Este barco
"Era un tipo especial, alguien que estaba muy por encima de las expectativas que uno tiene de la gente que se dedica al servicio p¨²blico"
¡°Amigo, este barco se va de la orilla¡±. Pero en el otro lado, me dijo I?aki Azkuna el ¨²ltimo s¨¢bado, cuando llam¨® para despedirse, ¡°te invitar¨¦ a rape y seguiremos hablando de Pedrito¡±. Rape es lo que com¨ªamos en La Vi?a, donde llevaba tambi¨¦n a m¨²sicos, a pr¨ªncipes, a actrices y a reyes, donde recog¨ªa a veces la comida del solitario. Y Pedrito era el futbolista del Bar?a que m¨¢s le entusiasmaba, por su pundonor, por su servicio al equipo.
¡°Ya no se puede m¨¢s, yo s¨¦ que ya no se puede m¨¢s, y me despido¡±. Era un hombre religioso, cre¨ªa en Dios y en los hombres, por igual, y en su pueblo. Sin beater¨ªa: cre¨ªa en su pueblo sin beater¨ªa, con la frescura de los hombres nobles, capaces de creer que los otros tambi¨¦n son capaces de la misma nobleza, y de iguales equivocaciones.
La ¨²ltima vez que lo vi, ante un plato de rape, precisamente, ya miraba como si tuviera delante un futuro que no lo ten¨ªa en este mundo, y su conversaci¨®n era m¨¢s honda que nunca, menos pol¨ªtica, m¨¢s abierta al futuro de los otros. Ojal¨¢ era una palabra que adquir¨ªa entre sus verbos la frescura de su car¨¢cter: ojal¨¢ el futuro no nos traiga los vendavales del pasado. Y que no se pasen con sus certezas los que ahora s¨®lo tienen certezas. Se hab¨ªa acendrado en ¨¦l un car¨¢cter que abrazaba las ideas ajenas si serv¨ªan para las suyas, y era capaz de dejar ¨¦stas a un lado si encontraba que en lugar de juntar her¨ªan.
En su adi¨®s me dijo que el barco se separaba
Un amigo suyo, Miguel Gallastegui, que fue pelotari a quien ¨¦l vio ganar a dos cuando era un chiquillo, le mand¨® un telegrama cuando gan¨® todo lo que hab¨ªa que ganar en las elecciones bilba¨ªnas. Le escribi¨® Gallastegui: ¡°Me viste ganar a dos cuando ten¨ªas 13 a?os. Yo ahora tengo 93 y te he visto ganarles a todos¡±. A ¨¦l le hac¨ªa gracia esa an¨¦cdota, un adolescente viendo ganar a Gallastegui, y el pelotari ochenta a?os m¨¢s tarde siendo, como el Rey, como los pr¨ªncipes, como los vizca¨ªnos y como los de Bilbao, los que lo felicitaban en la casa, en la alcald¨ªa, en la calle.
En los ¨²ltimos tiempos, cuando ya la enfermedad lo ten¨ªa en un hilo, y ¨¦l mismo era un filamento de lo que fue, se mezclaba entre los periodistas que segu¨ªan los plenos; en la calle era un paseante m¨¢s, que iba revisando obras como los vecinos ociosos, y luego llegaba a la alcald¨ªa a avergonzar a los que ten¨ªan que cumplir con sus servicios.
Esta vez que me llam¨® para despedirse estaba con su amigo Andoni Aldekoa, fiel hasta en los instantes en que ya la respiraci¨®n se hizo ¨²ltimo suspiro; Andoni era uno de los muchos amigos del ayuntamiento y de la calle, en ¨¦l y en otros residenciaba el rasgo m¨¢s radical de su car¨¢cter: Azkuna no dec¨ªa que era amigo, no mostraba ninguna de las alharacas que los espa?oles (y los vascos) usamos para que el otro establezca en virtud de los golpes en la espalda el valor de su amistad.
¡°Ya no se puede m¨¢s, yo s¨¦ que ya no se puede m¨¢s, y me despido¡±
En el silencio y en las palabras muy medidas, en la indicaci¨®n de cabeza, en su acuerdo y en su mirada, por encima de las gafas n¨ªtidas, Azkuna siempre ten¨ªa algo que decir sin decir nada. Esa misma despedida telef¨®nica, como las que debi¨® hacer, como las que hizo por escrito, como las que quiso hacer seguramente, no eran el testimonio de un hombre preocupado por lo que iban a decir los dem¨¢s. ?l iba derecho, su ausencia de afectaci¨®n era una bendici¨®n de su estilo.
Su amistad, su sentido de la amistad, era de una ley especial. ?l era un tipo especial, alguien que estaba muy por encima de las expectativas que uno tiene de la gente que se dedica al servicio p¨²blico, muy por encima. Era, si esto se puede decir sin que tenga otra intenci¨®n que la descriptiva, un verdadero republicano, preocupado por su pueblo hasta en los menores detalles. Y, por tanto, preocupado por la gente, persona a persona. Apasionadamente, silenciosamente, y con un sentido del humor que no exclu¨ªa la bronca.
Le pregunt¨¦ un d¨ªa, para una conversaci¨®n que public¨® EL PA?S Semanal, qu¨¦ le ayudaba a tener la fortaleza que le llev¨® a sobrellevar la perdida de su mujer y su propia lucha por la salud, contra el c¨¢ncer. Contest¨® lo que quiso. ¡°Mi mujer¡ Todo lo que hemos discutido, y el poco caso que le hice¡ Sin embargo, ahora siento c¨®mo me ha querido, cu¨¢nto me ha ayudado y qu¨¦ s¨®lo me he quedado, porque al fin te quedas solo. Los hijos empiezan su vida, es normal, con mi hijo pasa, es normal, ya no pueden cuidar todo el d¨ªa de los cacharros viejos. En la soledad es cuando te das cuenta de lo que ha sido una compa?era. Te dices que tienes que superarlo porque hay que seguir viviendo, pero son trances muy duros¡±. Dijiste un d¨ªa que eras como del S¨¦ptimo de Caballer¨ªa, que siempre hay que acabar las cosas que empiezas, le dije. ¡°Y con las botas puestas adem¨¢s. Eso es de los jesuitas¡±.
Creo que su servicio a Bilbao? se rigi¨® por su idea de la amistad
Con sus amigos, me dijo, ¡°llenar¨ªa dos manos¡±. De un amigo necesitaba ¡°generosidad rec¨ªproca; un amigo tiene que ser un hombre generoso; ir a tomar potes est¨¢ tirado, el problema es cuando necesitas a un amigo. Yo lo he necesitado cuando he estado mal, para ingresar en el hospital. Y no he llamado a la ambulancia, he llamado a un amigo¡ Y yo a un amigo le ofrezco generosidad; esto es la amistad¡±. Repasando esas notas lo he o¨ªdo hablar; en ¨¦l no hab¨ªa nunca afectaci¨®n ni demagogia; creo que su servicio a Bilbao (y a la vida, desde que era un hippy en Par¨ªs, hasta el ¨²ltimo instante) se ha regido por su idea de la amistad, dio porque le daban, y aunque no le dieran, y quiso dar siempre.
En su despedida me dijo que el barco ya se iba separando de la orilla. Lo que pasa es que ese barco dejaba atr¨¢s un gent¨ªo, una inmensa cantidad de sentimientos que ¨¦l gener¨® a veces con un solo gesto, con una palabra, con su humor o con su silencio. Un hombre muy especial de cuyo paso por la tierra debemos dar el testimonio de nuestra admiraci¨®n verdadera. Se ha ido, amigos, alguien fuera de serie.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.