Del poderoso como v¨ªctima
En sus viajes, Mas ha intentado comparar el soberanismo catal¨¢n con grupos oprimidos buscando la simpat¨ªa que inspira el perdedor
Alrededor de la cuesti¨®n de las v¨ªctimas se ha escrito mucho, y no siempre clarificador. Para empezar, hay alrededor de la noci¨®n algunas confusiones notables. La primera tiene que ver con la definici¨®n en cuanto tal que, aunque en teor¨ªa se limita a designar a la persona que padece un da?o (pudiendo ser este debido tanto a la culpa ajena como a una causa fortuita), en la pr¨¢ctica ha terminado por quedar identificada con v¨ªctima inocente, esto es, con alguien que ha sufrido un da?o injusto, a cuyo padecimiento no habr¨ªa contribuido en lo m¨¢s m¨ªnimo. Lo malo de esta identificaci¨®n es que propicia una solidaridad intuitiva, poco elaborada, a partir de la cual algunos deducen juicios del todo insostenibles como el de que la v¨ªctima es la persona m¨¢s adecuada para juzgar lo ocurrido o quien mejor puede aquilatar la justicia de un castigo.
La segunda confusi¨®n, a mi juicio de mayor trascendencia, es la que identifica v¨ªctima con vencido. La identificaci¨®n suele funcionar sobre la base de una cierta simpat¨ªa previa que tiende a despertar en nosotros esta ¨²ltima figura, sobre todo en contraposici¨®n a la del vencedor. En realidad, dicha simpat¨ªa opera sobre la base ¡ªpr¨¢cticamente nunca explicitada¡ª de dar por descontado que el vencido comparte con la v¨ªctima la condici¨®n de inocente. A partir de ah¨ª, nada tiene de extra?o que en nuestra cultura el vencido, el derrotado, el loser, haya generado a su alrededor toda una est¨¦tica que, sobre todo al confrontarse con la obscenidad (hortera por lo general) del vencedor, ha terminado por resultar parad¨®jicamente mayoritaria.
El problema de tanta simpat¨ªa es que termina por descuidar un matiz fundamental, y es que el vencido ha alcanzado tal condici¨®n en un combate o, si se prefiere, es alguien que ha sido derrotado en la defensa de una causa, sin que quepa una valoraci¨®n positiva de su figura que desatienda la causa que defend¨ªa. ?O es que alguien en su sano juicio sentir¨ªa simpat¨ªa por quienes hubieran cometido las mayores atrocidades por el solo hecho de que hubieran resultado finalmente derrotados por un poder m¨¢s fuerte? A estas dos confusiones podr¨ªamos a?adirle una tercera, la que, extrapolando un da?o o una derrota, convierte a quienes los puedan haber sufrido en v¨ªctimas o vencidos de una sola pieza. Rep¨¢rese en el matiz, absolutamente fundamental: no se les considera seres que han padecido un da?o y, por ello, expresan una queja m¨¢s o menos leg¨ªtima, sino seres definidos por su condici¨®n de v¨ªctimas, cuyo discurso solo puede ser, por definici¨®n, el del victimismo.
Pues bien, es la suma de las tres confusiones la que explica la reivindicaci¨®n, tan a la orden del d¨ªa, del lugar de la v¨ªctima como el lugar m¨¢s codiciado desde el punto de vista pol¨ªtico, en la medida en que coloca a quien lo ocupa en la posici¨®n de aquel que tiene derecho a reclamar o, a la inversa, de aquel a quien todo le es debido. Con otras palabras, en el lugar del inocente universal.
Es la suma de las tres confusiones la que explica la reivindicaci¨®n, tan a la orden del d¨ªa, del lugar de la v¨ªctima como el lugar m¨¢s codiciado desde el punto de vista pol¨ªtico
Lo anterior permite empezar a entender las principales razones por las que Artur Mas ha intentado en sus diversos viajes al extranjero establecer paralelismos entre su proyecto soberanista y el de los afroamericanos defensores de los derechos civiles en los USA de los a?os 60, el del pueblo jud¨ªo que reivindicaba su Estado propio, el de los pacifistas indios seguidores de Gandhi o, en fin, el de Nelson Mandela en su lucha anti apartheid. Con independencia de que los paralelismos resulten ciertamente extravagantes, se comprende el inter¨¦s del president en alejarse al m¨¢ximo del lugar del verdugo/vencedor ¡ªlugar indeseable por antonomasia¡ª en el que a veces se empe?an en situarle alguno de sus adversarios pol¨ªticos m¨¢s feroces, sobre todo cuando se empe?an en calificarlo de nazi.
Ahora bien, no ser un nazi (ni poder ser asimilado a variante alguna de verdugo) no concede autom¨¢ticamente la condici¨®n de v¨ªctima. La pretensi¨®n de Mas de ubicarse ah¨ª, en el lugar del inocente absoluto, o la de que las diferencias que el Govern que ¨¦l encabeza pueda mantener con el Gobierno central le vayan a convertir en un resistente, no dejan de constituir desafortunadas concesiones a la demagogia (am¨¦n de atentados a la m¨¢s elemental l¨®gica), que no sirven m¨¢s que para proporcionar f¨¢cil munici¨®n argumentativa a los adversarios pol¨ªticos.
Con lo que llegamos a la raz¨®n m¨¢s importante que explica el empe?o de Mas en aparecer asociado a las v¨ªctimas de la historia, y que parece tener que ver con ese t¨®pico (que, paradojas de la vida, tanto suele gustar a los tertulianos de la caverna medi¨¢tica) seg¨²n el cual ¡°las v¨ªctimas siempre tienen raz¨®n¡±. El sofisma del que dicho t¨®pico parece extraer su apariencia de verdad podr¨ªa formularse en t¨¦rminos de pregunta: ?qui¨¦n tendr¨ªa la crueldad a?adida de reclamarle a una v¨ªctima inocente que ha sufrido da?o sin motivo justificado alguno (fuera del fanatismo, la codicia o la ambici¨®n de poder de sus verdugos) que, encima, argumentara de manera convincente su queja? La v¨ªctima es aquel al que por definici¨®n nadie osar¨ªa pedir cuentas. La fantas¨ªa de todo gobernante, en definitiva.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la UB y autor del libro Una comunidad esnsimismada
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