Transgresiones l¨²dicas
Solo podemos decir que hay ofensa cuando alguien se siente ofendido
No todos los vicios deben estar prohibidos, solo lo m¨¢s graves". La frase no es m¨ªa, sino de Tom¨¢s de Aquino, un liberal avant la lettre. Las ¨²ltimas semanas han sido prolijas en supuestas transgresiones debidas a un uso fr¨ªvolo y de mal gusto de la libertad de expresi¨®n. Primero fueron los titiriteros del Ayuntamiento de Madrid, con la menci¨®n poco afortunada del terrorismo etarra. Poco despu¨¦s, la poetisa Dolors Miquel con una versi¨®n del padrenuestro que sonaba blasfema. Rita Maestre tuvo que pedir perd¨®n por una manifestaci¨®n en la capilla de la Universidad Complutense de Madrid que, a?os despu¨¦s, se juzg¨® indecorosa. Un ejemplo m¨¢s: la Audiencia Nacional decidi¨® archivar el caso de la pitada en la final de la Copa del Rey cuando sonaba la marcha real. En todos los casos, podemos hablar de expresiones poco adecuadas, inciviles incluso, pero no de delitos.
El uso de las libertades es uno de los desaf¨ªos de las democracias que se consideran avanzadas. Chocar¨¢ siempre con otros valores que implican limitaciones a la libertad. La moderaci¨®n es una de las notas que definen a la ¨¦tica: el autodominio, el t¨¦rmino medio, la templanza o la moderaci¨®n son virtudes no desde?ables para que la convivencia discurra sin demasiadas estridencias. Pero, como dec¨ªa Tom¨¢s de Aquino hace siglos, no todas las salidas de tono ni las faltas de moderaci¨®n deben estar prohibidas. Lo que no significa que todo lo que no est¨¢ prohibido est¨¢ bien hecho. Es, en todo caso, el individuo quien debe autorregularse y poner coto a sus impulsos si pueden ser ofensivos, desagradables o inconvenientes para otras personas.
Los hechos mencionados son cada vez m¨¢s frecuentes. Cuando ocurren solemos preguntarnos hasta d¨®nde hay que autocensurarse y no hacer siempre lo que a una le pide el cuerpo, por qu¨¦ no hay que ceder a la tentaci¨®n de la broma de mal gusto, del chiste f¨¢cil. ?Por qu¨¦ hay que reprimirse si la expresi¨®n libre es un derecho? Es cierto que hay unos temas que son intocables porque, si se tocan, alguien se sentir¨¢ dolido y maltratado. Los ataques malsonantes a la religi¨®n, a las banderas o a los himnos, la trivializaci¨®n del terrorismo son dianas demasiado f¨¢ciles. Pero tambi¨¦n es cierto que no siempre la intenci¨®n de quien se expresa es ofender, y que la ofensa tiene un elemento de subjetividad indiscutible.
La ofensa es imposible de objetivar. Solo podemos decir que hay ofensa cuando alguien se siente ofendido. La libertad, por otra parte, no significa nada si no incluye la posibilidad de actuar con incorrecci¨®n. Y es propio de una democracia liberal que los delitos y las prohibiciones acompa?adas de sanci¨®n disminuyan. En todo caso, la garant¨ªa de las libertades debiera ir acompa?ada de una pedagog¨ªa de la responsabilidad, no de limitaciones coactivas para el ejercicio de la libertad.
?Qu¨¦ es hacer pedagog¨ªa de la responsabilidad? Pienso que es m¨¢s pedag¨®gico reaccionar sensatamente ante las expresiones intempestivas y de mal gusto que pueden da?ar la sensibilidad de los dem¨¢s, que responder airadamente. Es bueno morderse la lengua, no entrar al trapo, ignorar lo que no deber¨ªa ser ni merecedor de un titular. Hoy es facil¨ªsimo agitar lo que John Carlin llam¨® "la turba tuitera" que sobredimensiona lo que solo son provocaciones y eleva a drama pol¨ªtico lo que no pasa de ser un error o una condescendencia excesiva hacia lo chistoso. El silencio y la indiferencia hacia lo que irrita, darle dos vueltas a lo que hiere antes de contestar, no es aceptarlo ni aplaudirlo, sino negarle la importancia que adquiere si lo convertimos en una grave ofensa que merece ser llevada a los tribunales.
Que lo que en sociedades m¨¢s homog¨¦neas era p¨²blicamente rechazado se haya relativizado es un signo de progreso. Cuando yo era ni?a, en los espacios p¨²blicos, hab¨ªa letreros que prohib¨ªan "la blasfemia y la palabra soez". Que eso ya no exista, no quiere decir que blasfemar y hablar grueso deba ser la norma, sino que ciertas represiones no deben ser externas, sino un deber que se impone a s¨ª mismo cada uno. Ah¨ª est¨¢ el progreso.
Siempre pesar¨¢n m¨¢s las razones para no limitar la libertad de expresi¨®n que para hacerlo. Ronald Dworkin defend¨ªa incluso "el derecho a la burla", cuando tuvo lugar el primer episodio sobre las caricaturas de Mahoma. Al tiempo que aplaud¨ªa el buen gusto de la prensa brit¨¢nica de no publicarlas, pensaba que es mejor que los fan¨¢ticos y los provocadores se expresen libremente. As¨ª sabemos de qu¨¦ pie calzan.
Victoria Camps es fil¨®sofa.
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