Una sonrisa que sabe de felicidad
Un aforismo de Nietzsche sostiene: ¡°La felicidad es para las vacas y los ingleses¡±
La otra noche zapeando ante la tele ca¨ª en una tertulia, en la que un tertuliano, acalorado y harto de que otro tertuliano le contradijese, le pregunta: ¡°Per¨°, escolta, per qu¨¨ no vols que els catalans siguem feli?os?¡± Apenas escuch¨¦ la r¨¦plica:¡°Escolta, qui ho diu que jo no vull¡?¡± etc. Me sorprend¨ª tarareando la canci¨®n de Al Bano Felicita: Senti nell'aria c'e gia/?la nostra canzone d'amore che va/?come un pensiero che sa di felicita¡/?senti nell'aria c'e gia/?un raggio di sole piu caldo che va/?come un sorriso che sa di felicita. ?¡±Ya est¨¢ en el aire nuestra canci¨®n de amor que circula como un pensamiento que sabe de felicidad¡±! ?Y cu¨¢ndo sent¨ª tambi¨¦n yo ¡°un rayo de sol m¨¢s c¨¢lido, como una sonrisa que sabe de felicidad¡±. D¨ªas atr¨¢s, en la Ronda de Sant Antoni.
La Cursa o marat¨®n ciudadana, ejemplo de civismo, de festividad, de salud f¨ªsica y de empat¨ªa, organizada no s¨¦ si por El Corte Ingl¨¦s, por el Ayuntamiento de Barcelona o por qu¨¦ otra instituci¨®n, pas¨® delante de mis narices y fue una revelaci¨®n inesperada. La Guardia Urbana hab¨ªa cortado el tr¨¢fico para que los participantes corriesen sin obst¨¢culos, y, detenidos en la acera, nosotros mir¨¢bamos pasar la incesante sucesi¨®n de oleadas de esforzados atletas ¡ªrostros y cuerpos, todos parecidos y cada uno particular¡ª. ?Hac¨ªa un calor! Me pareci¨® un espect¨¢culo impresionante: hombres y mujeres, vestidos con camiseta y pantal¨®n corto, en cada camiseta un n¨²mero identificador, trotaban, esforzados, sudorosos, la boca torcida por un rictus de cansancio o de sufrimiento, la piel roja o p¨¢lida, con ronchas, o macilenta, pues a¨²n no ha llegado la temporada de tenderse al sol y broncearse. Pas¨® una joven peque?ita, con curvas de ¨ªdolo, excepci¨®n prodigiosa que confirmaba la regla general de la carne humana en camiseta numerada. V¨¢lgame Dios. Alguno hab¨ªa que corr¨ªa con su perro, enredando la correa en todas las vallas y obst¨¢culos, el otro con su hijo ¡ª¡±?Iv¨¢n! ?Vamos, Iv¨¢n!¡±¡ª, el otro siguiendo su propio vientre que se bamboleaba como una barrica suelta en el puente de una nave sacudida por el oleaje, y hasta pas¨® uno empujando la silla de ruedas de un amigo o pariente que tambi¨¦n quer¨ªa participar. Eran 75.000. Interesante el hecho de que la empat¨ªa que les hab¨ªa reunido se limitaba a la circunstancia de estar juntos, pero m¨¢s all¨¢ de esa contig¨¹idad o simultaneidad de la experiencia cada uno trota, como es natural, sumido en su propio esfuerzo y en la preservaci¨®n o ahorro de las propias energ¨ªas, y tomando en consideraci¨®n al otro solo como obst¨¢culo a evitar, con el que no tropezar si va m¨¢s r¨¢pido, ni arrollarle si va m¨¢s lento.
En general todo el asunto me parece ¡ªsi usted, estimado lector, era uno de esos 75.000, no se lo tome como algo personal; pero si se lo toma as¨ª, piense que yo, por lo menos, ?le estuve mirando!¡ª desmoralizador.
Ahora zapeando ante el televisor comprend¨ª cu¨¢l era el sentido de aquella Cursa m¨¢s all¨¢ de la liberaci¨®n de endorfinas y de la satisfacci¨®n personal de cruzar una meta, por qu¨¦ cuando la autoridad les convocan, 75.000 ciudadanos voluntariamente se ponen a correr por la calle bajo un sol de justicia, o tres millones acuden al F¨°rum de les Cultures que se propuso cambiar el mundo. ?Corren detr¨¢s del ideal, de esa felicidad a la vez particular y colectiva que el tertuliano de la tele reclamaba para los catalanes y a la que seg¨²n los fundadores de los Estados Unidos todos tenemos derecho! ¡°Consideramos que estas verdades son evidentes, que todos los hombres han sido creados iguales y dotados por su Creador con ciertos derechos inalienables, y que entre ¨¦stos est¨¢n la Vida, la Libertad y la busca de la Felicidad¡¡±
Las religiones la prometen en la otra vida, los reg¨ªmenes la prometen para el futuro inmediato. Stalin la tocaba ya con la punta de los dedos: ¡°Ahora la vida se ha vuelto m¨¢s amable, camaradas, ahora la gente es m¨¢s feliz¡±. En la fachada de los almacenes GUM de Mosc¨² se colg¨® en 1936 un gran cartel que declaraba: ¡°La vida se ha tornado m¨¢s amable¡±. El Rey Sime¨®n regres¨® a su pa¨ªs desde el exilio, y a los b¨²lgaros desenga?ados del comunismo y los primeros diez a?os de capitalismo les prometi¨®: ¡°En 800 d¨ªas cambiar¨¢ vuestra vida¡±. Arras¨® en las elecciones, pero ahora ya est¨¢ fuera de la pol¨ªtica. En Turkmenist¨¢n la propaganda promet¨ªa en 1995 ¡°Prosperidad en diez a?os¡±.
Son los landemains qui chantent, la prometida Edad de Oro. En cuanto oyes hablar de estas cosas, hay que buscar el refugio subterr¨¢neo. A finales del siglo XIX un aforismo de Nietzsche declara que ¡°la felicidad es para las vacas y los ingleses¡±; lo de las vacas se entiende en seguida, lo de los ingleses se refiere a la vida burguesa, aquiescente, que a aquel pen¨²ltimo rom¨¢ntico le parec¨ªa un proyecto despreciable.
Y al cabo de un siglo de tenebrosas promesas de felicidad Zizek pregunta ¡°?Para qu¨¦ ser felices pudiendo ser interesantes?¡± Confirmando, por si hiciera falta, que el siglo ha pasado en balde y hemos vuelto a la casilla de salida.
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