Una vida entre pelucas y postizos
El retrato de la peluquera Anto?ita se encuentra en el hall del teatro Espa?ol en agradecimiento a su trabajo
Todos los d¨ªas, despu¨¦s de desayunar, Anto?ita camina hacia el fondo de un pasillo atiborrado de fotos de actores y actrices de cine y teatro ¡ªla mayor¨ªa en blanco y negro¡ª, entra en la ¨²ltima habitaci¨®n de su casa ¡ªllena de armarios con cajas y varias cabezas de madera¡ª, se pone una diminuta bata blanca, se sienta ante una mesa en la que siempre tiene a mano ¡ªentre otras cosas¡ª peines, tijeras, tenacillas, una carda (cepillo de p¨²as de alambre para separar cabellos) y pasa toda la ma?ana haciendo ¡ªahora menos que antes¡ª el trabajo que aprendi¨® hace 76 a?os: distinguir tipos de pelo, confeccionar apliques, postizos, barbas, bigotes, patillas, calvas, trenzas y pelucas. Pelucas que ella tambi¨¦n peina. Pelucas que ahora su sobrina ¡ªcon paciencia artesanal¡ª tarda dos semanas en realizar. A primera hora de la tarde, despu¨¦s de comer, Anto?ita se sube a un taxi con rumbo a la Plaza de Santa Ana, en el c¨¦ntrico barrio madrile?o De Las Letras, y entra ¡ªcomo desde hace 33 a?os¡ª en el Teatro Espa?ol para ocuparse de las cabezas de aquellos que encarnan a los personajes de las obras representadas sobre el escenario.
Anto?ita es una mujer de 90 a?os que mide poco menos de metro y medio, con la energ¨ªa de ¡°una ardilla veloz y permanentemente risue?a, activa, m¨¢s a¨²n: activ¨ªsima¡±, como la describe su ex jefe, el actor y director Mario Gas. Tiene una sonrisa estampada en el rostro, unos o¨ªdos que no perciben sonidos de baja intensidad, una memoria l¨²cida y precisa, una alegr¨ªa desbordada, unas manos por las que han pasado decenas de cabezas famosas, el recuerdo siempre presente de su marido y toda una vida entre pelucas y postizos.
Dicen que el pelo dota de sensualidad al ser humano. De ah¨ª la a?eja importancia de cuidarlo y amoldarlo. Una cabeza tiene distintos significados dependiendo de si tiene mucho o poco cabello, corto o largo, de un color u otro, tal o cual peinado. La cabellera es capaz de acentuar la feminidad o la virilidad, la experiencia, una ¨¦poca o el estatus social. Por eso Anto?ita se ha esforzado por juntar y dar forma a un manojo de pelos, con la intenci¨®n de enmarcar los expresivos rostros de los actores de teatro.
?A m¨ª me encanta venir al teatro! A m¨ª, si en casa me duele una pierna, cuando cojo el taxi para venir, ya se me ha quitado el dolor.
Tal vez Ver¨®nica Forqu¨¦ no hubiera sido la misma sin el coletero rojizo que le hizo para ?Ay, Carmela! O Berta Riaza no hubiera despertado las mismas sensaciones entre el p¨²blico sin esos pelos de estropajo que refirmaban su amargura y el control excesivo de sus hijas en La Casa de Bernarda Alba. Quiz¨¢ la galanter¨ªa de Paco Valladares en La noche del s¨¢bado hubiera sido menor sin ese tup¨¦ y esas canas insipientes en las sienes. O Manuel Galiana no hubiera quedado tan parecido a Francisco de Quevedo sin una melena ondulada en El caballero de las espuelas de oro. Qui¨¦n sabe si la actuaci¨®n de Rosy de Palma en Pelo de tormenta hubiese sido la misma sin su voluminoso peinado Fontange. O la de Julieta Serrano sin aquellos rulos en Las cu?adas. A todas y a todos, como si fuera un hada, Anto?ita les puso una peluca y ellos, de inmediato, se convirtieron en un personaje.
