El puente, el r¨ªo, la vida
Ecos de la la terrible historia de la construcci¨®n de la l¨ªnea f¨¦rrea Bangkok-Rang¨²n por los prisioneros de los japoneses en la II Guerra Mundial
Mi iniciaci¨®n a la terrible historia de los prisioneros de guerra que construyeron para los japoneses la l¨ªnea del ferrocarril Bangkok- Rang¨²n durante la II Guerra Mundial, muriendo como moscas, fue muy precoz. Tendr¨ªa siete a?os y ya me conoc¨ªa al detalle la sevicia con que trataban las fuerzas imperiales a los soldados aliados cautivos, reducidos a la condici¨®n de esclavos. Casi al mismo tiempo que vi la pel¨ªcula El puente sobre el r¨ªo Kwai (de 1957, como yo) mi padre nos regal¨® a mi hermano y a m¨ª la maravillosa caja de juguetes Jecsan que llevaba una copia del susodicho puente y las figuritas correspondientes a los prisioneros y los guardianes. Mi hermano pronto se fue a jugar al f¨²tbol pero yo me abism¨¦ desde el primer d¨ªa y durante a?os en la (mala) suerte de aquellos desgraciados. Recuerdo que los pobres prisioneros de pl¨¢stico pintado vest¨ªan andrajos, jirones de uniforme, alguno conservaba el sombrero australiano (slouch),muchos iban con el torso desnudo, presentaban heridas y lesiones, cargaban rocas, cubos, palas y picos, uno incluso un tronco. El artista que los hab¨ªa creado les proporcion¨® un verismo digno de mejor causa. Hab¨ªa otro prisionero que sujetaba con la mano un cuchar¨®n y llevaba incorporada una gran olla. Aquel recipiente parec¨ªa rebosar de un l¨ªquido infecto: era la comida que esperaba a los fatigados trabajadores.
Me pasaba horas contemplando el puente y observando a los forzados mientras imaginaba que el trabajo progresaba arduamente entre el terrible calor h¨²medo de la jungla monz¨®nica, el hambre, la disenter¨ªa, la pelagra, los ciempi¨¦s y los crueles azotes de los guardias nipones armados con palos de bamb¨². He pensado si inconscientemente no estar¨ªa relacionando todo aquello con mi penoso avance acad¨¦mico en el colegio de curas o si no tendr¨ªa yo una vena masoquista. Supongo que ayudaba a mis visiones el que por aquel entonces, sin saberlo, estaba enganchado a la pega de cromos Pelikan. Toda infancia es un misterio.
No s¨¦ ad¨®nde fueron a parar el puente y las figuras -deseo que exista un tribunal de cr¨ªmenes de guerra para los soldaditos y all¨¢ diera con sus huesos el coronel Saito en miniatura, un verdadero hijo de puta s¨¢dico aferrado a sus prism¨¢ticos-. Siento no haberlos conservado. Sobre todo cuando me he enterado de que hoy se paga por el conjunto una pasta (?450 euros por el puente y 35 por el tipo de la olla!).
Me he ido encontrando luego puntualmente con retazos de la historia. En todos estos a?os no han dejado de obsesionarme los relatos de prisioneros de los japoneses en general: De Van der Post y Ballard a James Clavell y Tenko. Y ahora estoy completamente inmerso de nuevo en el universo de El puente sobre el r¨ªo Kwai, como si ese r¨ªo se obstinara en contradecir a Her¨¢clito y yo no hubiera dejado de ba?arme siempre en las mismas aguas desoladoras.
He regresado al viejo puente, dec¨ªa, de la mano de dos libros, un ensayo, Return from the river Kwai, de Joan y Clay Blair Jr., y una novela preciosa, emocionante de verdad, rom¨¢ntica y triste (¡°un hombre feliz no tiene pasado, un hombre infeliz no tiene nada m¨¢s¡±), El camino estrecho al norte profundo, de Richard Flanagan (Random House).
La pel¨ªcula El puente sobre el r¨ªo Kwai no cuenta una historia real, como no lo hac¨ªa la novela de Pierre Boulle en que est¨¢ basada. De hecho nunca existi¨® el puente sobre el r¨ªo Kwai. Exist¨ªa el Kwai pero no ten¨ªa puente. Una de las cosas m¨¢s curiosas al respecto es que a partir de la fama cinematogr¨¢fica del mismo, las autoridades tailandesas, a la vista de que mucha gente buscaba el puente, decidieron con gran pragmatismo rebautizar un r¨ªo que s¨ª lo ten¨ªa, el Mae Klong, como r¨ªo Kwai. Todo sea por el turismo. El puente que aparece en la pel¨ªcula fue construido (y volado) para la ocasi¨®n en Ceil¨¢n. Lo que s¨ª existi¨®, claro, fue la enloquecida empresa japonesa de trazar una l¨ªnea f¨¦rrea a trav¨¦s de Siam y Birmania (hoy Tailandia y Myanmar) para expandir su conquista de Asia. Y existi¨® el infinito padecimiento de los 61.000 prisioneros, en su mayor¨ªa australianos y brit¨¢nicos, que la construyeron pr¨¢cticamente a mano, sin maquinaria. Murieron 1 de cada 5, adem¨¢s de incontables civiles asi¨¢ticos, tambi¨¦n esclavizados. Los japoneses no ten¨ªan ninguna consideraci¨®n con los soldados que se rend¨ªan, a los que consideraban deshonrados. Para ellos no hab¨ªa Convenci¨®n de Ginebra (ni de tintorro, como apostillaba Gila) y los castigos eran terribles (eso si no se te com¨ªan o te decapitaban con sus bonitas espadas de samur¨¢i).
Return from the river Kwai cuenta la penosa odisea de un grupo de supervivientes enviados en barco a Jap¨®n y que fueron torpedeados, lo que ya es mala suerte, por tres submarinos de EE UU, entre ellos el c¨¦lebre USS Pampanito.Tras una odisea en el agua, donde fueron ametrallados por los japoneses, los sumergibles lograros rescatar a algunos. El camino estrecho al norte profundo, por su parte, narra la historia de un cirujano militar que cae prisionero y es enviado al Ferrocarril de la Muerte, del que emerge como reticente h¨¦roe de guerra. La novela est¨¢ llena de pasajes bellos y estremecedores. Y en su centro late una historia de amor de las que te desarbolan.
Intento comprender, mientras silbo bajito la Marcha del coronel Bogey y Waltzing Matilda, la fascinaci¨®n por esa v¨ªa f¨¦rrea que se adentra esforzadamente en la selva. Y me digo que posiblemente todos no hacemos sino ir colocando cont¨ªnuamente traviesas y remaches y salvar de la manera que podemos obst¨¢culos y desniveles, y corrientes y fatigas, nos lleve eso a donde nos lleve, como en El puente sobre el r¨ªo Kwai. Supongo que es lo que llamamos vida.
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