El Pasaje de los Relojeros
Cinco profesionales de la calle de Carretas intentan sobrevivir a la crisis econ¨®mica y digital
El n¨²mero 12 de la calle de Carretas pasa desapercibido para quien no lo est¨¢ buscando. Un pasaje mal iluminado con carteles poco vistosos que parecen no anunciar nada. Dentro, sin embargo, sobrevive un grupo de relojeros que ocupan cinco de los 10 locales que hay en el t¨²nel. Es su refugio contra la crisis de la profesi¨®n. ¡°Ya casi no quedan relojer¨ªas. No paran de cerrar. Nosotros hemos aguantado porque nos hemos concentrado aqu¨ª. La gente lo conoce ya como ¡®El pasaje de los relojeros¡¯¡±, revela Jos¨¦ Luis P¨¦rez que lleva en la profesi¨®n casi 50 a?os. Hace tres d¨¦cadas que estos artesanos trabajan en el edificio. Primero estuvieron en los pisos de arriba donde solo arreglaban y vend¨ªas piezas a profesionales. Cuando el negocio comenz¨® a flaquear tuvieron que bajar a pie de calle para que los transe¨²ntes los encontraran m¨¢s f¨¢cilmente.
La tienda que ocupa Adolfo G¨®mez fue una sastrer¨ªa para religiosas, pero hace 12 a?os que est¨¢ repleta de relojes. Su due?o no sabe por cu¨¢ntos m¨¢s. ¡°El reloj de cuarzo [autom¨¢tico] ha hecho mucho da?o a este oficio. Ahora solo nos dedicamos a cambiar pilas¡±, se lamenta. En una vitrina todav¨ªa muestra con orgullo los instrumentos con los que trabajaban los antiguos relojeros, los ¡°verdaderos¡±. Compases, porta m¨®dulos, sacabocados del siglo XIX a los que el tiempo ha oxidado el acero, pero no el valor. ¡°Antes se necesitaban estos utensilios porque hab¨ªa que fabricar casi todas las piezas. Cada reloj era una joya, cada dise?o era ¨²nico¡±, recuerda G¨®mez.
Las antiguas herramientas contrastan con las relucientes pinzas, navajas y lupas con las que trabajan a escasos metros de all¨ª Pablo y Manuel Rodr¨ªguez. Estos hermanos madrile?os abrieron su local en el pasaje en 1994, pero llevan en la profesi¨®n m¨¢s de tres d¨¦cadas, desde que su padre comprara el negocio para ellos. ¡°Ha cambiado el tipo de reloj y eso se ha notado mucho. Ahora pr¨¢cticamente ya nadie arregla relojes antiguos de cuerda. Todos son de pila que casi no se estropean¡±, explica Pablo quit¨¢ndose el anteojo. El arreglo de los relojes autom¨¢ticos, ense?an, es sencillo: hay que reemplazar la m¨¢quina interior entera, que tiene un precio de unos tres euros. ¡°No vale la pena arreglar pieza a pieza. Adem¨¢s muchas de ellas son de pl¨¢stico¡±, establece el relojero.
¡°En mi ¨¦poca, la relojer¨ªa era m¨¢s que un oficio. Era una artesan¨ªa preciosa, un orgullo profesional, un sue?o¡±, rememora con nostalgia Joaqu¨ªn Mart¨ªn, exrelojero de 70 a?os, que sigue pasando por el pasaje a visitar a antiguos compa?eros. Se le iluminan los ojos cuando G¨®mez saca un reloj de bolsillo de 1860: ¡°?Qu¨¦ preciosidad!¡±. Es un Certina de calibre kf 330, una reliquia para los entendidos. Su reparaci¨®n le va a costar al due?o 160 euros. ¡°Para que te dejen arreglar uno de estos, tienen que venir 100 normales¡±, se r¨ªe G¨®mez, que prefiere sin duda este tipo de encargos al cambio de pilas habitual. ¡°Me gusta el trabajo y la dedicaci¨®n, pero sobre todo cuando dejas al cliente con la boca abierta. ?Le devuelves un reloj de un siglo que parece nuevo!¡±, exclama.
Las crisis econ¨®mica y digital han hecho mella en el volumen de clientes: menos poder econ¨®mico y menos relojes. Los m¨®viles han sustituido al habitual complemento de mu?eca. ¡°Yo recuerdo cuando entraba a las 08.30 y ya ten¨ªa una fila de gente en la puerta, casi no pod¨ªa parar ni para comer. Y ahora, mira¡±, se?ala Jos¨¦ Luis P¨¦rez en direcci¨®n a su tienda vac¨ªa.
Los pron¨®sticos de estos artesanos no hablan de un final feliz. ¡°Yo creo que la relojer¨ªa va a desaparecer. Porque cada vez quedan menos relojeros que conozcan bien el oficio¡±, augura Mart¨ªn, qui¨¦n ense?¨® la profesi¨®n a su hijo mayor, aunque ¨¦ste decidi¨® no ejercerla. Antes, ser relojero se transmit¨ªa de generaci¨®n en generaci¨®n porque, seg¨²n dicen, nadie m¨¢s que un padre ten¨ªa tanta paciencia y dedicaci¨®n. Pero ahora ni G¨®mez ni Rodr¨ªguez se la recomiendan a sus herederos: ¡°poco trabajo y poca compensaci¨®n¡±. En Madrid no hay m¨®dulos de formaci¨®n en relojer¨ªa y la decena de escuelas privadas que la ense?an, se centran en actividades muy concretas como el manejo del torno. Cabe pensar si los relojeros de esta generaci¨®n ser¨¢n los ¨²ltimos artesanos del tiempo.
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