***
Para hacer una peluca es necesario tener una cabeza de madera con la superficie bien pulida. En ella se marcan las medidas de la persona destinataria: de la frente a la nuca y de oreja a oreja. Despu¨¦s se confecciona una montura de tela (malla o tul) en la que ha de fijarse el pelo, al que luego se le har¨¢ el corte y el peinado. Pero cada paso requiere tiempo y un esfuerzo meticuloso. Anto?ita lo supo a los 14 a?os cuando comenz¨® a aprender el oficio. La Guerra Civil acaba de terminar y ella miraba a diario con mucha curiosidad el trabajo artesanal de sus vecinos que se dedicaban a confeccionar pelucas para obras de teatro y pel¨ªculas.
¡°En mi ¨¦poca de aprendiza llevaba las pelucas a los teatros. Me acuerdo de do?a Loreto Prado. A ella se las llevaba al Teatro C¨®mico, que estaba donde est¨¢ ahora El Corte Ingl¨¦s de la parte de atr¨¢s de Sol y recuerdo que ten¨ªa en el camerino un gato grand¨ªsimo que a m¨ª me horrorizaba. Eran los a?os de la posguerra pero, quiz¨¢ porque yo era muy joven, no sent¨ªa miedo. Hab¨ªa una cosa en el ambiente que nos hac¨ªa estar sobrecogidos a los madrile?os, pero yo me lo pasaba muy bien. Iba al cine Carretas, con mis amigas, y trabajaba en el taller y estaba siempre rodeada de actores y no lo pasaba mal¡±, dice Anto?ita con una sonrisa que le encoge los ojos.
Adem¨¢s de encontrar trabajo, en aquel taller la muchacha nacida la noche de Reyes de 1925 tambi¨¦n encontr¨® el amor. ¡°Me enamor¨¦ de Juli¨¢n Ruiz, quien era mi amigo y mi maestro y un gran ser humano. Nos quer¨ªamos mucho. Fue un amor de aquellos de los que no se enteraba la familia¡ Ay, mi Julipi de mi alma. Muri¨® en el 83. ?Mi Julipi de mi alma!¡±, suspira y evoca con emoci¨®n Anto?ita, mientras sus ojos se tornan acuosos. ¡°Trabajamos mucho juntos. Hac¨ªamos montones de pelucas para temporadas enteras de zarzuela. Hab¨ªa muchos programas de televisi¨®n y pel¨ªculas que necesitaban de nuestro trabajo. Solamente para La trompeta nacional hicimos 50 pelucas de indios. Hubo un tiempo, hijo m¨ªo, en que en Espa?a se hicieron grandes producciones extranjeras y ven¨ªan los mejores directores y las grandes estrellas de cine y por eso nosotros nos encargamos, por ejemplo, de la peluquer¨ªa de El cid, 55 d¨ªas en Pek¨ªn, La ca¨ªda del Imperio Romano, Doctor Zhivago¡ ?Madre m¨ªa, lo que hemos trabajado!¡±
Hace 50 a?os, sus jornadas laborales parec¨ªan interminables. ¡°Hab¨ªa d¨ªas en los que ni siquiera pensaba en irme a dormir. Porque hab¨ªa horarios que el director marcaba y hab¨ªa que respetar. Adem¨¢s, nos pill¨® una ¨¦poca en la que se llevaban las pelucas por la calle, con los pelos cardaos. Recuerdo que en la Plaza de las Cortes, frente al congreso de los Diputados, hab¨ªa una peluquer¨ªa muy famosa, la de Rosa Zabala, a la que iba toda la alta sociedad de Madrid: las folkl¨®ricas, la mujer de Franco¡ Esa se?ora nos compraba muchas de las pelucas a nosotros, pero las vend¨ªa como si las trajese de Par¨ªs. A m¨ª me dec¨ªa: ¡®Anto?ita, no me pongas etiquetas en las pelucas.¡¯ En los 60 estaban muy de moda las cabezas abultadas y los postizos y nosotros tambi¨¦n nos encarg¨¢bamos de ello.¡±
Ahora, sin embargo, define sus d¨ªas de trabajo como ¡°bastante descansados¡±, pues varios actores salen al escenario sin pelucas. ¡°Antes pr¨¢cticamente todos requer¨ªan mucho de nosotros: pelo, bigote, barba¡ Pero ahora las cosas han cambiado tanto que la mitad de ellos salen sin nada. Y ya no tengo el taller grande de antes. Hay veces que salimos a las 12 de la noche del teatro. Al terminar la funci¨®n les quitamos las pelucas a los actores y actrices y las dejamos preparadas para el d¨ªa siguiente.¡±
¡ª?Y usted ha usado pelucas?
