Jugar con fuego
El Constitucional ha confirmado la pena a dos j¨®venes que quemaron la foto de los reyes. Los magistrados As¨²a, Roca y Xiol discrepan con raz¨®n: hab¨ªa que haber dejado que el fuego se apagara solo, en lugar de alimentarlo con m¨¢s le?a
?En las fiestas mayores de las poblaciones catalanas, el correfoc es el desfile del fuego: colles de dimonis, agrupaciones organizadas por diablos y demonios convencidos, a menudo acompa?ados por un drag¨®n, encienden y ensordecen las calles anochecidas de los pueblos retando a sus vecinos a jugar con fuego. En los ¨²ltimos treinta o treinta y cinco a?os, el incendio juvenil y festivo de los correfocs se ha propagado incontrolable por Catalu?a, Valencia y las Islas Baleares. Diablos y diablesas desfilan con profesionalidad, seguidos ocasionalmente por un carro de fuego, pero siempre por un coche cisterna y una ambulancia. Yo mismo, que no soy adorador de R'hllor, he pasado de encender las hogueras del San Juan de mi infancia a acompa?ar, a lo lejos, a los ni?os y j¨®venes de mi familia en su iniciaci¨®n a los desfiles del fuego.
Aire, tierra, agua y fuego. Uno de los cuatro elementos, el fuego dominado por la cultura es tan ambivalente como la condici¨®n humana a la cual define: llamamos incendio a un fuego desatado y pira a otro enloquecido. Y es que actuaciones tales como la quema en efigie de alguien vivo son casi siempre inquietantes. Comprendo perfectamente que los poderes p¨²blicos quieran controlar el fuego. Ya lo intentaron los dioses. Vean, si lo dudan, las im¨¢genes asociadas por cualquier buen buscador a ¡°quemado en efigie¡± o ¡°burned in effigy¡±. Saldr¨¢n hastiados, o peor: autos de fe, efigies de presidentes de los Estados Unidos, pero tambi¨¦n, m¨¢s festivamente, ver¨¢n a Judas Iscariote, docenas de Fallas de Valencia, al traidor Guy Fawkes o a The Man en el festival de Burning Man de Montana.
Mandan las circunstancias: si uno de mis estudiantes, hastiado por mis explicaciones o descontento por mis evaluaciones, recorta cuidadosamente mi foto de la orla de su promoci¨®n y la perfora con un cigarrillo encendido, no me preocupar¨¦ lo m¨¢s m¨ªnimo. Pero si, acompa?ado por cuatro colegas, organiza la basura de un escrache y quema papeles frente a la puerta de mi casa, llamar¨¦ a la polic¨ªa, aunque ignoro, confieso intranquilo, con qu¨¦ ¨¦xito. Y es que, como escribi¨® Oscar Wilde, la ¨²nica ventaja de jugar con fuego es que uno aprende a no quemarse.
En septiembre de 2007, los se?ores Jaume Roura y Enric Stern, sin el ingenio infinito de Wilde en la cabeza, pero con el rostro encapuchado y una antorcha en la mano, quemaron la fotograf¨ªa de los reyes de Espa?a. Al hacerlo as¨ª se autorretrataron (YouTube: ¡°Quema de fotos del Borb¨®n en Girona¡±), y no para bien, pues, en una democracia liberal, casi nadie con dos dedos de frente resalta haza?as semejantes en su curr¨ªculo profesional. Antes bien, hoy en d¨ªa lo normal en Europa es que, con el paso de los a?os y apagados los rescoldos del fuego, estos y otros modestos ¨¦mulos de Er¨®strato reivindiquen su dudoso derecho al olvido y pugnen por retirar de la red la informaci¨®n gr¨¢fica sobre estas ceremonias.
Y as¨ª habr¨ªa ocurrido probablemente en este caso si los tribunales de este pa¨ªs no hubieran acudido al rescate de la reputaci¨®n de los celebrantes: Roura y Stern fueron perseguidos, enjuiciados y condenados por lo penal y el pleito lleg¨® hasta el Tribunal Constitucional (TC). Este ha resuelto que quemar una foto de los reyes no est¨¢ amparado por la libertades ideol¨®gica y de expresi¨®n, sino que est¨¢ justamente castigado por la ley y merece las penas impuestas a los recurrentes en el caso, 15 meses de prisi¨®n sustituidos por una multa de 2.700 euros (Sentencia 177/2015, BOE 21.8.2015). La sentencia del TC espa?ol no pasar¨¢ por el cedazo del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Dadas las circunstancias del caso ¡ªuna manifestaci¨®n antimon¨¢rquica que transcurri¨® sin mayores des¨®rdenes¡ª es bastante probable que el Tribunal de Estrasburgo decline ver en los hechos una ¡°incitaci¨®n a la violencia¡± o la difusi¨®n de ¡°la idea de que los Monarcas merecen ser ajusticiados¡±, como se lee en los fundamentos jur¨ªdicos de la sentencia espa?ola.
As¨ª lo han visto venir varios jueces del Constitucional espa?ol, en sus votos particulares, como Adela As¨²a (no se gener¨® ning¨²n riesgo grave e inminente de violencia, ni un clima amenazante de odio, escribe), Encarna Roca (las ideas pueden expresarse de muchas formas con el ¨²nico l¨ªmite del orden p¨²blico, el cual no se alter¨® en el caso), o Juan Antonio Xiol (la respuesta penal es innecesaria y desproporcionada). As¨²a, Roca y Xiol tienen raz¨®n: hab¨ªa que haber dejado que el fuego se apagara solo, en lugar de alimentarlo con m¨¢s le?a. Si hay algo que puede convertir la quema de la fotograf¨ªa de un Jefe de Estado en una gesta digna de ser rese?ada en un curr¨ªculo es precisamente la circunstancia de que est¨¦ prohibida por las leyes penales.
Pablo Salvador Coderch es catedr¨¢tico de Derecho Civil de la UPF.
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