Errores Republicanos
Mas all¨¢ de la inoportunidad los demandantes de una salida republicana estamos cometiendo cuatro errores
A nadie deber¨ªa extra?arle que en el momento actual hayan proliferado las manifestaciones republicanas. A diferencia de otros pa¨ªses europeos, cuenten o no con una monarqu¨ªa, en Espa?a no existe algo crucial: no hay una sociedad mon¨¢rquica y, en consecuencia, no existe esa cuasiidentificaci¨®n entre la instituci¨®n y el Estado nacional que podemos ver en otras latitudes, incluyendo sociedades bastante m¨¢s democr¨¢ticas que la nuestra, como las escandinavas. Nuestra historia es diferente, la aceptaci¨®n de la instituci¨®n a fines de los setenta tuvo mucho de pragmatismo y no poco de juancarlismo y, pese a su buen rendimiento, los componentes irracionales que tanta fuerza dan a la instituci¨®n en otros pagos apenas si operan entre nosotros. Mon¨¢rquicos de verdad hay muy pocos, si bien de mon¨¢rquicos por utilidad o conveniencia andamos bien surtidos. La consecuencia es sencilla de extraer: en Espa?a la monarqu¨ªa es fr¨¢gil y por eso sucesos en el fondo menores o muy menores han afectado tanto a la instituci¨®n. Empero no conviene exagerar: de entre todas las instituciones de gobierno la Corona es la mejor valorada, aunque suspenda, como lo hacen todas, y la instituci¨®n supone un problema para menos del 1% de la poblaci¨®n (aproximadamente 0,4% en los ¨²ltimos baremos del CIS). Creer que la Monarqu¨ªa est¨¢ d¨¦bil ahora que pasa por un proceso de renovaci¨®n es un error ¨®ptico de primera clase.
La ausencia de un amplio y profundo sentimiento mon¨¢rquico tiene como env¨¦s la pervivencia de un amplio sector de opini¨®n de preferencia republicana. Un sector de la muy reducida derecha radical, una amplia mayor¨ªa de los ciudadanos de ubicaci¨®n izquierdista y una parte peque?a del electorado moderado tienen esa preferencia. En conjunto venimos a ser algo m¨¢s de un tercio de los ciudadanos, somos muchos, pero no somos suficientes. Las cosas son como son, y en un pa¨ªs en el que la Transici¨®n sigue siendo bien valorada pr¨¢cticamente por el mismo porcentaje que vot¨® la Ley para reforma pol¨ªtica (en torno a tres cuartos del electorado) no parece que el don de la oportunidad bendiga a quienes demandan aqu¨ª y ahora un refer¨¦ndum sobre la forma de la Jefatura del Estado. Con todo respeto, ya me pas¨® con la OTAN y a m¨ª no me gusta perder.
Mas all¨¢ de la inoportunidad los demandantes de una salida republicana estamos cometiendo cuando menos cuatro errores, a saber:
Primero. Estamos dando por supuesto que la ausencia de un amplio sentimiento mon¨¢rquico equivale a un vac¨ªo pol¨ªtico que puede llenar un sentimiento republicano minoritario. Y no, que los mon¨¢rquicos de convicci¨®n sean pocos no impide que los mon¨¢rquicos de utilidad sean muchos. Y, seamos realistas, faltos de buenos argumentos no est¨¢n.
Segundo. Nos estamos deslizando hacia un terreno pantanoso. Estamos cayendo en la tentaci¨®n de oponer mito a mito, sentimiento a sentimiento, magia a magia, y ese es un terreno que nos ser¨¢ necesariamente fatal: no podemos competir con el atractivo irracional de la Monarqu¨ªa. En el campo de los mitos y de los s¨ªmbolos pol¨ªticos la Monarqu¨ªa goza de una ventaja estructural: si de representar la unidad del cuerpo pol¨ªtico se trata la forma republicana, precisamente porque exige de elecci¨®n, mayor¨ªas y partidos, est¨¢ en desventaja. Y ninguna presidencia puede competir en glamour con su Majestad. Y eso pesa, vaya si pesa.
Tercero. Al recurrir al mundo de los deseos y sentimientos estamos dejando de lado el mundo de las razones y los argumentos, que es precisamente aquel en el que en el que la forma republicana tiene una posici¨®n m¨¢s favorable, y que lo es m¨¢s a¨²n en un contexto democr¨¢tico como el nuestro. Si queremos que nuestra preferencia triunfe debemos llevar el combate al campo en el que podamos ganar. Y ese no es otro que el de la raz¨®n y los argumentos.
Cuarto. La profusi¨®n de banderas tricolores como se?al de identidad. Estas tienen poco que ver con el meollo del asunto, a la postre ni la rep¨²blica federal del 73, ni la unitaria del 74, cambiaron el s¨ªmbolo nacional, porque lo era. Los hombres del 31 cometieron ese error y, guste o no, y m¨¢s all¨¢ de los sentimientos de cada cual, la tricolor es un emblema de partido, por no decir de fracci¨®n y, por ello, no est¨¢ en condiciones de competir por el t¨ªtulo de s¨ªmbolo unitario con la ense?a que hay. El PSOE y el PCE de 1977 lo vieron claro, y acertaron.
Todos esos errores confluyen en uno, que es responsabilidad de los partidos parlamentarios: la postulaci¨®n de una salida republicana tiene credibilidad cuando y en la medida en que quienes se dicen republicanos, tienen posiciones de poder y disponen de la herramientas necesarias para ello pueden poner en marcha los procedimientos para efectuar ese cambio lo hagan. Aqu¨ª y ahora basta con ERC e IU para activar los procedimientos, cosa que no han hecho y no est¨¢n haciendo. Y mientras quienes dicen que quieren y, adem¨¢s, pueden no hacen pasear tricolores por las calles no pasa de ser fuegos de artificio, disparos de fogueo.
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