?Mosqueteros!
En la exposici¨®n en Par¨ªs sobre la historia y la ficci¨®n de los espadachines de Dumas te puedes disfrazar de d'Artagnan
?A la vejez, viruelas! Qu¨¦ felicidad escapar de todo, marcharse a Par¨ªs y enrolarse en los mosqueteros. Ah¨ª estaba yo, no muy lejos de Au pilon-d'or, la confiter¨ªa de Planchet, tocado con el gran sombrero coronado por una pluma, luciendo la c¨¦lebre casaca azul marcada por la cruz , espada en mano. ?Mosquetero del rey! Puse cara fiera para impresionar a los guardias de su Eminencia el cardenal y me coloqu¨¦ en guardia con gesto desenvuelto. El se?or de Tr¨¦ville dif¨ªcilmente me hubiera fichado, es cierto, pero tambi¨¦n se equivoc¨® con D'Artagnan al principio. ¡°?Mi coraz¨®n es mosquetero!¡±, proclam¨¦. Destellaron varios fogonazos. Un pu?ado de turistas, a los que se hab¨ªan unido un par de vigilantes de sala, me observaban y retrataban conteniendo a duras penas la risa. Pero yo era feliz. Continu¨¦ mis asaltos: una ruda estocada a Jussac y dos a Bernajoux. ?Todos para uno, uno para todos!
Llevaba desde que la inauguraron en abril so?ando con ir a ver la exposici¨®n Mousquetaires en los Invalides (Mus¨¦e de l'Arm¨¦e, puede visitarse hasta el d¨ªa 14). Tras atravesar la explanada y circular por el patio despertando ecos en el pavimento de piedra, tom¨¦ las escaleras al tercer piso del ala oriental del museo. A medida que ascend¨ªa o¨ªa el ruido de entrechocar de aceros, un bonito efecto sonoro, que me aceler¨® el coraz¨®n y me hizo apresurar el paso hasta el punto de que llegu¨¦ saltando los escalones de dos en dos, cual Douglas Fairbanks. En la taquilla me hab¨ªa identificado como viejo esgrimista con cicatrices por si me hac¨ªan descuento, aunque al final me dieron una entrada gratis por ser periodista: donde no llega la espada llega la pluma, qu¨¦ cosas.
Entrando como un rayo en la exposici¨®n me top¨¦ con un delicioso primer ¨¢mbito en el que ?te puedes disfrazar de mosquetero! ?Eso s¨ª es una exposici¨®n y no las del Macba! La gente se lo toma con cierta timidez. No yo: en seguida estaba ataviado como para ir a dar guerra al sitio de La Rochelle. Como de fondo se proyectan en una pantalla escenas de una vieja versi¨®n cinematogr¨¢fica de Los tres mosqueteros es f¨¢cil meterse en el papel. M¨¢s a¨²n si empu?as la espada y musitas ¡°mon ep¨¦e ne sort du fourreau que pour le service de votre Majest¨¦, ah, ah¡±, retorci¨¦ndote el bigote (?). Tuve alg¨²n problema para seguir el recorrido, pues no hab¨ªa manera de convencerme de que devolviera el disfraz. Me sorprendi¨® lo prolijo y serio de la exposici¨®n, que ocupa dos alas enteras del museo y est¨¢ llena de documentos y objetos, unos hist¨®ricos y otros destinados a excitar los m¨¢s bajos impulsos de fetichistas como yo. Por ejemplo, en una vitrina se exhiben las botas que llevaba Gene Kelly en la versi¨®n de 1948 de George Sidney de la novela de Dumas (esas no te dejan calzarlas). En otra se muestra el contrato de Vincent Price para el papel de Richelieu.
La exposici¨®n recuerda, para nuestro deleite, que no solo D'Artagnan sino tambi¨¦n Athos, Porthos y Aramis existieron ?y Rochefort, y Milady!
