Matinal de canciones eternas
La colecci¨®n El Pa¨ªs de M¨²sica se presenta en concierto con un repertorio votado por los lectores
La gorra no era algo situado sobre su cabeza, sino que parec¨ªa formar parte de ella, como el cabello que brotaba de su parte trasera. Los pantalones tejanos, igual que la camisa, tejana de reglamento. Y por supuesto, nobleza obliga, los pies enfundados en botas camperas. Un rockero de libro. I?igo Coppel se sincer¨® al decir ¡°y ahora escuchadme con cari?o, la canci¨®n que voy a interpretar no entra mucho en mi estilo¡±. Comenz¨® a rasgar el primer acorde de Hoy no me puedo levantar y justo en la entrada de voz err¨® el tono. Risas de complicidad le saludaron. No, no era un concierto al uso, entre otras cosas porque era la hora del verm¨² y en el auditorio de Caixa F¨°rum coincid¨ªan ni?os de 5 a?os y peripuestas se?oras para las que los cincuenta eran un recuerdo de juventud. I?igo Coppel, el rockero que cantaba a Mecano, tambi¨¦n ri¨® en este concierto inusual que presentaba en Barcelona la colecci¨®n El Pa¨ªs de M¨²sica, un repaso por las mejores canciones de nuestra m¨²sica popular de los ¨²ltimos treinta a?os. Era tambi¨¦n una forma menos formal que un acto oficial con parlamentos de presentar la edici¨®n digital del Pais.cat, una manera de saludar su nacimiento con m¨²sica.
El repertorio ten¨ªa bemoles, una veintena de canciones votadas por los lectores entre las que forman parte de la colecci¨®n y que estableci¨® un listado donde han triunfado Sabina, Serrat y Los Secretos, ¨²nicos artistas que han colocado dos composiciones en ese imaginario colectivo de nuestra m¨²sica popular. E I?igo, guitarra ac¨²stica en ristre, movimientos de artista fogueado en el circuito de bares y garitos, no pudo por menos que dedicar Y sin embargo a todos aquellos que como ¨¦l se han quedado sin entradas para los conciertos de su autor, Sabina. El p¨²blico, en buena parte familiar a tenor de la hora y del espacio, callaba con ese silencio que no indica desatenci¨®n sino emoci¨®n, el efecto que la letra de Sabina parec¨ªa causar en su ¨¢nimo. Coppel, que hab¨ªa comenzado con una pieza del D¨²o Din¨¢mico -¨¦chale versatilidad y atrevimiento- ya estaba caliente, y pese a que al p¨²blico le costaba brindar un voluntario para acompa?arle en el escenario para cantar con ¨¦l, estaba ya entonado, como si aquello fuese un bar de Lavapi¨¦s lleno de aficionados entre vasos.
Y quiz¨¢s por ello Coppel, al recibir a un amigo que se atrevi¨® a romper el hielo y subir al escenario a cantar, salud¨® primero con un buenas noches y luego con un buenas tardes sin llegar al adecuado buenos d¨ªas. M¨¢s risas. Y aplausos a mansalva cuando sali¨® el primer voluntario de verdad y emocion¨® al cantar Paraules d¡¯amor, incluso cuando quiz¨¢s por los nervios olvid¨® el inicio de una estrofa que le fue apuntada por una madre que balanceaba un crio al mismo ritmo que sonre¨ªa y mov¨ªa la cabeza. Luego lleg¨® Mediterr¨¢neo y la poca contenci¨®n que quedaba se fundi¨® en "lo que duran dos peces de hielo en un g¨¹squi on the rocks" que cantaba Sabina en los labios de Coppel. La recta final combin¨® dos piezas enormes. Con El sitio de mi recreo el silencio se hizo hondo, una sima de estremecimiento, mientras que con Volando voy, ¡°una pieza que nunca falla en la calle¡±, dijo Coppel, las palmas galoparon por el aire. Era el final de una ma?ana que por momentos pareci¨® una noche. Las grandes canciones no miran el reloj.
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