Ni oasis ni ¡®omert¨¢¡¯
Aqu¨ª hubo mucho que denunciar pero no denunciantes; Pujol se benefici¨® de un provechoso silencio cooperador y c¨®mplice
Se hablaba del oasis catal¨¢n, pero todos sab¨ªamos que nunca existi¨®. Un oasis es un vergel en el desierto, y en sentido figurado, un refugio frente a las penalidades. Un oasis implica una diferencia abismal entre un exterior t¨®rrido, est¨¦ril y hostil, en que se muere de sed, y un pl¨¢cido interior, f¨¦rtil, fresco y acogedor. Catalu?a es un pa¨ªs normal, una naci¨®n normal, como otra cualquiera, con penalidades similares a las dem¨¢s, sin diferencias abismales con el mundo exterior. No es un pl¨¢cido vergel interno, ni est¨¢ rodeada por un mort¨ªfero desierto externo.
En un pa¨ªs normal hay cosas, historias y gentes buenas, medianas y malas. Hay muchas buenas personas con sus virtudes individuales y colectivas, sus problemas, defectos y contradicciones, su generosidad y sus utop¨ªas, sus lealtades y fidelidades. Tambi¨¦n hay malas personas con su ego¨ªsmo, su avaricia, su doblez. Esta mala gente, cuando tiene poder econ¨®mico, social o pol¨ªtico, se sirve de ¨¦l.
La fingida confesi¨®n del patriarca, fr¨ªamente calculada, es el inicio de su estrategia de contraataque ante la rotura del silencio
Por eso, lamentablemente, es normal que haya tantos B¨¢rcenas y Millet. No es normal, sin embargo, que tengamos que soportar la farsa de la identificaci¨®n de todo un pueblo y sus sentimientos, con un l¨ªder, su familia y su amplio entorno, que se sirven de los s¨ªmbolos, lealtades y fidelidades para mandar y comerciar, enriqueci¨¦ndose impunemente.
No hay impunidad sin silencios, porque no hay justicia sin pruebas, sin denunciantes. Durante casi una generaci¨®n, aqu¨ª hubo mucho que denunciar pero no ha habido denunciantes, salvo voces excepcionales clamando en el desierto. Un desierto de silencio social, pol¨ªtico y medi¨¢tico que aparentaba ser un pl¨¢cido oasis. Cuando Maragall denunci¨® lo del 3% tampoco habl¨® nadie. Muchas murmuraciones, pero ni un testigo, ni un perjudicado, ni un m¨ªnimo asidero para una actuaci¨®n judicial eficaz. Instalada en un clamoroso silencio reinaba la voracidad desinhibida de la familia Pujol y su corte.
Por eso algunos dicen ahora que se ha roto la omert¨¢ catalana. Pero, igual que nunca hubo oasis catal¨¢n, nunca hubo omert¨¢ catalana. La omert¨¢ es la ley del miedo, del silencio de la mafia. Aqu¨ª nunca se impuso el silencio con miedo. Solo hay un provechoso pacto de silencio cooperador o c¨®mplice. Voluntaria e interesadamente, callan los que piden y los que dan, los que ofrecen y los que aceptan, los que obtienen ventajas y los que las esperan.
Son los que a¨²n le exculpan o disculpan, dispuestos a creer en la farsa del mito personalista, en que hay un desierto exterior
El esc¨¢ndalo producido por la exhibici¨®n desvergonzada de riqueza de los hijos del patriarca, con colecci¨®n de autom¨®viles de lujo incluida, y la explosiva denuncia de la novia de uno, resentida o arrepentida, rompieron el silencio e hicieron inaplazable la jugada del viejo l¨ªder. No es cre¨ªble que su pretendida autoinculpaci¨®n, parcial e inveraz, obedezca a un cristiano acto de contrici¨®n. Su fingida confesi¨®n, fr¨ªamente calculada, es el inicio de su estrategia de contraataque ante la rotura del silencio, las noticias de Andorra y el inminente acoso de Montoro. La confesi¨®n quiso ser un cortafuegos, aunque ya era ineficaz frente a tantos vientos contrarios. ?l mismo ha acabado de incendiar su espejismo del oasis catal¨¢n. Ya no ser¨¢ honorable, pero a¨²n puede asegurar el bot¨ªn familiar.
Regatear¨¢ al Parlament. Eternizar¨¢ los procesos judiciales, fraccion¨¢ndolos y enred¨¢ndolos con toda suerte de l¨ªos de competencias, obstrucciones, prescripciones y jurisprudencias sorprendentes. Otra vez, trabas pujolistas procurando impedir o estorbar el descubrimiento de la verdad. Este es tambi¨¦n el evidente prop¨®sito de la querella de Pujol en Andorra contra un empleado bancario para anular, por pretendidamente il¨ªcitas, las informaciones que facilit¨®. Y completar¨¢ su estrategia escenificando de nuevo su sobreactuaci¨®n victimista, con la inestimable ayuda del pendenciero Montoro.
El ministro, ciego para lo de su casa, dice que ten¨ªa a la vista datos contra los Pujol desde hace catorce a?os. O sea, que reconoce impl¨ªcitamente que ellos tambi¨¦n participaron en el pacto del silencio. Insin¨²a que act¨²a ahora porque Pujol y sus herederos pol¨ªticos han lanzado un pulso al Estado. O sea, reconoce que su actuaci¨®n es una represalia. Alimenta la farsa de identificar el pulso soberanista con el viejo l¨ªder y su amplio entorno pol¨ªtico y econ¨®mico, como si toda Catalu?a fuera, fu¨¦ramos, una misma y ¨²nica cosa. Justamente, lo que conviene al rancio discurso victimista.
Pujol, tras el primer gesto de la confesi¨®n-cortafuegos, con fingida melancol¨ªa, llamar¨¢ ingratos a sus secuaces que le abandonan, a sus c¨®mplices que le reh¨²yen, a sus leales que le reprueban y rechazan. Y finalmente conectar¨¢ con sus fieles de fe ciega, que siempre le quedar¨¢n, buena gente ante la que fingir una heroica autoinmolaci¨®n. Son los que a¨²n le exculpan o disculpan, dispuestos a creer en la farsa del mito personalista, en que hay un desierto exterior, mort¨ªfero como el infierno, y dispuestos a creer tambi¨¦n en aquel espejismo de un celestial oasis que nunca existi¨®.
Jos¨¦ Maria Mena fue fiscal del Tribunal Superior de Justicia de Catalu?a.
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