El privilegio de escuchar
Nuestros m¨¦dicos no deber¨ªan dejar de mirar a los ojos a sus pacientes, aunque no tengan mucho tiempo para la visita
La llegada de la tecnolog¨ªa a las consultas de la sanidad p¨²blica ha perturbado algunos h¨¢bitos. En las consultas de atenci¨®n primaria, el m¨¦dico que antes nos saludaba mir¨¢ndonos a los ojos, ahora se ha trocado por una persona que apenas nos mira, apenas nos habla y apenas nos escucha, dada, supongo, la mucha prisa que tiene de suplantarnos por el siguiente paciente.
No es mi intenci¨®n hacer ninguna cr¨ªtica a la Seguridad Social, a la eficacia profesional con la que todav¨ªa se ocupa de nuestra salud. Podr¨ªa protestarse ante las listas de espera para ser intervenidos en determinadas cirug¨ªas, cada d¨ªa m¨¢s ralentizadas en algunas comunidades auton¨®micas, debido al cierre de quir¨®fanos (impelidos estos cierres por la austeridad presupuestaria); podr¨ªamos preguntarnos por el cierre de algunos centros de asistencia primaria en determinadas poblaciones, obligando a los pacientes de los mismos a desplazarse a localidades vecinas. En fin, a lo mejor poni¨¦ndonos muy exigentes, hasta podr¨ªamos aumentar el n¨²mero de disfunciones descubiertas en materia log¨ªstica. Pero, a la larga, dudo mucho que tengamos derecho a quejarnos m¨¢s all¨¢ de lo pertinente. La medicina primaria en nuestro pa¨ªs en general funciona bien. Y en los servicios de tratamientos de patolog¨ªas m¨¢s inclementes, la atenci¨®n y el cuidado altamente especializado es sencillamente impecable.
Lo que quiero hacer notar es algo que no afecta aparentemente a la situaci¨®n cl¨ªnica de los pacientes. Algo como m¨¢s abstracto, pero no por ello menos real y comprobable. Lo que echo en falta cuando visito a un m¨¦dico de la seguridad social es una mayor empat¨ªa, y como esta est¨¢ tan ostensiblemente ausente, me conformar¨ªa con una simulaci¨®n de esa empat¨ªa, una simulaci¨®n de que nuestro m¨¦dico conoce nuestro historial. O incluso a veces, que pueden ser muchas, echo en falta que simule que no le molesta mi visita. Ante esta situaci¨®n, me pregunto: ?Qu¨¦ pudo haber pasado para que parte de la clase m¨¦dica de nuestro pa¨ªs perdiera ante sus pacientes esa aureola de colectivo humano, cultivado e identificado siempre con el trato cordial?
Acabo de leer una novela de un escritor franc¨¦s del que hasta hace poco no sab¨ªa nada de su existencia. Me refiero a Jacques Chauvir¨¦, muerto en el 2005 a los 90 a?os. Pues bien, se da la circunstancia de que Chauvir¨¦ estudi¨® medicina y comenz¨® a ejercerla en 1942. Su especialidad fue la pediatr¨ªa, que ejerci¨® casi toda su vida en la ciudad de Lyon. Con el tiempo, la pr¨¢ctica de la medicina se le hizo cada vez m¨¢s desazonante, dado el asim¨¦trico balance que establec¨ªa entre las vidas que salvaba y las que no. Ello lo llev¨® a buscar consuelo en la literatura, campo en el cual no tuvo el reconocimiento p¨²blico que se merec¨ªa, salvo casi al final de su vida con el libro que tuve la alta dicha est¨¦tica de descubrir.
Lo que echo en falta cuando visito a un m¨¦dico de la seguridad social es una mayor empat¨ªa
Junto con el libro, hab¨ªa una nota de prensa que reproduc¨ªa una entrevista que le hab¨ªan hecho en 2004, con motivo de la publicaci¨®n de ?lisa, la novela a la que me refiero m¨¢s arriba. Le preguntaban qu¨¦ aporta el m¨¦dico al escritor. Y Chauvir¨¦ contest¨®: ¡°Aporta la posibilidad de la observaci¨®n. La consulta es un lugar privilegiado para conocer al otro y a la sociedad en general. En mi ¨¦poca, la literatura y la medicina eran hermanas porque en ellas todo era observaci¨®n. Los m¨¦dicos de los hospitales eran personas cultas. La medicina no era una disciplina cient¨ªfica, sino literaria: era fundamental escuchar, o¨ªr, ver¡±.
Esta familiaridad entre literatura y medicina subrayada por el escritor franc¨¦s me hizo recordar que le¨ª una vez que en algunas facultades de medicina de Norteam¨¦rica se imparten clases de literatura. Estas clases se marcan el objetivo de que la lectura de una novela, un cuento o un poema funcionen como herramientas de ense?anza en la educaci¨®n m¨¦dica.
Es en los centros oncol¨®gicos donde estas clases se hacen necesarias, seg¨²n explican algunos directores de curso. A veces la introducci¨®n a las artes narrativas puede servir como punto de partida para afrontar como m¨¦dicos sentimientos l¨ªmites, como el sufrimiento o la muerte. ¡°Los pacientes tienen algo que contarnos y los m¨¦dicos somos unos privilegiados al poder escucharlos¡±, declara uno de estos directores.
Le¨ª que en la facultad de Medicina de Pennsylvania se imparten clases sobre la obra narrativa y po¨¦tica de William Carlos Williams, para quien el fundamento de la poes¨ªa estriba en las cosas y en los seres. Williams, que fue uno de los grandes poetas americanos del siglo XX, fue tambi¨¦n m¨¦dico durante cincuenta a?os en su ciudad natal, muy cerca de Nueva York. Ayud¨® a traer al mundo a m¨¢s de dos mil quinientos ni?os.
Nuestros m¨¦dicos no deber¨ªan dejar de mirar a los ojos a sus pacientes y escucharlos. Aunque tengan poco tiempo para tantas visitas. Sus relatos, adem¨¢s de servir como informaci¨®n cl¨ªnica, sirven para que se sientan seres humanos y no simples recept¨¢culos de medicaci¨®n y hasta otro d¨ªa.
J. Ernesto Ayala-Dip es cr¨ªtico literario
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