Rodoreda en el jard¨ªn de infancia
Correspondencia familiar in¨¦dita de la autora de ¡®La placa del Diamant¡¯ desvela episodios infantiles que ella silenci¨® en la vida real pero plasm¨® en sus novelas
Agobiada por lo que simbolizan en su vida, la supuesta dulce Colometa de La pla?a del Diamant decide agitar violentamente los huevos de las palomas, por lo que las cr¨ªas nacen muertas, aquellas los aborrecen y, al poco, abandonan el palomar. Es exactamente la misma sutil soluci¨®n exterminadora que la peque?a Merc¨¨ Rodoreda Gurgu¨ª aplic¨® a las palomas de la casa de su abuelo donde viv¨ªa: su idolatrado avi y sus queridos padres se interesaban demasiado por ellas; simplemente, les ten¨ªa celos¡ Tanto la marc¨® que ese exterminio de t¨®rtolas tambi¨¦n aparece en la novela Isabel i Maria¡
El episodio real tuvo lugar en el palomar que estaba en uno de los dos jardines del casal de 90 metros cuadrados que la familia ten¨ªa en el barrio de Sant Gervasi de Barcelona, epicentro de la id¨ªlica burbuja en la que vivi¨® la futura escritora toda su infancia hasta su estallido cuando ella tiene 16 a?os (en 1924), experiencias y traumas que nunca cont¨® en vida pero que, en un ejercicio de exorcismo, fue dejando en peque?os y hasta ahora desconocidos jirones diseminados a lo largo de toda su obra.
¡°Rodoreda vive en una esfera que es muy de la ¨¦poca, inocente, rom¨¢ntica, todo muy edulcorado hasta que estalla la Primera Guerra Mundial; es una familia, adem¨¢s, que no toca de pies en el suelo, que conf¨ªan en el azar, pero eso es lo que alimentar¨¢ todo el imaginario de la escritora y que har¨¢ su obra mucho m¨¢s autobiogr¨¢fica de lo que hab¨ªamos imaginado hasta ahora¡±, apunta Carme Arnau, experta en la autora de Mirall trencat y que, tras 35 a?os de estudiarla, explora ahora aquella burbuja a partir de cartas in¨¦ditas de la familia depositadas en el Institut d¡¯Estudis Catalans en El parad¨ªs perdut de Merc¨¨ Rodoreda (Edicions 62).
El acto de la Colometa en 'La pla?a del Diamant' sacudiendo y matando los huevos de palomas lo hizo la ni?a Rodoreda con las t¨®rtolas de su abuelo por celos
El n¨²cleo de esa esfera era el abuelo materno, Pere Gurgu¨ª, que en 1910 construye en su jard¨ªn el primer monumento de Barcelona a Jacint Verdaguer (a quien idolatra desde que lo conoci¨® en la redacci¨®n de La Renaixen?a), desde 1888 tesorero de la Lliga de Catalunya, en 1892 miembro de la Uni¨® Catalanista y separatista confeso, que acaba sus escritos siempre con un ¡°Catalunya i avant!¡±, unas pasiones pol¨ªticas y literarias que la ni?a Rodoreda adoptar¨¢, hasta el extremo de cerrar sus primeros cuadernos de caligraf¨ªa tambi¨¦n con aquel deseo. Cree Arnau que esa afici¨®n del abuelo por los eventos hist¨®ricos explicar¨ªa que Rodoreda no rectificara nunca la fecha de su nacimiento en 1908 y no en el agitado 1909 de la Setmana Tr¨¤gica como dej¨® que se repitiera err¨®neamente hasta su muerte.
