De Duran Duran al ¡®cashless¡¯
El festival tuvo su momento de pasado en pleno ambiente de futuro
S¨®nar es un festival que mira al futuro pero tambi¨¦n tiene alg¨²n momento para evocar con ternura el pasado. De eso se encargaron Duran Duran en la apertura de la ¨²ltima noche del festival, reuniendo a una concurrencia con edad para tener recuerdos. Pese a que el grupo est¨¢ preparando material nuevo que quiere sonar contempor¨¢neo, la mayor parte de su repertorio fue un paseo por sus hits, precisamente los resortes de la memoria.
Quienes acudieron vieron a una banda con mucho pasado. Sus miembros, con un Simon LeBon de impoluto blanco, se mantienen en forma y su apostura no se ha quebrantado, aunque sus canciones sonaron en el S¨®nar un poco m¨¢s arrugadas que sus int¨¦rpretes. Comenzaron de traca, con The Wild Boys, Hungry Like The Wolf y The Reflex, para en la recta final rematar con Dance Into The Fire y Rio, entre otras. Por medio, una continuada referencia a los viejos tiempos, eso s¨ª, lastrada por un sonido no adecuado para una banda pop, con unos graves exagerados y el resto de los instrumentos, voz incluida, tenuemente audibles. Pero la presencia de Duran Duran era un gui?o al pasado.
El S¨®nar del futuro, por ejemplo, en el siguiente caso: el cliente se acerca a la barra, solicita su consumici¨®n y alarga la mu?eca hacia el hostelero, que con un lector de lucecitas cobra el importe. Si el cliente lo desea, le anuncia la cantidad a¨²n disponible en su monedero virtual, que antes ha cargado a voluntad. Para hacerlo no ha tenido que padecer colas comentables. En general, la previsi¨®n de puntos de carga funcion¨® y de vuelta a la barra, el cliente, satisfecho por ser tratado as¨ª de digitalmente, liberado de contar monedas cuando apenas se pueden contar los pasos y ajeno al molesto tintineo del metal en los bolsillos, se siente en el futuro. S¨®lo por privar. El sistema cashless fue aceptado con naturalidad. Es el progreso, y todo lo que es c¨®modo resulta innegociable. Pero sin voluntad de despertar fantasmas orwellianos, esa digitalizaci¨®n del gasto personal implica el ofrecimiento de una informaci¨®n de car¨¢cter privado que se intuye no ser¨¢ la ¨²nica, s¨®lo la primera. El S¨®nar, como aparador de la tecnolog¨ªa aplicada a la creaci¨®n, te¨®ricamente la menos cuestionable de las tecnolog¨ªas, es un jard¨ªn en el que creerse al nuevo dios-mago sin hacer preguntas; es como aceptar el pago con pulsera: de lo m¨¢s natural. Claro que para volver al presente nada como recordar que incluso en ese espacio del ma?ana que es el S¨®nar pasan otras cosas viejas, como el robo de m¨®viles detectado la noche del viernes, que llev¨® a la seguridad a registrar las bolsas del p¨²blico al salir del recinto. El mundo no se queda a las puertas del S¨®nar.
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