda positivo. Vivimos en tiempos de producci¨®n compartida, de conocimiento compartido, pero simult¨¢neamente padecemos la desposesi¨®n de recursos y capacidades que cre¨ªamos conquistadas de manera definitiva. Los partidos, las instituciones, van siendo vistas m¨¢s como parte del problema que como parte de la soluci¨®n.
Pero, al mismo tiempo seguimos necesitando de partidos e instituciones para conseguir que lo que queramos y logremos modificar de manera positiva en la realidad adquiera condiciones de legalidad. Es decir, necesitamos que opiniones, tendencias e iniciativas sociales, acaben convirti¨¦ndose en cambios en las normas, modifiquen la realidad. En otros pa¨ªses, la fuerza de los movimientos sociales, de las agrupaciones y entidades, consiguen canalizar e intermediar. Aqu¨ª solo la PAH o la ANC, con sus evidentes diferencias, han conseguido ¨²ltimamente convertirse en interlocutores y canalizadores significativos de valores, propuestas e iniciativas. Y sin duda, su credibilidad es alta porque se las ve con menos ataduras institucionales y expresan una mayor radicalidad democr¨¢tica. Los partidos tratan de acercarse y seguir su estela, ya que precisamente est¨¢n mermados de esos recursos. La CUP, quiere combinar, no sin dificultades, incidencia, resistencia y disidencia, y en esa tensi¨®n lo que gana en un espacio puede perderlo en otro. La nueva pol¨ªtica se juega en esos espacios.
Los partidos m¨¢s tradicionales y convencionales, sabedores de sus rigideces, se refugian en la institucionalidad. El portavoz del PSC, Maurici Lucena, manifestaba: ¡°No hay nada m¨¢s sagrado que la decisi¨®n colectiva de un colectivo del que formo parte. Y si no me gusta dejo de formar¡±. El colectivo de militantes del PSC que ha apoyado a los tres diputados d¨ªscolos dec¨ªa en su manifiesto: ¡°El socialismo catal¨¢n¡ creemos que solo puede estar al lado de la opini¨®n central y mayoritaria del pueblo de Catalu?a¡±. Unos insisten en que fuera del partido todo es oscuridad. Los otros afirman que la luz exterior apenas s¨ª penetra en el interior.
El PSC de Barcelona promueve primarias e innova en su estructura, abriendo su organizaci¨®n e invirtiendo en transparencia. Sabe que se juega su futuro en una ciudad que gobern¨® largo tiempo. Su transformaci¨®n es la condici¨®n de su recuperaci¨®n. Pero la votaci¨®n en el Parlament le hace perder credibilidad. Si los diputados que elegimos (en listas cerradas) pueden decidir por s¨ª mismos (como legalmente pueden), quiz¨¢s ser¨ªa mejor que los eligi¨¦ramos por ser qui¨¦nes son y no por estar en una lista hecha en clave de organizaci¨®n.
Seguimos necesitando espacios y mecanismos de intermediaci¨®n. ?Partidos? Les podemos no llamar as¨ª, pero esos nuevos sujetos pol¨ªticos han de contribuir a tomar decisiones colectivas e impulsar las transformaciones sociales que necesitamos. Y ello no se har¨¢ blind¨¢ndose unos en las instituciones y tomando la calle otros. M¨¢s fluidez y m¨¢s conexi¨®n. Sin tanta divisi¨®n de funciones. Muchos de los males que padecemos vienen precisamente de esa especializaci¨®n funcional, en la que, al final, los que se sientan en Parlamentos y Gobiernos se sienten protagonistas cuando en realidad son servidores. Servidores no de la direcci¨®n de su partido, sino de quienes les han elegido y a quienes dicen representar.
Joan Subirats es catedr¨¢tico de Ciencia Pol¨ªtica e investigador del IGOP de la UAB.
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