No debe sorprender: el abuelo, que coloca una senyera en el casal, lleva a su ¡°princesa del Putxet¡± a la tumba de Verdaguer en Montju?c o a la estatua de Rafael Casanova por la Diada. Luego, no se cansa de o¨ªr versos, am¨¦n de los del propio moss¨¨n Cinto, de Joan Maragall y Josep Maria de Sagarra, algunos recitados por sus padres, Montserrat y Andreu, tan apasionados por el teatro (estudian en el Audit¨°rium de Gr¨¤cia, donde Pompeu Fabra imparte prosodia catalana), que la har¨¢n subir a un escenario a los cinco a?os y leer a Shakespeare. La traducci¨®n ser¨¢ que en 1935 Rodoreda escribir¨¢ una obra dram¨¢tica, de la que hoy s¨®lo queda el t¨ªtulo: Sense dir ad¨¦u. Libros, que se sepa, el abuelo s¨®lo le regalar¨¢ uno: a sus 11 a?os le obsequia nada menos que con El para¨ªso perdido de John Milton, de tal impacto en la ni?a que citas del mismo abrir¨¢n tres cap¨ªtulos de su novela de juventud Un dia en la vida d¡¯un home.
El abuelo materno, Pere Gurgu¨ª, le inculc¨® el amor a la literatura y al catalanismo, hasta el extremo de que escrib¨ªa al final de sus cuadernos de caligraf¨ªa 'Catalunya i avant!', como el 'avi' acababa sus cartas
Los para¨ªsos se acostumbran a perder y s¨®lo existen los que han desaparecido, recuerda Arnau, pero eso la ni?a Rodoreda no lo sabe a¨²n: es feliz en un jard¨ªn donde abundan las rosas, de las que tiene la costumbre de cortarlas y pon¨¦rselas al pecho, como har¨¢ la protagonista de Aloma, novela tan autobiogr¨¢fica (dedicada a sus padres, nombres de la muy catalanista protagonista que son los de sus abuelas¡) que por ello dud¨® en publicar. Los jardines de los vecinos, los Ferriols y el impresionante vergel de la Casa Brusi (que la apertura de la futura calle Balmes, operaci¨®n inmobiliaria con la que sue?an los Gurgu¨ª con especular, se llevar¨¢ por delante), son el milim¨¦trico escenario de su gran Mirall trencat. En esa novela aflorar¨¢ tambi¨¦n el mundo de fantasmas y ¨¢ngeles con los que su fabulador abuelo, el ¡°angel vigilador¡± de la familia como lo define Rodoreda, le llena la cabeza. Los ¨¢ngeles tambi¨¦n asoman en El carrer de les Cam¨¨lies, del mismo modo que aparec¨ªa originalmente un feto guardado en formol fruto de un aborto de la protagonista. Es otro retazo biogr¨¢fico: la madre de la escritora perdi¨® a los cuatro meses al que deb¨ªa ser su hermano peque?o Anton, que la familia conserv¨® por ese sistema un tiempo, como se hizo con una tenia que parasit¨® a su padre, episodio reflejado en La pla?a del Diamant sufrido por el marido de la Colometa.
El detalle del feto finalmente desapareci¨® de El carrer de les Cam¨¨lies (obra que dedic¨® a su madre) porque as¨ª lo exigi¨® el editor Joan Sales, que lo calific¨® de moralmente discutible y ¡°mala imitaci¨®n¡± tanto de la tenia de La pla?a¡ como de una ¡°novel¡¤leta¡± de Lloren? Villalonga, L¡¯¨¤ngel rebel, que utiliz¨® la misma imagen (y que tampoco era un recurso literario: fue el resultado de una ajetreada relaci¨®n sentimental del autor mallorqu¨ªn). En La pla?a del Diamant, sin embargo, la Colometa s¨ª dar¨¢ a luz, con los a?os, una parejita, el ni?o de los cuales se llamar¨¢¡ Anton.