¡ªPues mira, te voy a decir: s¨ª. Pero no peluca entera. Cuando se llevaban las colas de caballo, yo llevaba un postizo. Pero normalmente siempre he ido peinada como vez ahora. Es m¨¢s: siempre llevaba flequillo. Raya en medio con flequillo. No he sido una mujer de ponerse chufos y¡ No, no. Siempre as¨ª.
Es una tarde apacible y en este rinc¨®n donde se aderezan cabezas conocidas, ubicado junto al escenario del Teatro Espa?ol, se escuchan las voces de quienes en estos momentos est¨¢n ensayando El burlador de Sevilla. Sentada frente a un espejo con un marco de bombillas encendidas y una peluca rubio platino bien peinada, Anto?ita cuenta que lleg¨® a trabajar aqu¨ª en 1981. ¡°Una tarde, el gerente del teatro llam¨® a mi marido, que era ya muy conocido en el medio art¨ªstico por su trabajo de peluquer¨ªa y caracterizaci¨®n, y le dijo: ¡®oiga, p¨¢sese por el teatro que tenemos que hablar con usted.¡¯ Yo lo acompa?¨¦ y result¨® que la peluquera que hab¨ªa se hab¨ªa marchado a la televisi¨®n y necesitaban a alguien para hacerse cargo de la peluquer¨ªa del teatro. Y yo, r¨¢pidamente, dije: ¡®por m¨ª, encantada.¡¯ Mi marido se sorprendi¨®, pero bueno. Y ya llevo m¨¢s de 30 a?os aqu¨ª. D¨ªa a d¨ªa, ?eh? Menos el d¨ªa que me toca librar, claro. Cada 15 d¨ªas libro un fin de semana.¡±
Hace poco, cuando volvi¨® se sus vacaciones de verano, Anto?ita les solt¨® a sus compa?eros de trabajo:
¡ªYo creo que ya tendr¨ªa que irme del teatro, ?no? Qu¨¦ dir¨¢n por ah¨ª: una se?ora de 90 a?os todav¨ªa trabajando.
¡ª?Y qu¨¦ vas a hacer en casa, Anto?ita? ?Anda, no digas tonter¨ªas! ¡ªle respondieron.
¡°Y as¨ª llevamos la mar de tiempo. ?Saco el tema y me lo desbaratan!¡±, cuenta la madre de dos hijos y abuela de cinco nietas, con un peine en la mano, rodeada de infiernillos, maquinillas para cortar el pelo, botes de champ¨² y laca.
¡ª?Y de d¨®nde saca tanta energ¨ªa?
¡ªPues mira, hijo m¨ªo: me gusta mucho mi trabajo. ?A m¨ª me encanta venir al teatro! A m¨ª, si en casa me duele una pierna, cuando cojo el taxi para venir, ya se me ha quitado el dolor.
