Una riada de testosterona
El septuagenario gal¨¦s conserva una garganta tan prodigiosa que a ratos entran ganas de pedirle que cante peor
Plet¨®rico. Rutilante. Razonablemente seductor, ahora que ha pactado una convivencia arm¨®nica con las canas. Y, sobre todo, sobrado de facultades vocales hasta extremos abrumadores. Cualquiera firmar¨ªa unos 74 a?os tan luminosos como los de Tom Jones (¡°nac¨ª en 1940, ni yo mismo puedo creerlo¡±, anotar¨¢ a mitad de concierto), un caballero que cinco d¨¦cadas atr¨¢s parec¨ªa un carroza prematuro y hoy, treinta y tantos discos despu¨¦s, ejerce de madurito admirado por los artistas j¨®venes. L¨¢stima que los 101 euros de las entradas de anoche en el Palacio de los Deportes impidieran comprobar si la renovaci¨®n generacional ten¨ªa traslaci¨®n en las gradas: solo unas 2.500 personas pudieron darse el gustazo (y lujazo) de escuchar las acometidas del tigre gal¨¦s.
La voz de Jones es un raro portento de la naturaleza, un milagro de vigor y longevidad. Sucede, adem¨¢s, que la mezcla la coloca por las nubes, de modo que la guitarra blues de la inaugural Burning hell parece comparativamente una flautita dulce. Pero ni siquiera la irrupci¨®n de los metales a partir de Mama told me not to come permite amortiguar la avalancha. Jones no se anda con chiquitas: demanda a su vera una banda robusta y bien nutrida (nueve efectivos) para apuntalar lo que ya de partida es una riada de testosterona. ?Alguna duda? Un Sex bomb de acentuado swing se encarga de disiparlas a las terceras de cambio.
Llegar¨¢n luego una secci¨®n vaquera (bonita la lectura de Why don¡¯t you love me, de Hank Williams), incursiones balad¨ªsticas, el baile desaforado de If I only knew y una Delilah muy interesante, primero solo con guitarra ac¨²stica y luego descaradamente mexicana. En realidad, el despliegue vocal es tan avasallador, el dominio sobre el aparato fonador resulta tan escandaloso que puede tornarse contraproducente. Porque una garganta as¨ª difumina y minimiza cuanto le rodea, ya sea Randy Newman, Prince o Tom Waits (¡°un tipo que est¨¢ loco pero escribe grandes canciones¡±). Por eso a veces entran ganas de pedirle al ilustre septuagenario que cante un poco peor. Por eso conmueve mil veces m¨¢s Tower of song cuando se la escuchamos a su creador, Leonard Cohen, con la garganta hecha jirones que en la interpretaci¨®n pluscuamperfecta de ayer. Tom Jones no se conforma con complacer: solo le sirve arrollar. Eso y las proyecciones audiovisuales -una colecci¨®n de geometr¨ªas varias, estrellas titilantes y grandes llamaradas que parecen un trabajo de FP- son las ¨²nicas objeciones posibles al implacable torbellino de Gales.
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