Casanova ha vuelto a la ciudad
El que fuera cantante de Roxy Music hurga en las ra¨ªces del ¡®glam¡¯ e imparte a sus 68 a?os una lecci¨®n de clase que casi nadie podr¨ªa igualar
?Puede ser un hombre de 68 a?os m¨¢s elegante que Bryan Ferry? Lo dudamos mucho, incluso aunque el aludido escogiera para su comparecencia de este jueves en La Riviera una chaqueta oscura de estampados florales con la que al com¨²n de los mortales le habr¨ªan vetado el acceso a cualquier local decente. Pero el porte del brit¨¢nico (camisa blanca, pajarita desajustada a mitad del primer tema, figura esbelta, canas que le perfilan la cabellera) es dif¨ªcil de igualar, igual que esa voz serena y profunda de eterno seductor. Su hora y media a orillas del Manzanares se evapor¨® en un suspiro, entre otras cosas porque, 42 a?os despu¨¦s del debut de Roxy Music, el de Sunderland puede permitirse un repertorio sin un miligramo de filfa.
Llevaba Ferry cerca de una d¨¦cada sin asomar por la ciudad y hubo unos 1.600 espectadores que no quisieron perderse la cita. Ninguna decepci¨®n: el dandi ejerci¨® como ese conquistador refinad¨ªsimo que siempre ha sido: sonriendo de medio lado, cimbreando la cintura, con la mirada baja, mientras se agarra al pie del micr¨®fono. Le respaldaban ocho grandes m¨²sicos que, con la excepci¨®n de su bajista, podr¨ªan haber sido compa?eros de pupitre de sus hijos. Imposible pasar por alto a la omnipresente saxofonista Jorja Michaels, que gast¨® sus primeros pa?ales en 1982 (el mismo a?o que Avalon y More than this acaparaban las frecuencias moduladas) y toca con ese estilo tosco y chill¨®n, a punto de quebrar la tonalidad, que populariz¨® Andy Mackay.
Bryan arranca con el primer tema del primer disco de Roxy Music, Re-make/Re-model, y asombra comprobar el car¨¢cter a¨²n hoy revolucionario de un tema en el que conviv¨ªan el rock, el glam y hasta John Cage. El recuerdo de aquellos primeros Roxys reaparecer¨¢ generosamente: Ladytron, Virginia Plain, Both ends burning y su arm¨®nica incandescente, un In every dream home a heartache fastuoso, que empieza hipn¨®tico para terminar alucin¨®geno, mientras las dos coristas dibujan remolinos en el aire con sus flecos dorados. Y ese Casanova que Ferry rescata con talante jactancioso, como dici¨¦ndonos: aqu¨ª estoy yo, queridos, he vuelto a la ciudad.
Curiosamente, la banda parece m¨¢s desenvuelta con este repertorio, dif¨ªcil de tararear, que en los momentos de sofisticaci¨®n de los a?os ochenta. Kiss & tell pierde la pulcritud casi funk de su producci¨®n original y nuestro muy brit¨¢nico anfitri¨®n neutraliza el efecto euforizante de More than this con una lectura a c¨¢mara lenta y minimalista en demas¨ªa. Pero siempre quedan Slave to love, ep¨ªtome de la balada m¨¢s que glamurosa, y el estribillo pluscuamperfecto de Oh, yeah. Cualquiera de las dos podr¨ªa poner m¨²sica a una declaraci¨®n amorosa en riberas m¨¢s cualificadas que el madrile?o antro de las palmeritas.
A Ferry solo le notamos la edad cuando se toma un respiro a mitad de concierto para que sus m¨²sicos interpreten Tara, instrumental planeador y sin chicha que nadie recordar¨ªa de no ser porque Roxy Music lo incluy¨® en Avalon como fugaz relleno. Pero incluso ese par¨¦ntesis sirve para reparar en detalles como la excelencia del guitarrista dan¨¦s Jacob Quistgaard, un guaperas que parece el mellizo de Daniel Br¨¹hl y se divierte maleando la afinaci¨®n de las cuerdas.
El regreso, con Take a chance with me, es ya una fiesta intergeneracional. Y no digamos la concatenaci¨®n de bises, con la lluvia imaginaria de purpurina en Let¡¯s stick together, la voluptuosidad de Editions of you y ese Jealous guy que siempre cant¨® mejor que Lennon. Con Bryan es f¨¢cil sentirse celoso: incluso cerca de los 70, pareci¨® evidente que no hab¨ªa en la sala nadie tan pint¨®n como ¨¦l.
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