Al escritor se le dedican varias secciones, as¨ª como a comparar la realidad hist¨®rica con la ficci¨®n literaria. Dumas, es sabido, entr¨® a saco en la Historia ¡ªadmit¨ªa que la violaba, pero haci¨¦ndole "bellas criaturas"¡ª y utiliz¨® como base de su famosa novela (y las dos que la siguieron) las supuestas Memorias de D'Artagnan, escritas por un tal Gatien de Courtilz de Sandras, a su vez basadas en un personaje real, Charles de Batz Castelmore, conde de Artagnan, que fue gasc¨®n y mosquetero, pero que era m¨¢s joven que el D'Artagnan de ficci¨®n y no vivi¨® en tiempos de Luis XIII y el cardenal Richelieu sino en los de Luis XIV y Mazarino, del que fue aplicado agente.
La exposici¨®n recuerda, para nuestro deleite, que no solo D'Artagnan sino tambi¨¦n Athos, Porthos y Aramis existieron (?y Rochefort, y Milady, y el enojoso asunto de los bellos herretes de diamantes!), aunque sus vidas y aventuras no fueran exactamente iguales que en la novela. El manuscrito de Los tres mosqueteros y la primera entrega del follet¨ªn en Le Si¨¨cle del 14 de marzo de 1844 se muestran en el recorrido que explica muy detalladamente la historia real del cuerpo de mosqueteros, altern¨¢ndola con jugosos detalles de la novela.
Los cre¨® Luis XIII, una unidad independiente armada con los pesados mosquetes (en la exposici¨®n puedes sopesar uno) pero a caballo. Serv¨ªan como infanter¨ªa montada, escoltas reales, polic¨ªa y para asalto de plazas. Una carta aut¨¦ntica del monarca resulta muy emocionante y tiende otro puente entre la historia y la imaginaci¨®n: acuerda la gratificaci¨®n con tres mil libras a ?tres mosqueteros!, ?quiz¨¢ con el j¨²bilo de que hayan vencido a los guardias del cardenal? En todo caso, se nos informa, el pique entre los mosqueteros de Monsieur de Tr¨¦ville, duelistas impenitentes, y la guardia de Richelieu es una invenci¨®n, oooh.
Casacas de la Com¨¦die y de otras puestas en escena de la novela, ilustraciones de Dor¨¦ y dos dibujos de Picasso de mosqueteros figuran entre el material que se expone as¨ª como una nutrida panoplia del armamento de la ¨¦poca, incluidas una alucinante colecci¨®n de espadas y armaduras, entre ellas la aut¨¦ntica de Richelieu. La exposici¨®n est¨¢ llena de simp¨¢ticos gui?os: galer¨ªas de buenos y malos (los actores que han interpretado a los cuatro mosqueteros y al cardenal), o una aut¨¦ntica espada de verdugo junto a una ilustraci¨®n de la escena en que los mosqueteros hacen decapitar a Milady de Winter, inspirada en Lucy Hay, condesa de Carlisle, esp¨ªa de Richelieu.
Con la cabeza llena de lances y tajos pas¨¦ a la segunda gran sala de la exposici¨®n que est¨¢ consagrada a las continuaciones de Los tres mosqueteros as¨ª como el final de la aventura hist¨®rica de los mosqueteros y su edad de oro. Esta sala tiene algo crepuscular y triste, y no hace mucho por alegrarte el que se exhiban algunas espantosas m¨¢scaras de hierro, como referencia a El vizconde de Bragelonne. Se evoca el asedio de Maastrich en el que murieron los dos D'Artagnan, el de verdad (con una bala de mosquete en la garganta) y el nuestro. ¡°D'Artagnan et la gloire ont le meme cercuil¡±. Ah pero no nos deprimamos. ?No suena de nuevo el clinc-clanc del batir de las cazoletas de las espadas? El extraordinario cat¨¢logo de la exposici¨®n (Gallimard) lleva un itinerario mousquetaire por el Par¨ªs de D'Artagnan, que incluye el palacio del cardenal, el cuartel de los mosqueteros, el lugar para cruzar los aceros junto a los Carmelitas Descalzos¡. ¡°No tem¨¢is las ocasiones y buscad las aventuras, bat¨ªos por cualquier motivo, sacad provecho de todo y vivid felizmente y por mucho tiempo¡±. ?All¨¢ voy! ?Un pour tous!
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