En una primera versi¨®n de 'Mirall trencat' reflej¨® el episodio del aborto de su madre, que guard¨® el feto en formol; el editor Joan Sales le hizo retirar el episodio. Rodoreda puso el nombre del que iba a ser su hermano al hijo que la Colometa tiene en 'La pla?a del Diamant'
Traviesa (siempre estar¨¢ subida en los ¨¢rboles), morenita de piel, parlanchina (caminar¨¢ y hablar¨¢ pronto), chiflada por los dulces, generalmente bien arreglada (con tres a?os viste de la prestigiosa tienda Can Pantaleoni), la ni?a Merc¨¨ ver¨¢ que todo el mundo escribe en casa. Cartas. Y muchas: su abuelo 130 y 11 postales; su padre, 22 misivas y 6 tarjetas; su madre, 29 y 5. El destinatario siempre es el mismo: se trata del hijo del abuelo, Joan Gurgu¨ª, enviado con 14 a?os a Argentina, uno de los 200.000 catalanes que marcharon a Am¨¦rica en la primera d¨¦cada del siglo XX en busca de fortuna. Es el que, con sus ayudas, mantiene a la familia, siempre afectada de la ¡°enfermedad del chaleco¡±: hay Navidades, como la de 1915, en las que "no hay ni una peseta¡±. Unas amigas del abuelo, las misteriosas y enjoyadas hermanas P (en verdad, ricas gracias a su posici¨®n de amantes de potentados, retratadas sin casi retoque alguno en El carrer de les Cam¨¨lies), echar¨¢n m¨¢s de una mano econ¨®mica a la familia. Por eso incluso la ni?a, cuando empieza a poder a?adir algunas palabras y, luego, a escribir sus propias misivas al ¡°t¨ªo americano¡± (no llegan a la treintena) es utilizada como chantaje moral (a conciencia o no) para apretar al indiano. ¡°L¡¯avi ja fa el que pot per donar-ne a la mare quan li¡¯n falta, per¨° hi ha d¨ªes que no pot comprar-me el Patufet; per aix¨° tots t¡¯abracem, i saps quant t¡¯estima¡ Merc¨¨¡±, escribe.
Redactadas mayormente en castellano porque en la escuela (a la que nunca ha dejado de ir aunque dijera de mayor que s¨®lo hab¨ªa asistido tres a?os y que no sab¨ªa dividir) no le ense?aban el catal¨¢n, Rodoreda ya muestra cierto gusto novelesco por narrar: es clara, detallista, ofrece buenas descripciones y di¨¢logos¡ Ve en su ese t¨ªo la esperanza de que sea el nuevo ¨¢ngel vigilador que el abuelo, ya muy enfermo, no puede ejercer. Cuando el ¡°t¨ªo Joan¡± regrese a la casa, la decepci¨®n ser¨¢ may¨²scula. En apenas seis hojas de diario, estas ya en catal¨¢n, la Rodoreda de 16 a?os se confiesa: el indiano es ¡°rudo y poco generoso¡±, ¡°un egoista sin coraz¨®n que quiere marcharse de casa y dejarnos¡±. Le ha destrozado la buc¨®lica infancia. La burbuja se deshincha ya del todo y la huida hacia adelante es peor: concertado en secreto y tras obtener una despensa papal, en octubre de 1928, justo cuando Rodoreda cumple 20 a?os, es casada con el t¨ªo americano. El resultado ser¨¢ un hijo nacido al a?o del matrimonio, Jordi Gurgu¨ª, y la separaci¨®n en plena Guerra Civil. La sensaci¨®n de incesto, la sombra del suicidio y la p¨¦rdida/destrucci¨®n del antiguo para¨ªso infantil (¡°Nom¨¨s es viu fins els 12anys¡±, puede leerse en Jard¨ª vora el mar) se perciben claramente en Aloma y Mirall trencat.
Arnau trabaja ahora en la tambi¨¦n poco explotada correspondencia de Rodoreda en el exilio. Le llama la atenci¨®n, dice, el l¨¦xico (¡°muy dom¨¦stico, con expresiones como ¡®espaterrant¡¯, t¨ªpica de su abuelo; ten¨ªan un argot familiar¡±) y la situaci¨®n de ¡°miseria negra que vivi¨® en ese exilio: ah¨ª te das cuenta de que el ¨²nico mundo propio lo tuvo en su infancia¡±. Debi¨® ser muy fuerte: en el piso que Rodoreda acabar¨ªa teniendo en Barcelona, en la calle Balmes, frente por frente a la que fue la casa de su infancia, Arnau ¨Cque recuerda que hab¨ªa utilizado el antiguo palomar del casal del abuelo para escribir-- descubri¨® en una visita una curiosa decoraci¨®n: figurillas de palomas en la mesilla de noche, en un tocador¡ Igual Rodoreda siempre supo que, tras la infancia, no pasa nada importante en la vida.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.