¡®Fornicula forniculorum¡¯
Las im¨¢genes y tallas que adornaban muchas fachadas eran motivo de fama y reverencia, y una forma de orientarse por unas calles sin placas ni n¨²meros
Donde termina la calle de Sant Sever y empieza la Baixada de Santa Eul¨¤lia, se encuentra una peque?a capilla dedicada a una de las patronas de la ciudad. Ayer olvidada y deslucida, hoy es motivo de curiosidad para los turistas que vienen a escuchar la historia de su martirio, y el descenso por esta empinada calle metida en un tonel que conten¨ªa clavos, cristales o cuchillos seg¨²n la versi¨®n. Nuestra sociedad moderna apenas atiende a estas devociones. Pero, como los actuales visitantes que vienen a hacer fotos, anta?o las im¨¢genes y tallas que adornaban muchas fachadas eran motivo de fama y reverencia, y una de las formas que ten¨ªan los transe¨²ntes no letrados de orientarse por unas calles sin placas ni n¨²meros de casa.
Las capillas vecinales aparecieron al final de la Edad Media, muchas de ellas financiadas por los gremios. En el Concilio de Trento se dictaron leyes sobre las im¨¢genes, que quedaban divididas entre dogm¨¢ticas (Cristo, la Virgen, ap¨®stoles y evangelistas), y devocionales (santos y santas recomendadas por el pueblo contra enfermedades o plagas). La costumbre de decorar determinados edificios con motivos religiosos fue muy com¨²n en aquellos a?os. Las hornacinas (del lat¨ªn fornix (horno), que tambi¨¦n es el origen de la palabra catalana fornicula), se hicieron tan populares en Barcelona que en 1770 se tuvo que regular su tama?o y forma. A partir de aquellas nuevas ordenanzas no se permit¨ªa vestir a las im¨¢genes, y el tejadillo no pod¨ªa sobresalir m¨¢s de un palmo de la pared.
En 1770 hab¨ªa tantas hornacinas en la ciudad que se regul¨® su tama?o y forma
Entonces hab¨ªa tres tipos de capillas: las que conten¨ªan grandes esculturas (pagadas por el clero o los gremios), las empotradas en la fachada con una talla o una imagen de azulejo, y los mosaicos adosados directamente a la pared, fruto con frecuencia de la fe del propietario de la casa. El barroco fue la gran ¨¦poca para las hornacinas, a¨²n podemos verlas cobijando voluminosas estatuas en iglesias como la de Betlem, la Esperan?a, Sant Sever o Sant Miquel del Port. En la Casa de la Convalecencia esquina con Egipciaques hay una talla de san Pablo obra de Dom¨¨nec Rovira el Joven. En la placita de Marc¨²s se encuentra la imagen de san Juan Evangelista, adosada a la antigua Casa del Gremi d¡¯Assaonadors. Un san Miguel decora la Casa del Gremi de Revenedors en la plaza del Pi. Y la Inmaculada resiste empotrada en la esquina de la Casa dels Velers, en la Via Laietana.
A partir del siglo XIX, estas im¨¢genes religiosas comenzaron a sufrir ataques por parte de los liberales, que cuando llegaron al poder en 1820 ordenaron retirar las capillas callejeras por considerarlas supersticiones, y sustituirlas por l¨¢pidas con art¨ªculos de la Constituci¨®n de C¨¢diz. Y tres a?os m¨¢s tarde se ordenaba a particulares y corporaciones quitar de la v¨ªa p¨²blica aquellas im¨¢genes que les perteneciesen. Parad¨®jicamente, uno de los ¨²ltimos ejemplos que quedan de ese culto laico a la ley se encuentra sobre el retablo de la Pietat, situado en el portal del mismo nombre que da al claustro de la catedral, donde a¨²n pueden leerse unas pocas letras de uno de aquellos vers¨ªculos del culto constitucional. Aquello dur¨® un trienio, en 1823 regresaban los absolutistas con un ej¨¦rcito franc¨¦s, y restablec¨ªan a Fernando VII en el trono. Con ¨¦l fueron borrados los art¨ªculos de La Pepa, y sustituidos nuevamente por capillas. Esta alternancia de destrucci¨®n y restituci¨®n fue una constante en la historia de nuestro pa¨ªs, similar a la costumbre de rebautizar las calles seg¨²n las ideas del momento.
Hoy conservamos hornacinas vac¨ªas, como la de la calle de la Pietat fechada en 1556, o la de la calle del Carme con Egipciaques. Hornacinas oficiales, como san Jorge en la fachada de la Generalitat. Hornacinas populares, como la Virgen de la calle Montalegre, o la Merced de la calle Petritxol. Rec¨®nditas como el Santiago de Nou de la Rambla, y humildes como la de san Paciano en la traves¨ªa de su nombre. Las hay modernas, como la Moreneta en una cueva de rocalla sobre la puerta de un edificio de la calle Tamarit. Monumentales como la Asunci¨®n de la Casa del Drapaire en la Gran Via. O pr¨¢cticamente invisibles, como la que cobija el ¨¢ngel que se apareci¨® milagrosamente a san Vicente Ferrer en el Portal de l¡¯?ngel, oculto entre los ¨¢rboles. Hornacinas que guardan de la lluvia muchas de las historias que todav¨ªa no se cuenta a los turistas.
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