Un Cortylandia ¡®indie¡¯
El festival Alhajad¨² re¨²ne en el centro decenas de actividades para ni?os y un mercado
Desde la plaza de San Mart¨ªn se oye a¨²n el griter¨ªo de la locura navide?a de Cortylandia, y se ve la marea de compradores que trata de abrirse paso por Preciados sin perder la cartera o los v¨¢stagos en el intento. En la puerta de La Casa de las Alhajas, uno de los edificios de la tranquila (contra todo pron¨®stico) explanada, una ni?a insiste a gritos: ¡°?Cortylandia, Cortylandia!¡±. Su padre, con cara de circunstancias, tiene otro prop¨®sito: el festival Alhajad¨² espera.
¡°Esto no es un mercado, es un festival con mercado. En realidad, lo que es, es un plan¡±, explica M¨®nica Carroquino, coordinadora de cultura de La Casa Encendida y organizadora del evento que ocupa este espacio hasta el 5 de enero. Es su equipo quien organiza el sarao creado por la Fundaci¨®n Montemadrid el a?o pasado, y ¡°el alma de La Casa¡±, como ella la define, se percibe en cada rinc¨®n de este edificio industrial del siglo XIX. Hasta el final de las vacaciones, talleres, teatro, cine, conciertos y un mercado con 30 expositores ocupar¨¢n este espacio, habitualmente vac¨ªo. La oscuridad de la antigua sede del Monte de Piedad, el lugar donde sus derrotados clientes empe?aban las joyas, ha sido sustituida por un sutil ambiente navide?o y un murmullo de voces infantiles.
La Casa de las Alhajas acoge cine, conciertos y m¨¢s de 30 expositores
Alhajad¨², que espera a m¨¢s de 50.000 visitantes en esta segunda edici¨®n, pretende ser un reducto en mitad del caos de bolsas, colas y griter¨ªo que llena el centro. ¡°Nos venimos aqu¨ª, pero ofrecemos algo distinto. No vamos a la contra, pero s¨ª somos una alternativa¡±, explica Carroquino. Hay cine de animaci¨®n, pero japon¨¦s. Hay talleres, pero de impresi¨®n 3D o de rob¨®tica. Hay conciertos, pero de m¨²sicos independientes. Y hay zona de compras, pero de peque?as marcas que rozan casi la artesan¨ªa.
Como Siete Pecas, la tienda de ropa infantil de Patricia Rodr¨ªguez. Esta joven (tras ella, una camiseta reza ¡°papi es un friki¡± junto a un body de mu?ecos de nieve) pisa por primera vez el mercado Alhajad¨² y asegura que, por ahora, la experiencia le ha servido tanto para vender m¨¢s como para darse a conocer. Pero si ella se decidi¨® a pagar los cerca de 1.000 euros que cuesta reservar uno de los puestos durante 15 d¨ªas, no fue por la promesa de ventas astron¨®micas. ¡°Me llamaron de La Casa Encendida para proponerme venir, y yo de lo que ellos hacen me f¨ªo¡±, cuenta en el descanso de visitantes que ofrece la hora de comer.
Pero no solo de habituales de La Casa Encendida vive el festival, y en esto coincide los expositores del mercado y la organizaci¨®n. La Casa de las Alhajas, en plena vor¨¢gine de compras navide?as, es un escaparate perfecto tanto para las marcas como para la instituci¨®n cultural. ¡°El p¨²blico de la Casa es un p¨²blico fiel, le conocemos bien. Lo que nos interesa es ver qu¨¦ pasa con es p¨²blico que no viene a Alhajad¨² porque se ha le¨ªdo el programa y les interesa, sino porque se lo encuentra¡±, comenta Carroquino. Por ahora, las conclusiones son positivas: ¡°Al final, si haces una actividad de calidad, no existen p¨²blicos diferenciados¡±.
Una de las zonas m¨¢s frecuentadas es la sala de juegos de Lego
De hecho, no es sencillo encontrar plaza en el medio centenar de actividades previstas, desde talleres de cocina a conciertos de m¨²sicos como Zahara con un repertorio adaptado para ni?os (con precios entre 3 y 10 euros). Por eso, la organizaci¨®n ha previsto actividades de libre acceso. ¡°La gente tiene que venir sabiendo que va a encontrarse cosas que hacer¡±, dice Carroquino. Entre ellas, la estrella de la casa es Dj D¨², una sesi¨®n que une a pinchadiscos y a sus hijos para poner a bailar a ni?os y adultos en la luminosa tercera planta del edificio.
La sala m¨¢s concurrida, sin embargo, est¨¢ lejos de la innovaci¨®n. Decenas de ni?os se afanan, cuerpo a tierra, en acumular piezas de Lego. La sala de la marca danesa, que acoge espor¨¢dicamente talleres impartidos por expertos, es un ir y venir de familias. Sentada en una banqueta, Teresa vigila a su hijo Pablo, de seis a?os, que ha coleccionado un mont¨®n de ladrillos de colores. ¡°No conoc¨ªamos el sitio, pero ahora no hay quien le saque de aqu¨ª. ?Verdad, Pablo?¡±. Pero Pablo no contesta. Qui¨¦n necesita a mam¨¢ cuando tiene un castillo entre manos.
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