***
Una ma?ana soleada, ocho d¨ªas despu¨¦s de nuestra primera conversaci¨®n, Anto?ita nos abri¨® la puerta de su casa-taller. Mientras nos adentr¨¢bamos, cada foto colgada en la pared desat¨® una an¨¦cdota. ¡°Ah¨ª est¨¢ Jos¨¦ Carlos Carri¨®n. Esta es Vicky Pe?a. Mira: Ana Mar¨ªa Vidal, Margarita Lozano, Jos¨¦ Sacrist¨¢n¡ Todos llevan peluca, ?eh? Aqu¨ª est¨¢ mi marido con [Luis] Bu?uel, cuando se hizo Tristana. ?Qu¨¦ recuerdos! Mira: Charlton Heston, Sophia Loren, Flora Robson, Omar Shariff, Ava Gardner.¡± Enseguida nos gui¨® hasta el sal¨®n, cogi¨® una peque?a llave y abri¨® la vitrina donde guarda sus premios. ¡°Este es el Premio Seres que dan en M¨¦rida. Estas otras son las medallas de plata de Bellas Artes. Y este es¡ a ver¡. Ah, s¨ª: el Premio Segundo Chom¨®n, de la Academia de Cine. Y este es el Premio Especial de la Uni¨®n de Actores.¡±
Finalmente llegamos al fondo de la casa y entramos en la habitaci¨®n que desde hace unos a?os es su taller. Sentada bajo la luz cenital de una l¨¢mpara y con las gafas a media nariz, estaba su sobrina Mercedes haciendo una peluca roja. ¡°Ella y yo somos las ¨²nicas que seguimos con esto. ?Y pensar que en los buenos tiempos ¨¦ramos unas 20 personas trabajando sin parar! Pues Merceditas lleva conmigo 60 a?os. Y ya tiene m¨¢s de 70. 74 para ser exactos¡±, apostilla Anto?ita. Mercedes, con su bata blanca, ataja: ¡°Cuando tuve que trabajar, mi madre me llev¨® al taller para que aprendiera el oficio. Tardo m¨¢s o menos 15 d¨ªas en hacer una peluca. Porque es un trabajo completamente artesanal¡±, dijo casi sin despegar la vista del manojo de pelo que estaba manipulando.
Anto?ita abri¨® un caj¨®n y sac¨® un grueso ¨¢lbum de tapas blancas. Lo puso sobre una mesa de madera y sent¨® para hojearlo. Y mientras lo hac¨ªa, las fotos en blanco y negro desencadenaron m¨¢s recuerdos. ¡°Este es Fernando Fern¨¢n G¨®mez, que lleva bigote postizo. Este es Charlton Heston en una prueba de maquillaje para El Cid. No sab¨ªan si ponerle la cicatriz en un lado o pon¨¦rsela en otro. Mira estas fotos: las pelucas qu¨¦ bonitas quedaron. Aqu¨ª est¨¢n unos que dejamos calvos. ?Uy!, esto es de 55 d¨ªas en Pek¨ªn. A estas bandas de pelo de las mujeres les llam¨¢bamos aviones. Por la noche las dej¨¢bamos engominadas y a la ma?ana siguiente las dobl¨¢bamos. En esta otra foto est¨¢ mi marido maquillando a un caballo de pl¨¢stico para una pel¨ªcula que se llam¨® Las tres etc¨¦teras del coronel, con Vittorio de Sicca. Es que a ¨¦l le daba miedo subirse a un caballo de verdad y mi marido tuvo que maquillar a un caballo de pl¨¢stico para que pareciera de verdad. ?Qu¨¦ cosas, no?¡±
Anto?ita pasa una tras otra las hojas del ¨¢lbum. Desliza las yemas de los dedos sobre las fotos. Cuenta detalles de las pelucas y las pel¨ªculas. ¡°Este es Andr¨¦s Mejuto, que no se le oy¨® nombrar ya. ?Qu¨¦ habr¨¢ sido de ¨¦l? Esta es una pel¨ªcula en donde el protagonista se hace mayor mientras su mujer est¨¢ en coma. Va pasando el tiempo y as¨ª va cambiando. Lleva de todo, ?eh? Lleva barba, peluca y hasta p¨¢rpados postizos. Y cuando la mujer despierta, se enamora del m¨¦dico y ¨¦l se encierra en un hotel y se deja morir, je je je.¡±
Las cajas que nos rodean contienen pelucas de se?ora, de caballero, japonesas, apliques de se?or, peluquines blancos de Luis XV, trensas. Anto?ita abre una y ense?a coleteros de se?ora de distintos tama?os y diferentes colores. Cepilla un par y lo mete de nuevo a la caja. Luego muestra coronillas de cura y se detiene ante las cabezas de madera. ¡°Son muy antiguas, algunas deben tener m¨¢s de 100 a?os. Porque eran de mi suegro, de quien mi marido aprendi¨® todo. Pero todav¨ªa sirven. Estas otras son cabezas de escayola. Esta es del marido de Concha Velasco, porque para una pel¨ªcula donde le cortan la cabeza hubo que hacerle una cabeza igual a la de ¨¦l¡±, dice con otra sonrisa.
