El lugar de la cultura
Los lugares de la cultura son espacios f¨ªsicos, pero tambi¨¦n sitios inmateriales que generan esfera p¨²blica y garantizan los principios de apertura, libertad, igualdad y pluralismo
El cambio en el gobierno de Barcelona es un momento id¨®neo para preguntarse por el papel de la cultura en la ciudad. La incertidumbre sobre el rol de la cultura en el nuevo organigrama municipal ha suscitado preocupaci¨®n en un sector que teme ser relegado en la lista de prioridades del nuevo gobierno local. M¨¢s all¨¢ de la forma concreta de organizar la pol¨ªtica cultural, el vac¨ªo de la transici¨®n actual ofrece un buen escenario para exigir ambici¨®n y cartografiar los temas de fondo del debate cultural en la ciudad.
La primera constataci¨®n es que el sector cultural se encuentra en plena mutaci¨®n. La irrupci¨®n de las nuevas tecnolog¨ªas ha difuminado las paredes de los grandes equipamientos y ha transformado profundamente la manera en que los ciudadanos se relacionan con la cultura. Se trata de un cambio cognitivo de calado en el que el acceso ilimitado a la informaci¨®n abre magn¨ªficas oportunidades, plantea algunos interrogantes y altera radicalmente la misma noci¨®n de p¨²blico. Los ciudadanos ya no se limitan a ser espectadores o consumidores pasivos de cultura, sino que reclaman ser sujetos activos de la oferta cultural. Como en tantas esferas de la vida p¨²blica, la vida cultural se rige hoy por una mayor horizontalidad, en la que la crisis de las figuras de mediaci¨®n convive con una red establecida de instituciones.
La precariedad se ha instalado como principio rector de un sistema cultural en el que nacen y mueren proyectos mientras los grandes equipamientos llevan a?os sufriendo importantes reducciones de sus presupuestos p¨²blicos. La horizontalidad de las nuevas tecnolog¨ªas y la falta de recursos han impulsado estructuras m¨¢s flexibles y escenograf¨ªas m¨¢s ligeras que hacen obsoletas algunas viejas estructuras institucionales. Al mismo tiempo, se ha descentralizado la producci¨®n de la cultura en ateneos, librer¨ªas de barrio, centros c¨ªvicos o espacios autogestionados que complementan la red de equipamientos tradicionales. C¨®mo gobernar este sistema de institucionalidad, velocidades y escalas variables es sin duda una de las cuestiones centrales para la nueva pol¨ªtica municipal.
Todo ello tiene lugar en una ciudad con un tejido cultural muy rico y en un momento de gran ebullici¨®n creativa en el que hay m¨¢s ganas de cultura que nunca. Los momentos de crisis pol¨ªtica y econ¨®mica son ocasiones excepcionales para repensar la forma de vivir, de relacionarse y de imaginar el futuro. El contexto actual es pues un buen momento para reivindicar la cultura como motor de cambio en un debate p¨²blico que en los ¨²ltimos a?os ha sido secuestrado por la econom¨ªa. La cultura no es una cuesti¨®n de orden econ¨®mico sino un instrumento para dar respuesta a las inquietudes y a los sue?os de los ciudadanos.
Este es el valor pol¨ªtico de la cultura: su capacidad de crear nuevos imaginarios, de articular el yo con el nosotros y de crear sentido a trav¨¦s de la emoci¨®n y la experiencia est¨¦tica. Los lugares de la cultura son espacios f¨ªsicos concretos, pero tambi¨¦n son sitios inmateriales generadores de esfera p¨²blica y, como tales, son garantes de los principios democr¨¢ticos de apertura, libertad, igualdad y pluralismo. Abierto es un sistema cultural que expande l¨ªmites y no impone fronteras y que es a la vez motor y espejo de las pulsiones de la sociedad que representa. Los espacios culturales son libres cuando act¨²an motivados por la curiosidad y la duda y se alejan de instrucciones partidistas e ideol¨®gicas. Un sistema cultural es democr¨¢tico cuando garantiza la igualdad de acceso pero tambi¨¦n es capaz de crear igualdad a trav¨¦s de la educaci¨®n y la cultura. Un espacio cultural es plural cuando da voz y acceso a diferentes cosmovisiones y es el reflejo de la complejidad de la sociedad de la que surge.
?C¨®mo traducir todos estos principios en un programa de gobierno? Primero, dando a la cultura la centralidad que le corresponde por su enorme potencial democr¨¢tico. Esto implica atribuirle m¨¢s recursos que el 5% del presupuesto municipal. En segundo lugar, tutelando el sistema desde lo p¨²blico pero garantizando su independencia y evitando la tentaci¨®n de injerencias ideol¨®gicas. En tercer lugar, con la ambici¨®n de crear una verdadera capital: con la fuerza de la ciudad que representa y en di¨¢logo permanente con el mundo. Y, finalmente, tendiendo puentes con la educaci¨®n, porque el sistema cultural y el educativo comparten el objetivo de formar ciudadanos cr¨ªticos y fomentar la curiosidad como motor de conocimiento y de sentido.
Judit Carrera es polit¨®loga.
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