La androginia musculosa
Brian Molko defiende un repertorio lineal, pero no puede negarse la eficacia de su dramatismo ni su precisi¨®n en los momentos de mayor ¨¦nfasis
Existen novedades ilusionantes, como la conversi¨®n del Palacio de los Deportes en un ring musical para 5.000 almas, pero las tradiciones espa?ol¨ªsimas prevalecen: 29 minutos hubo que esperar para verle la raya del ojo a Brian Molko y corroborar que la suya sigue siendo una banda de rock hormigonado, refractaria al sobresalto evolutivo pero de innegable car¨¢cter expeditivo. Por lo pronto, porque el tr¨ªo crece a sexteto sobre las tablas para que nunca andemos escasos de rugido sonoro ni p¨¢lpitos a la altura del vientre. Y porque, dig¨¢moslo ya, este Ring son¨® anoche con solvencia irreprochable Incluso desde el fondo de la sala.
Molko ya le ha visto las fauces a la crisis de los cuarenta, pero conserva inmaculada esa androginia tan estilosa. Y si en sus mejores noches so?¨® con ser sobrino de Bowie o primo hermano de Bernard Butler, ayer le vimos en Loud like love (tema central del nuevo disco) a un paso de Robert Smith, otro que jam¨¢s fue r¨¢cano con el bote de maquillaje. Brian es un jefe de filas no solo atractivo, sino impecable: mantiene siempre alto el list¨®n de la ¨¦pica pese al peligro consustancial a patinar en fraseos demasiado enf¨¢ticos. Solo suena mortecino en Running up that hill, una versi¨®n que a Kate Bush habr¨¢ reportado tantas regal¨ªas como disgustos.
La sesi¨®n, enriquecida con leds de colores vivos y levemente psicod¨¦licos, es generosa con el mencionado s¨¦ptimo ¨¢lbum, tan agradable como lineal, bien armado pero sin demasiados ingredientes susceptibles de perdurar en la memoria. Quiz¨¢s sirvan como excepciones Too many friends, que suena a U2 con viol¨ªn, o Rob the bank, por ese bajo penetrante como un martillo hidr¨¢ulico y un t¨ªtulo con el que resulta dif¨ªcil no simpatizar. Y la profundidad seductora de la voz en ¡®Exit wounds¡¯, lo m¨¢s electr¨®nico que se permiten los chicos.
En una velada sin casi concesiones hacia los ¨¦xitos primitivos (Every you, every me), los ¨ªndices de euforia no se exacerbaron hasta Special K, pieza m¨¢s minuciosa y con el recurso casi infalible de una parte tarareada. Pero donde Molko y el bajista sueco Stefan Olsdal muestran su mejor perfil es con el dramatismo de amplio espectro de Meds (de balada a rock desbocado) y un remate tan elocuente como The bitter end (El final amargo). La androginia se torna ah¨ª m¨¢s musculosa que nunca: para que el ¡®muro de sonido¡¯ de Placebo no deje de retumbarnos en el vientre.
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