Sant Jordi muestra templanza
La fiesta, masiva y c¨ªvica, reuni¨® a selectos autores extranjeros, registr¨® ventas moderadas y tuvo menor visibilidad soberanista
Barcelona se convirti¨® ayer en un gran jard¨ªn de libros. Millares de ellos, de todas las clases, tama?os, calidades y precios fueron puestos en la calle, flanqueados de rosas, tratando de encontrar lector entre las riadas de gente en busca de ese t¨ªtulo que encienda su imaginaci¨®n. El gran ritual de Sant Jordi volvi¨® a funcionar. Lo hizo apoyado en un d¨ªa espectacular, soleado y de un cielo azul¨ªsimo, y un atractiv¨ªsimo plantel de autores, con mucha (y selecta) presencia extranjera, que contribuyeron a enriquecer el ritual de la firma. Las ventas fueron buenas, aunque no para tirar cohetes, y la fiesta de nuevo ejemplar en lo c¨ªvico. A destacar la menor visibilidad soberanista en d¨ªa tan se?alado, sobre todo en relaci¨®n con el pasado a?o, que bull¨ªa en la excitaci¨®n, incluso editorial, del Tricentenario de 1714. El caso es que fue destacada la mesura nacionalista, seguramente por el alica¨ªdo momento que atraviesa el proceso hacia la independencia. En general en Sant Jordi domin¨® la templanza (gran virtud caballeresca), incluso en la lista de ¨¦xitos.
En Sant Jordi no buscas solo el libro sino, a ser posible, que el escritor te lo singularice con una dedicatoria. A veces eso requiere paciencia, mucha paciencia, una paciencia de Job, como probaron las largu¨ªsimas colas ante Kent Follett o Francisco Ib¨¢?ez, dos de los m¨¢s solicitados, y a las que se ingresaba junto a la Fnac Triangle con un sistema como de corrales de esquilado de ovejas (¡°?Es aqu¨ª para Chufo Llorens?¡±). Pero la fiesta es una fiesta de amor, de amor a los libros, y se da por bueno todo sacrificio ¡ªlas colas, la apretura, el gasto, la dificultad de encontrar el t¨ªtulo que se busca o de recordarlo (¡°?Ten¨¦is libros de Jane Eyre?¡±). Es tambi¨¦n una fiesta de amor a secas. Como probaban las rosas de todos los colores engalanando las manos e ilustraba una pareja en la Plaza de Catalunya: tras regalarle la pertinente flor, ¨¦l la levant¨® a ella en volandas, con las bolsas abri¨¦ndose y lanzando al cielo su contenido de libros.
Los numeros¨ªsimos turistas asist¨ªan al espect¨¢culo del d¨ªa contagiados de la alegr¨ªa y el tr¨¢fago generales. No es para menos; no siempre ves un gigantesco drag¨®n en plena calle ¡ªno siendo A?o Nuevo chino¡ª o una rubia princesa vendiendo flores. Tampoco te encuentras a James Ellroy organizando su puesto de firma como un agente antivicio en una comisaria de Los ?ngeles.
Un brit¨¢nico que paseaba en camiseta imperio por Rambla de Catalunya se extra?aba de ser el centro de las miradas: llevaba los brazos tatuados con grandes rosas rojas. En la misma calle, una de las arterias principales que bombeaban libros y rosas, decenas de autores tomaban asiento en las casetas de firmas, afrontando con mayor o menor serenidad el ¨¦xito o la derrota.
Te encontrabas, en sucesi¨®n, a, por ejemplo, Eduardo Punset, Javier Mar¨ªas, Henry Kamen, Jorge Wagensberg y Risto Mejide, que ya es grupo. El ¨²ltimo capitalizaba la expectaci¨®n y los selfies, mientras Wagensberg observaba la escena sin duda perge?ando un aforismo.
Javier Mar¨ªas, con un pin de Shakespeare en la solapa, firmaba sin parar, deteni¨¦ndose apenas para echar un trago de Coca-Cola. El escritor, muy generosamente vista la calidad de algunas propuestas, no cree que haya intrusismo, ¡°ni considero a nadie advenedizo, ?faltar¨ªa m¨¢s! Bienvenido sea todo el mundo¡±.
Una eternidad le parec¨ªa durar a una se?ora la cola ante Follett, que en ese momento se daba un respiro apurando una copa de tinto, con gran flema. La esforzada mujer portaba la nueva trilog¨ªa entera del escritor a brazo; m¨¢s pr¨¢ctica, otra fan llevaba solo las cubiertas de los libros.
La firma de un ejemplar de Ken Follett requer¨ªa una eternidad en la cola
Hab¨ªa, sin duda, espacio para placeres m¨¢s all¨¢ (o ac¨¢) de lo literario. En una mesa en la calle frente a la galer¨ªa Alfonso Vidal un plato con restos de arroz y gambas hab¨ªa arrinconado los libros de arte y el feliz comensal tomaba el sol tan ricamente.
Entidades sociales y pol¨ªticas intentaban aprovechar el efecto Sant Jordi. Incluso montaron tenderete los de la Cienciolog¨ªa o los defensores de los galgos, con un perro junto a un ejemplar de Anna Karenina. Premio merec¨ªa la de la asociaci¨®n de solidaridad con el T¨ªbet JinPa con yurtas y banderas de oraci¨®n, como si firmara el Dalai Lama. Sumergirse en la muchedumbre provocaba una sensaci¨®n de masaje continuado y verte involucrado en conversaciones ajenas (¡°no me lo leer¨¦ ni de co?a¡±, ¡°because Shakespeare dies this day...¡±). Era un alivio toparse el fresquito puesto del Museo Egipcio, un oasis con sus familiares momias y egipt¨®logos. Otro atasco lo provocaba la masificaci¨®n ante los puestos en que firmaban Vila-Matas, David Trueba o Milena Busquets. Al noruego Jo Nesbo no se lo ve¨ªa por ninguna parte; se habr¨ªa fundido al sol o estar¨ªa en un bar empinando el codo con Harry Hole: celebrando Sant Jordi, por todo lo alto.
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