Lo que diga la gente
Javier Maroto tendr¨ªa que arrepentirse de su cobardona toma de postura con sus declaraciones xen¨®fobas
Las desgraciad¨ªsimas declaraciones que el pasado d¨ªa 15 hizo a la Cadena Ser el alcalde de Vitoria, Javier Maroto (PP), quien dijo, entre otras cosas, que: "Algunas nacionalidades en nuestra ciudad viven principalmente de las ayudas sociales y no tienen ning¨²n inter¨¦s en trabajar o integrarse" han sido ya profusamente comentadas.
Sobre la catadura moral, pol¨ªtica, e incluso estad¨ªstica, que pone de manifiesto la frase de marras, no voy a insistir. La demagogia subyacente es tan indisimulable, tan maloliente, que cualquier comentario termina por diluirse en el f¨¢rrago de nuevas demagogias cotidianas como las que nos llueven desde todos los puntos cardinales de la pol¨ªtica.
Se ve, como acertadamente refer¨ªa alguno de los art¨ªculos que he le¨ªdo, que si puede acusarse a Maroto de ¡°electoralismo¡± ha de ser porque, verdaderamente, al electorado le gustan ese tipo de afirmaciones xen¨®fobas. Dicho de otro modo, que quienes estudian el comportamiento pol¨ªtico de nuestros conciudadanos y asesoran despu¨¦s a los partidos han llegado a la conclusi¨®n de que al electorado le gustan los discursos simplones, inmorales y autoexpiativos. Son los famosos latigazos¡ en las espaldas ajenas. Nada nuevo. A m¨ª, lo que me llev¨® a guardar el recorte de esta noticia no fue tanto su contenido xen¨®fobo, sino la frase con la que, acto seguido, el alcalde de Vitoria se justificaba: ¡°Yo digo lo que se dice y se piensa en la calle. Sobre este asunto hay que ser claro y no pol¨ªticamente correcto¡±. Esto me parece, adem¨¢s de demagogo, sutilmente falaz.
En efecto, Maroto apela, sin decirlo, al requisito democr¨¢tico de la ¡°representatividad¡±, identificando de manera meton¨ªmica una parte, una parte significativamente menor (la coincidencia ideol¨®gica) con el pleno car¨¢cter representativo. Aun en ese caso, la representatividad, que comprende una buena serie de caracter¨ªsticas ligadas fundamentalmente a los procesos de elecci¨®n, al margen de la sinton¨ªa psicol¨®gica moment¨¢nea entre electores y elegidos, no puede, por s¨ª sola, significar la entera democracia.
Pero da igual. En su simpleza, el silogismo ¡°digo lo que dice la calle¡±¡ ergo, soy representativo y por lo tanto, democr¨¢tico puede funcionar. Puede funcionar¡ para bobos. Espec¨ªficamente, para bobos voluntarios, satisfechos de encontrar culpables m¨¢s d¨¦biles que ellos mismos a sus desgracias. As¨ª ha ocurrido y ocurrir¨¢ en la historia humana. Ahora bien, adem¨¢s de demagogo y falaz, a poco que lo miremos¡ ?Vaya un l¨ªder pol¨ªtico!... ?Vaya un l¨ªder, en general!
Se supone que la persona que lidera es aqu¨¦lla que tiene seguidores voluntarios, m¨¢s o menos entusiastas. Si el alcalde de un municipio se limita a husmear en lo m¨¢s delet¨¦reo de la opini¨®n de sus conciudadanos para ponerse, despu¨¦s, en la pancarta de la manifestaci¨®n vendi¨¦ndonos el gato del ¡°hablar claro¡± frente a ¡°correcciones pol¨ªticas¡± por la liebre de la democracia, le podremos, como mucho, conceder el tanto marrulleramente obtenido, pero no el liderazgo. De liderazgo, nada de nada. El ciudadano-alcalde Maroto no conduce, no inspira, no lidera, a sus vecinos sino que se deja arrastrar por el alba?al del peor detritus de la pol¨ªtica infantilmente entusiasmado por la sensaci¨®n de ¡°ir por delante¡± como corren en las riadas precisamente los objetos menos densos, los m¨¢s inconsistentes.
Si Maroto se hubiere arrepentido de sus palabras (cosa que ignoro y que, al parecer, dado el cierre de filas de sus conmilitones no parece haber ocurrido) tendr¨ªa que arrepentirse, sobre todo, de esa cobardona toma de postura. Por lo menos tend¨ªa que decir, alto y claro, que esas afirmaciones xen¨®fobas son suyas. Que constituyen su pensamiento, su sentir y el objetivo de su acci¨®n pol¨ªtica. ?Con un par! No dir¨ªa nada que escandalice demasiado hoy en d¨ªa a nadie, el populismo est¨¢ de moda.
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