La trastienda porno
En 1906, el Papa exhort¨® a los fabricantes de cerillas a que no incluyesen im¨¢genes lascivas en sus cajetillas
Una de mis mayores aficiones en la adolescencia era buscar libros de lance. En esa edad en que todo es descubrimiento y sorpresa, los mejores momentos de la semana eran las visitas dominicales al mercado de Sant Antoni, las excursiones a la a?orada Novecientos de la calle Llibreteria, o las horas perdidas rebuscando entre las estanter¨ªas de la desaparecida Canuda, o de Batlle en calle de la Paja. Otras veces me acercaba a las librer¨ªas de la calle Aribau como Studio, Castro o Gibernau. Contaban que por all¨ª hab¨ªa un librero que durante el franquismo vend¨ªa clandestinamente revistas de sexo y libros de pol¨ªtica, como si ambas cosas fuesen expresiones de una misma necesidad de libertad.
Tradicionalmente, en nuestro pa¨ªs la pornograf¨ªa ha sido contrabando. Durante varias d¨¦cadas, a la Inquisici¨®n cat¨®lica y a los gobernantes de turno les pareci¨® mal cualquier tipo de lubricidad p¨²blica. Los dibujos er¨®ticos del pintor Ramon Mart¨ª i Alsina, las ilustraciones subidas de tono de Eusebi Planas, o el ¨¢lbum Los Borbones en pelota de los hermanos B¨¦cquer (Valeriano y Gustavo Adolfo), fueron contadas excepciones a lo que en Par¨ªs ya era de lo m¨¢s normal. Lo contaba el diario Le Figaro en 1880, explicando que en la capital gala la palabra ¡°pornograf¨ªa¡± estaba en labios de todo el mundo: ¡°Peri¨®dicos pornogr¨¢ficos, obras pornogr¨¢ficas, conferencias pornogr¨¢ficas, hasta las verduleras de las Grandes Halles dec¨ªan, seg¨²n un peri¨®dico, que iban a que les hiciesen la pornograf¨ªa, por decir que iban a fotografiarse¡±.
En este lado de los Pirineos, las im¨¢genes imp¨²dicas se colaban por la puerta de atr¨¢s. Se vend¨ªan impresas en librillos de papel de fumar, barajas de naipes, o en formato postal. No fue hasta 1890 que aparecieron las primeras publicaciones como La Saeta, Barcelona Alegre o Vida Galante. En esos a?os, el diario El Siglo Futuro comenz¨® a denunciar una ¡°epidemia pornogr¨¢fica¡±, mientras La Uni¨®n Cat¨®lica protestaba por ¡°el indigno y vergonzoso comercio de l¨¢minas y folletos pornogr¨¢ficos que se hace en Barcelona¡±. Alarmado, en 1903 el gobernador dict¨® severas ¨®rdenes para la persecuci¨®n de la pornograf¨ªa. Se lleg¨® a organizar una ronda con seis guardias municipales y un cabo para velar por la moral.
Por entonces, la capital catalana se estaba convirtiendo en uno de los centros productores de porno m¨¢s activos del continente. En 1906, el propio Papa exhort¨® a una comisi¨®n barcelonesa de fabricantes de cerillas a que no incluyesen im¨¢genes lascivas en sus cajetillas. En 1913, la prensa norteamericana se quej¨® del gran volumen de publicaciones concupiscentes procedentes de Barcelona. El ministerio de la Gobernaci¨®n dict¨® una Real Orden para acabar con las revistas obscenas, lo cual ratific¨® el rey Alfonso XIII que, bajo mano, encargaba pel¨ªculas pornogr¨¢ficas a los hermanos Ba?os. Pero lejos de desaparecer, esta industria aument¨® tras el estallido de la Primera Guerra Mundial. En 1914, solo en una redada se confiscaron 12.000 libros libidinosos escritos en varios idiomas.
Coincidiendo con la aparici¨®n del Barrio Chino, la pornograf¨ªa lleg¨® a las librer¨ªas. En 1923 fueron multadas por ello las de Benito Sirvent, la Librer¨ªa Francesa o la Vilella. Un a?o m¨¢s tarde, el delegado del obispo y la junta de protecci¨®n a la infancia destruyeron en la delegaci¨®n de polic¨ªa de la plaza Regomir m¨¢s de 5.000 ejemplares de la Biblioteca Gamiani (bautizada as¨ª por la novela de Alfred de Musset Gamiani o dos noches de excesos), y 3.500 ejemplares de Sor Sicalipsis, la novela del sacerdote renegado Segismundo Pey-Ordeix. En 1926 se llev¨® a juicio al novelista Alvaro Retana por publicar una novela er¨®tica, y poco despu¨¦s el librero Salvador Egea Segura abr¨ªa puesto en el mercado de Santa Madrona, junto a Drassanes. En 1930 se le impusieron en pocos meses cuatro multas por vender material sical¨ªptico. Este profesional de la venta bajo mostrador tambi¨¦n abrir¨ªa la librer¨ªa Egea de la calle Aribau, aquella cuya leyenda afirmaba disponer en la rebotica de una mesa con pornograf¨ªa, dotada con un dispositivo mec¨¢nico que si llegaba la polic¨ªa desaparec¨ªa.
El hijo del se?or Egea se estableci¨® por su cuenta en 1949, siguiendo el camino paterno. Sufri¨® varias detenciones, y en agosto de 1953 le clausuraron la parada. Muerto el padre, cuando trasladaron el mercado de Santa Madrona a la calle Diputaci¨®, ampli¨® el negocio a cuatro paradas. En 1969 cay¨® en una redada junto a sus socios: un quiosquero de la calle Castillejos, otro que compraba revistas a los marineros que llegaban al puerto, y un tercero que las ciclostilaba. Las cosas cambiaron en 1977, cuando Egea abri¨® la Librer¨ªa Sexol¨®gica 222 en la calle Diputaci¨®. Y m¨¢s tarde el actual Sex Books Egea, que en 1985 sufri¨® un atentado con bomba de la extrema derecha.
Hoy no parece que tal cosa hiera la sensibilidad de nadie, aunque la historia de aquella m¨ªtica trastienda me trae a la memoria recientes ataques a la libertad de expresi¨®n, cuando un poema con la palabra co?o parece molestar a aquellos que la tienen muy fina (la piel).
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.