¡°Tambi¨¦n tengo por ah¨ª unas cajas con ojos¡±, agrega al instante, como si tal cosa. ¡°Mira: esto era de una pel¨ªcula que se llamaba El Transiberiano. A mitad del viaje, el monstruo se despierta y sale y va matando a los pasajeros del tren. Y cada vez que los mataba, los ojos se le ensangrentaban. Se le pon¨ªan rojos, tan rojos como estos que llevaban una pila para iluminarlos ?Qu¨¦ trabajo, no? Ahora esto ya¡¡±, arguye al tiempo que los guarda como si as¨ª los devolviera al pasado.
De pronto se oye el timbre de la casa y Mercedes deja la peluca en la que trabaja sobre la mesa para ir a abrir. Es una chica que forma parte de la producci¨®n del musical Cabaret y viene a recoger las pelucas que encarg¨® para las bailarinas: una roja, una morena y otra rubio platino. ¡°Hacer una peluca a mano es muy dif¨ªcil y ya casi no se hace. Las f¨¢bricas de los chinos nos han desbancado¡±, comenta mientras las ense?a. ¡°En este momento no creo que esto lo haga mucha gente en Espa?a. Que yo sepa, mi taller es el ¨²nico artesanal. De por s¨ª, toda la vida hemos sido muy poca gente. En los buenos tiempos, cuando se hac¨ªa mucho cine, hab¨ªa otros dos talleres que hac¨ªamos lo mismo. Pero la batuta la llev¨¢bamos siempre nosotros. Y ¨¦ramos muy conocidos en el extranjero.¡±
¡ª?Nunca les ofrecieron irse a trabajar a otro pa¨ªs?
¡ªS¨ª. Est¨¢bamos haciendo La ca¨ªda del Imperio Romano y estaban encantados con nosotros. Y nos dijeron: nos gustar¨ªa que se vinieran a Am¨¦rica. Yo me emocion¨¦. Le dije a mi marido: ¡®v¨¢monos y ponemos una tienda en la Quinta Avenida.¡¯ Pero ¨¦l dijo: ¡®?y qu¨¦ vamos a hacer nosotros en la Quinta Avenida sin comernos las gambitas de Casa Alfredo?¡¯ Y por eso no aceptamos.
Esta mujer, hija de un repartidor de prensa y de una zapatera, ¡°una de las perlas m¨¢s preciadas del teatro¡± (Mario Gas dixit), en realidad de llama Telesfora Galeana Fern¨¢ndez. Cuando en el Registro Civil le preguntaron al padre el nombre de la ni?a, ¨¦ste ten¨ªa tanta emoci¨®n que no lo recordaba. As¨ª que el funcionario le sugiri¨®: ¡®?qu¨¦ tal si le ponemos el nombre del santo que celebramos hoy?¡¯ Y as¨ª lo hizo. Todo el tiempo, sin embargo, la gente se dirig¨ªa (y se dirige) a ella como Anto?ita. Se enter¨® de su nombre ¡°oficial¡± hasta el d¨ªa en que comenz¨® los tr¨¢mites para casarse. El disgusto fue moment¨¢neo porque pudo m¨¢s la ilusi¨®n de unirse para siempre a su vecino-amigo-maestro, Juli¨¢n Ruiz. Y hoy se presenta, siempre y ante todos, como Anto?ita viuda de Ru¨ªz.
El retrato enmarcado de la viuda de Ruiz se encuentra en el hall del Teatro Espa?ol. Lo hizo Chema Conesa y en ¨¦l Anto?ita aparece junto a una peluca blanca del siglo XVIII colocada en una cabeza de madera. Ella mira a la c¨¢mara y sonr¨ªe, claro. En el mismo sitio hay otras tres fotograf¨ªas. Son de Concha Velasco, Jos¨¦ Sacrist¨¢n y Mario Vargas Llosa quien, hasta hace unos meses, actu¨® aqu¨ª en La chunga. Puntualiza Anto?ita con una carcajada como remate: ¡°ahora digo que me han puesto al lado de Vargas Llosa. ?Y sin ser la Presley!¡±
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