Carmena indulta las chabolas de los Vargas
Un poblado resiste una d¨¦cada en los terrenos de la Operaci¨®n Chamart¨ªn
A Yoli Navarro Vargas le dan miedo las serpientes y la oscuridad. No necesariamente por ese orden. Durante el d¨ªa, abre las puertas de su oscura chabola para que entre la luz. Por la del ba?o se cuela a chorros a trav¨¦s del techo de pl¨¢stico transparente. Por la noche, las cierra bien para evitar las serpientes ¡°grandes como pu?os¡±. Yoli est¨¢ separada y convive con sus tres hijos en la ¨²ltima chabola del poblado de Fuencarral.
En varios rincones del sal¨®n de la casucha hay bolsas de medicamentos y papeles del hospital. Anto?ito, el hijo mayor, naci¨® con una enfermedad cong¨¦nita que le provoca convulsiones y taquicardias. Por ¨¦l hicieron el ba?o y forraron el suelo de parqu¨¦ viejo para intentar aislar. Anto?ito, que tiene las paletas separadas, es ya cuarta generaci¨®n en este lugar rodeado de tablones y muebles viejos que ha resistido m¨¢s de una d¨¦cada pese a las ¨®rdenes firmes de derribo y a estar enclavada en mitad de una de las mayores operaciones urban¨ªsticas de Madrid.
El terreno forma parte de la Operaci¨®n Chamart¨ªn, que preve¨ªa extender el paseo de la Castellana y construir casi 18.000 viviendas y que est¨¢ en suspenso desde que el Ayuntamiento cambi¨® de manos el pasado mayo. Los Cort¨¦s y los Vargas comenzaron a asentarse en el terreno hace m¨¢s de una d¨¦cada. ¡°El primero que lleg¨® aqu¨ª fui yo¡±. Repantingado sobre una silla de su patio, Antonio Cort¨¦s rememora los or¨ªgenes. ¡°Me puse un cacho de tel¨®n y se cay¨® porque estaba lloviendo mucho. Luego hice la chabola, que se me quem¨®. Y ya vino mi familia y empezaron a hac¨¦rselas todos...¡±. Ahora temen que llegue la piqueta, las derribe de una vez y les deje en la calle, ajenos a que el nuevo Ayuntamiento no prev¨¦ ejecutar la orden de demolici¨®n que se acaba de reactivar.
¡°Nunca los dejar¨ªamos en la calle¡±, dice el Ayuntamiento
El concejal de Fuencarral, Guillermo Zapata (Ahora Madrid), asegura que no hay intenci¨®n de derribar las chabolas de los Vargas. ¡°Esa no es nuestra l¨ªnea de actuaci¨®n¡±, se?ala. El responsable indica que no ten¨ªa conocimiento de la notificaci¨®n que lleg¨® a una de las familias el 23 de julio y que reabre la v¨ªa judicial para la demolici¨®n. El edil particip¨® el 27 de julio en una comisi¨®n de seguimiento del distrito en la que se inform¨® ¡°de las chabolas existentes en el barrio pero no se habl¨® de derribos¡±. ¡°Jam¨¢s les echar¨ªamos sin vivienda, no los dejar¨ªamos en la calle¡±, sostiene el edil al tel¨¦fono. Guillermo Zapata a?ade que hay un trabajo ¡°bastante intenso¡± de los servicios sociales con esas familias y que la Polic¨ªa Municipal hace un seguimiento sobre el terreno. A?ade que no constan quejas de los vecinos de la zona.
Al otro lado de la puerta, Dori Vargas mira de soslayo a su exmarido Antonio Cort¨¦s. No quiere salir en las fotos ni vive en el poblado, donde hay unas 40 personas. La mayor¨ªa se apellidan Vargas de primero o de segundo.
Hay ni?os por todas partes. Los menores est¨¢n matriculados en el colegio p¨²blico Vasco N¨²?ez de Balboa. En vacaciones, juguetean por el poblado. Gatean, bailan y gritan alrededor del patriarca mientras sigue su relato. Antonio Cort¨¦s defiende que no viven del ¡°trapicheo¡±. ¡°No vendemos drogas, no somos camellos ni tenemos las chabolas por todo lo alto. Miren lo que quieran¡±, explica a los periodistas.
Las chabolas est¨¢n construidas a retales, con pal¨¦s como paredes, azulejos dispares por el suelo, televisores casi siempre grandes y hornillos generalmente peque?os. Los suelos brillan como patenas pero hace calor. En oto?o se llenan de goteras. En invierno se cuela el fr¨ªo por las rendijas. Nadie tiene empleo estable a lo largo y ancho del poblado. Unos y otros cuentan que viven de la renta m¨ªnima, de las ayudas sociales o de la venta de chatarra.
Las familias del poblado han recibido ¡°muchas veces¡± amenaza de desalojo. De las dos ¨²ltimas notificaciones se libraron por errores de forma. En un caso, el n¨²mero de la calle no coincid¨ªa con el de la citaci¨®n. En 2013, se comunic¨® un ¨²nico derribo para todas las casas aunque el proceso legal exige tramitarlas una a una.
¡°Nos ha llegado una nueva carta del Ayuntamiento¡±, dice Roberto Miguel Santos con el documento en la mano. Este hombre moreno y de grandes dimensiones es dominicano y yerno del patriarca Cort¨¦s. ¡°Soy un gitano light, tengo cinco yernos payos¡±, resalta el suegro. Roberto y su mujer, Mireya, llevan tres a?os en el poblado. Ocuparon el espacio vac¨ªo que dej¨® otra de las hijas de Antonio al mudarse a un piso social. ¡°Tiramos su chabola y construimos la nuestra¡±, dice Santos. Aqu¨ª las casas son de quita y pon.
El ¨²ltimo papel municipal, del pasado 23 de julio, reclama ¡°de forma inmediata¡± el desalojo de su chabola. ¡°El lema de la nueva alcaldesa es no tirar a la gente a la calle. Nosotros queremos que vengan a vernos y nos den una soluci¨®n¡±, argumenta Roberto apelando a su manera a la pol¨ªtica antidesahucios de la nueva regidora de Madrid, Manuela Carmena. Un d¨ªa despu¨¦s de la visita de EL PA?S al poblado, el Ayuntamiento confirma a este peri¨®dico que no tiene intenci¨®n de derribar las chabolas y que la situaci¨®n de sus moradores est¨¢ en estudio.
Las familias piden alquileres de ¡°unos 100 euros para poder pagarlos¡±, calcula Cort¨¦s. A su sobrina Yoli le gustar¨ªa un piso al que no lleguen las serpientes para ella y sus tres hijos. El mayor, Anto?ito, levanta el brazo junto al dintel de la puerta. A sus ocho a?os, ha debido o¨ªr hablar mucho de pisos sociales porque se?ala el bloque de viviendas de ladrillo visto que hay al final de la explanada y proclama sin que nadie le diga nada: ¡°Yo quiero ese piso de all¨ª, el del IVIMA [Instituto de la Vivienda de Madrid]¡±. A su hermana de cuatro a?os le importa poco de d¨®nde venga la vivienda. Lo ¨²nico que reclama, si se mudan, es que le pongan ¡°la habitaci¨®n de Pepa Pig¡±.
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