El fatalismo del cambio
El dilema es claro: o vamos a un cambio o el autoritarismo posdemocr¨¢tico ensayado en Europa con la austeridad ser¨¢ inexorable
?Qu¨¦ pasar¨¢? Nunca en vigilias electorales me hab¨ªan hecho tantas veces esta pregunta. Cuando respondo que desconozco por d¨®nde ir¨¢n los resultados pero tengo la certeza de que no habr¨¢ grandes sobresaltos unos me miran con cara de alivio y otros, de desconcierto. La pregunta va, a menudo, acompa?ada de una justificaci¨®n: no s¨¦ a qui¨¦n votar. Los medios de comunicaci¨®n contribuyen a la confusi¨®n publicando encuestas que muestran resultados dispares, incluso habiendo sido realizadas durante la misma semana. Con lo cual, las dudas sobre su rigor cient¨ªfico crecen al mismo ritmo que el escepticismo de los ciudadanos que sospechan que los sondeos forman parte de las estrategias electorales.
Dejando aparte los juicios de intenci¨®n, la tarea de los encuestadores no es f¨¢cil. Los electores tardan en decidir su voto; no es lo mismo lo que se dice cuando la elecci¨®n est¨¢ lejos ¡ªy hay margen para la ilusi¨®n¡ª que cuando se acerca y pesa el miedo a la incertidumbre. La multiplicaci¨®n de las opciones complica mucho el pron¨®stico; los nuevos actores ¡ªsin la ponderaci¨®n del recuerdo de voto¡ª dan pistas muy enga?osas y los t¨®picos que recorren la escena p¨²blica distorsionan tanto el pron¨®stico como el voto.
El t¨®pico del momento es el s¨ªndrome del cambio. Y no tenemos en cuenta que a veces entre la toma de conciencia de la necesidad de cambiar y el paso a la acci¨®n reformadora de verdad ¡ªla que comporta real redistribuci¨®n del poder¡ªhay un gran trecho. Por eso creo que este a?o electoral est¨¢ muy condicionado por cierto fatalismo del cambio. Y este fatalismo est¨¢ generando dos miedos de signo opuesto: el miedo conservador a reformas que afecten a los propios intereses y el miedo a la frustraci¨®n, a que despu¨¦s de tanto ruido todo quede casi igual.
Hay conciencia del deterioro del sistema pol¨ªtico, hay conciencia de que la sociedad ha sufrido transformaciones enormes (en buena parte debido a una revoluci¨®n tecnol¨®gica que ha desplazado el eje del sistema econ¨®mico de lo industrial a lo financiero y de lo local a lo global y ha cambiado nuestra relaci¨®n con el entorno metiendo a un ser anal¨®gico como el hombre en un escenario digital donde la visibilidad y el control adquieren dimensiones ins¨®litas). Pero este fatalismo del cambio, en sociedades esc¨¦pticas y resabiadas, que con la crisis se han sentido amenazadas en una confortabilidad que consideraban adquirida, va acompa?ado de otros fatalismos: el fatalismo de la impotencia de la pol¨ªtica que hace que muchos se inclinen resignadamente ante la hegemon¨ªa del poder econ¨®mico y el fatalismo del embrutecimiento del poder (corroborado por las dimensiones colosales que la corrupci¨®n ha adquirido en la pol¨ªtica espa?ola) que impulsa la creencia de que cuando se meten en pol¨ªtica todos acaban igual.
Hay conciencia del deterioro del sistema pol¨ªtico, hay conciencia de que la sociedad ha sufrido transformaciones enormes
Con estos prejuicios de partida, crecen las dudas sobre la novedad de los nuevos, sobre si realmente aportan algo distinto salvo el hecho de que a¨²n no han tenido tiempo de contaminarse. El ejercicio deliberado de la ambig¨¹edad por parte de Podemos ha ayudado a aumentar la desconfianza. Si tenemos que cambiar, ?los nuevos realmente nos proponen algo distinto y adecuado a las transformaciones del mundo? Esta es la duda creciente, que hace que el fatalismo se traduzca en resignaci¨®n m¨¢s que en entusiasmo, con lo cual la probabilidad de que las aguas del cambio se acaben congelando es alta.
Y, sin embargo, el verdadero fatalismo del cambio, lo que hace que esta idea pese sobre la escena p¨²blica como un superego, est¨¢ en la conciencia de que la democracia est¨¢ en juego y hay que hacer algo para evitar su imparable erosi¨®n. El dilema es claro: o vamos hacia formas de mayor empoderamiento de los ciudadanos o el paso al autoritarismo postdemocr¨¢tico, ensayado a escala europea con las pol¨ªticas de austeridad expansiva, ser¨¢ inexorable.
En este neoautoritarismo se coloca Rajoy cuando dice que las mayor¨ªas absolutas ¡°son un pacto de sensatez¡±. Est¨¢ proponiendo un falso contrato: usted me vota, yo no me siento comprometido por mis promesas (como ya se ha demostrado) y no hay nadie que pueda obligarme a cumplir mi parte del pacto. Todas las dudas son comprensibles, pero las municipales son oportunidad de empezar a poner contrapesos a los que acumulan poderes excesivos. Es decir, de empezar a pasar del fatalismo al cambio.
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