¡®Sordida Officia¡¯
Hoy tendremos por ¡°oficio vil¡± al que el derecho no reconoce su condici¨®n laboral y que, por tanto, no obtiene su amparo, como la libre elecci¨®n de oficio, el acceso a la Seguridad Social o la protecci¨®n por desempleo
¡°¡ si eres honrado, importa poco el oficio que tengas, sino la voluntad que pones en desempe?arlo bien. Y por todos los diablos, que mirar¨¦ de ser el mejor verdugo de la ciudad¡¡±
?El resplandor de las hogueras, Pedro Sanz Lallana
Antiguamente muchos trabajos eran considerados oficios ¡°viles¡± que acarreaban el oprobio de quienes los ejerc¨ªan y de sus familias.
Pasaba con los relacionados con la muerte, como verdugos o sepultureros, pero tambi¨¦n carniceros. Tampoco gustaban cirujanos, barberos ni peluqueros, posiblemente por el tab¨² del contacto corporal. Menos a¨²n aquellos de labor movediza como caldereros, esquiladores, muleros y feriantes en general. As¨ª como, por pura desconfianza comercial, taberneros, curtidores, escribanos y usureros. Y por razones que desconozco, maestros, sastres y zapateros. En todo caso, las estrellas del oprobio eran los c¨®micos, los m¨²sicos y las prostitutas.
Esto dur¨® hasta que Carlos III aprob¨® la Real C¨¦dula de 18 de marzo de 1783 eliminando la infamia legal de los oficios mec¨¢nicos, aunque la social durar¨ªa mucho m¨¢s.
?Y en la actualidad?
Hay tres ocupaciones necesarias, puesto que son demandadas, respecto de las que seguimos tratando a quienes las ejercen como apestados.
Hoy tendremos por ¡°oficio vil¡± al que el derecho no reconoce su condici¨®n laboral y que, por tanto, no obtiene su amparo, como la libre elecci¨®n de oficio, el acceso a la Seguridad Social o la protecci¨®n por desempleo.
Comenzaremos por el ¡°Servicio dom¨¦stico¡±. Espa?a no ha ratificado el Convenio 189 de la Organizaci¨®n Internacional del Trabajo (de 2011) para que el empleo dom¨¦stico sea un trabajo equiparable al resto. Parec¨ªa que el envejecimiento demogr¨¢fico normalizar¨ªa la tarea del cuidado de personas dependientes pero las antisociales ¡°pol¨ªticas de austeridad¡± han dado al traste con ello.
Modestamente, creo que bastar¨ªa con que los salarios del personal al servicio del hogar desgravasen en la Declaraci¨®n de la Renta de sus empleadores como cualquier otro gasto necesario para la obtenci¨®n de la misma para que aflorase de inmediato el empleo sumergido, se regularizase la situaci¨®n de estas personas y se aliviase la carga econ¨®mica de las familias que necesitan contratarlas si pretenden a su vez trabajar fuera de casa. Resulta escandaloso el c¨²mulo de exenciones fiscales (legales) en favor de las m¨¢s elevadas fortunas, mientras en este caso se carga injustamente sobre las familias trabajadoras.
Entiendo que a la derecha le importe un bledo. Lo que no puedo explicarme es por qu¨¦ no lo plantea la izquierda.
Hay una segunda profesi¨®n cuya infamia se acompa?a adem¨¢s de unas medidas represoras dignas de la Santa Inquisici¨®n: La prostituci¨®n.
Es el apogeo de una nueva beater¨ªa que ha impuesto un discurso victimista y neo-moralizante cuyo axioma proclama que ninguna mujer (de los prostitutos, ni menci¨®n) presta libremente sus servicios sexuales a cambio de una remuneraci¨®n econ¨®mica. Que este postulado es falso lo demuestran las propias putas en cuanto se consulta su opini¨®n, pero da igual. Para las buenas personas, las putas son v¨ªctimas a las que, por su bien, hay que hacer la vida imposible. Entre otras cosas, impidi¨¦ndoles cotizar una pensi¨®n para su vejez, o un desempleo.
No dejan de tener su aqu¨¦l las similitudes entre estas dos profesiones infamantes. Ambas tareas (el sexo y la atenci¨®n al hogar) constitu¨ªan el papel social tradicional asignado a la mujer casada. Al prestase por terceros y ser remuneradas, cuestionan el sistema. Son heterodoxas.
Por ecuanimidad, se?alo el destello de sentido com¨²n de un juez de Barcelona que ha reconocido derechos laborales a las prostitutas. En concreto al paro y a la Seguridad Social, condenando al propio Estado.
Que ante las miles de personas que ejercen la prostituci¨®n en nuestro pa¨ªs con la misma libertad con la que el minero baja al pozo, el pescador se embarca o el panadero madruga, la derecha no tenga m¨¢s respuesta que medidas de acoso policial, puede ser comprensible. Que una izquierda moderna, liberal y tolerante no diga nada o peor a¨²n, acepte el discurso represivo, moralizante y autoritario, me deja estupefacto.
Queda, por fin, un tercer oficio infame. El m¨¢s vil de todos ellos: el Cargo P¨²blico.
Proclama la Constituci¨®n Espa?ola, en su Art¨ªculo 23 el derecho de todos a ¡°acceder en condiciones de igualdad a las funciones y cargos p¨²blicos¡±.
Sabemos que tal derecho era una quimera desde Atenas, donde no participaban mujeres ni siervos, hasta bien entrado el siglo XX. Mientras los parlamentos no se abrieron a los trabajadores, la democracia no era sino una extensi¨®n del mercado burs¨¢til. Pero para que los trabajadores puedan acceder a los cargos p¨²blicos es necesaria su remuneraci¨®n, pues carecen de medios de vida distintos de su tiempo y su energ¨ªa.
Habr¨¢, sin duda, abusos que corregir con severidad, pero ello no altera el principio. Si queremos que nuestros representantes p¨²blicos trabajen decentemente¡ ?C¨®mo es que su labor no se considera, a todos los efectos, un trabajo decente, con sus cotizaciones y su desempleo, en vez de onerosas ¡°cesant¨ªas¡± o vergonzosos subterfugios?
A quien cobra sueldos extra en ¡°sobres de color marr¨®n¡± o a quien tiene la vida asegurada, es comprensible que no le importe o que se apunte al renacido discurso antipol¨ªtico que ya postularon antes todos los fascismos. Pero¡ ?a la izquierda democr¨¢tica?... ?C¨®mo cabe tanta hipocres¨ªa?
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