Un fantasma recorre Europa
Lo que se denuncia es un sistema que presenta como natural una pauta en la que la competencia ego¨ªsta se impone a todo
Ya no es el fantasma que ¡ªseg¨²n el c¨¦lebre Manifiesto¡ª combat¨ªan conjuntamente el Papa, el Zar, Metternich y Guizot. El fantasma es ahora un denostado populismo que inquieta a los poderes establecidos de la Europa de Bruselas. O, mejor, de Frankfurt y Londres. A efectos dial¨¦cticos, se agrupan en un totum revolutum diversos movimientos que comparten la impugnaci¨®n del orden pol¨ªtico y econ¨®mico dominante. Porque se extiende la conciencia de que ni las decisiones econ¨®micas de un liberalismo maquillado, ni los recortes en derechos sociales camuflados como reformas restaurar¨¢n los equilibrios anteriores a la Gran Recesi¨®n. Aquella conciencia activada en forma de movilizaciones sociales ¡ªmareas, plataformas, partidos-protesta, colectivos, procesos constituyentes¡ª suscita ahora cierto desasosiego entre quienes intentan parchear el desaguisado que ellos mismos perpetraron o toleraron.
Lanzar la descalificaci¨®n de populista sobre tales movilizaciones es una estratagema defensiva por parte de los detentadores del poder econ¨®mico y pol¨ªtico. Por ello conviene se?alar que entre aquellas movilizaciones existen importantes diferencias de sustancia y de acento. No todos los presuntos populistas entienden que la salida de la crisis consista en apuntar a la inmigraci¨®n for¨¢nea como causa principal del desempleo, de la inseguridad o del desgaste de los servicios sociales del Estado del Bienestar. Ni tampoco comparten todos la idea de que atrincherarse tras las fronteras del estado-naci¨®n constituya un buen remedio. Tampoco entienden que el desastre pueda ser aliviado mediante la inspiraci¨®n de liderazgos personales que exijan una confianza incondicional y sin reglas. A diferencia de estas recetas simplistas, hay quienes sostienen que la ra¨ªz del problema no est¨¢ ni en la inmigraci¨®n, ni en la interdependencia entre sociedades. Y que la soluci¨®n no vendr¨¢ de nuevos caudillajes, aunque sean ahora de factura medi¨¢tica.
Lo que se denuncia es un sistema que presenta como natural una prefabricada pauta de relaciones socioecon¨®micas en la que la competencia ego¨ªsta se impone a todos como inexorable ley de vida: en lo pol¨ªtico y en lo econ¨®mico. Incluso lo que parecer¨ªa conducta altruista no ser¨ªa sino la manifestaci¨®n de un ego¨ªsmo refinado a la caza de satisfacciones m¨¢s sutiles que un provecho material e inmediato. A partir de aqu¨ª, apenas hay l¨ªmites para la ambici¨®n por apropiarse de la riqueza, del poder o del prestigio. Desigualdades de todo tipo se convierten en efecto natural de esta lucha selv¨¢tica. Incluso son apreciadas como est¨ªmulo para intensificar aquella din¨¢mica competitiva. Pasan a segundo plano, por tanto, sus efectos devastadores, agravados por las pol¨ªticas emprendidas como reacci¨®n a la Gran Recesi¨®n.
Sobre tales efectos tenemos datos concluyentes de fuentes muy solventes. Se multiplica la desigualdad entre rentas del capital y rentas salariales. Aumenta la desigualdad entre patrimonios con estancamiento de la movilidad social. Se ensancha la gran brecha entre asalariados: entre los denominados milloneuristas y los sub-mileuristas. Se incrementa el porcentaje de trabajadores temporales (por horas, por d¨ªas, por semanas), convertidos en nuevos jornaleros, al estilo de los que padec¨ªan la arbitrariedad de los caciques del latifundismo tradicional. Sube el n¨²mero de parados sin subsidio. Emigran j¨®venes con elevada calificaci¨®n. Aumenta la pobreza. No solo entre los desocupados, sino incluso entre trabajadores con retribuciones miserables, sujetas a la perversamente denominada ¡°moderaci¨®n salarial¡±. Se extiende la pobreza infantil, con repercusiones negativas sobre el rendimiento escolar y el futuro laboral de sus v¨ªctimas.
Cambio tecnol¨®gico, interdependencia global y sobreexplotaci¨®n del medio obligan ahora a replantear las premisas de un sistema cuyos gestores se resisten a revisar
No se trata de fen¨®menos pasajeros. Son tendencias persistentes. Algunas anteceden a la crisis porque acompa?an a la hegemon¨ªa de un capitalismo financiero que rompi¨® un armisticio entre econom¨ªa liberal y democracia social, trabajosamente concertado en Europa despu¨¦s de la Segunda Guerra Mundial. Bajo la amenaza ¡ªdicho sea de paso¡ª de la alternativa sovi¨¦tica. Los resultados de aquella ruptura de hostilidades est¨¢n a la vista.
Cambio tecnol¨®gico, interdependencia global y sobreexplotaci¨®n del medio obligan ahora a replantear las premisas de un sistema cuyos gestores se resisten a revisar. Se limitan a reparaciones de emergencia. Unas reparaciones que no parecen bastante efectivas, ni con sus recetas austericidas, ni con la moderaci¨®n de los excesos de los llamados sado-monetaristas.
La revisi¨®n reclama una rectificaci¨®n cultural. O ideol¨®gica, si se prefiere. Es la revisi¨®n que deber¨ªa sustituir la cultura de la competitividad a ultranza por la de la solidaridad y la cooperaci¨®n, inspirando nuevas pol¨ªticas. Por ejemplo, la redistribuci¨®n de las rentas incorporando decididamente una renta ciudadana universal. O el reparto equitativo del trabajo, no solo por razones econ¨®micas, sino por exigencias de desarrollo personal y social. Con un reparto del empleo democr¨¢ticamente acordado en funci¨®n de criterios de inter¨¦s com¨²n y no mediante la distribuci¨®n salvaje que ahora soportamos.
Que esta revisi¨®n de fondo ha arrancado lo revelan los intentos de desacreditarla. Costar¨¢ hacerlo porque viene sustentada en argumentos y datos suministrados no solo por ben¨¦volos reformadores sociales, sino por expertos economistas, algunos de ellos galardonados con premios Nobel y otras distinciones acad¨¦micas. Como es sabido, todo cambio de hegemon¨ªa cultural es lento porque choca con enormes resistencias. Lo importante es que el proceso parece estar en marcha.
Josep M. Vall¨¨s es profesor em¨¦rito de Ciencia Pol¨ªtica (UAB)
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