¡°?Aqu¨ª muero!¡±
Nadie mejor que una gran artista como Sara Baras para transmitir y comunicar los sentimientos m¨¢s primarios. Me puede la pasi¨®n y a menudo la desmesura
¡°?Aqu¨ª muero!¡±
El p¨²blico no paraba de aplaudir a Sara Baras para que no se muriera, abatida en el escenario del T¨ªvoli, siempre agradecida a Barcelona, la ciudad que tanto la ayud¨® hace ya muchos a?os, cuando sus actuaciones todav¨ªa no se publicitaban, ni por escrito ni en los corrillos de las Ramblas. Ahora es una bailaora famosa en el mundo que se deja la vida en cada funci¨®n, derrengada por el esfuerzo y entregada a la gente, como si no hubiera m¨¢s actuaci¨®n que la ¨²ltima, la aut¨¦ntica y definitiva: "?Aqu¨ª muero!".
El hilo de su voz era muy tenue, se apagaba como una vela, algo sorprendente porque ni siquiera hab¨ªa abierto la boca sino que solo habl¨® con los pies. Acaso hab¨ªa explotado el coraz¨®n de aquel enjuto y fr¨¢gil cuerpo despu¨¦s de absorber a los cantaores, a los guitarristas, al cuerpo de baile, a su acompa?ante y marido Jos¨¦ Serrano y a su propia compa?¨ªa, como si no hubiera habido nadie m¨¢s en el teatro, ni siquiera el recuerdo de Paco de Luc¨ªa, Antonio Gades, Enrique Morente, Carmen Amaya, Camar¨®n de la Isla y Mora¨ªto. Sara se mor¨ªa sola.
Nunca fue f¨¢cil montar una obra alrededor de Sara Baras, ni si quiera cuando se homenajea a las voces de los maestros del flamenco, porque solo el eco de sus tacones resuena en la sala y metaboliza un espect¨¢culo colectivo excelente, tanto da que sea en Londres, Sydney, Mosc¨², Par¨ªs, Tokio, Shangai, Singapur, Nueva York, Buenos Aires o R¨ªo como en Barcelona. Los ojos de la gaditana seducen igual que los de una serpiente y sus piernas tienen la fuerza de una estampida de b¨²falos acompasados a los palos del baile, a los pies de Sara, dura hasta cuando dice morir.
Aseguran los cr¨ªticos, y yo copio como lector y espectador convencido, que su poder¨ªo est¨¢ en la punta y el tac¨®n, en el zapateado y repiqueteo, su manera obsesiva de percutir en el suelo. Luminosa y expresiva, taconea y bracea muy natural, se gira a vuelta de ri?¨®n, igual que un torbellino, siempre artista, nunca populista, empe?ada en encontrar el puntito que la haga sentir fresca, pura y libre, a veces en¨¦rgica y en otras nost¨¢lgica, directa al alma, hasta que parece que se va a morir de verdad esta noche en el T¨ªvoli.
El suspiro de la artista despert¨® en m¨ª la figura mundana de mi padre, un pay¨¦s que no sab¨ªa de flamenco ni de Sara, simplemente le gustaba bailar un rato, que era de vez en cuando, entregado como estuvo al campo y a los amos, mozo de su propia tierra. Mi padre no tuvo infancia, ni fue famoso, ni so?¨® en nada m¨¢s que no fuera en llegar a ser m¨²sico, porque se cre¨ªa muy capaz de tocar la trompeta y el viol¨ªn sin haber ido nunca a solfeo, pues al fin y al cabo sus pies danzaban como los de Fred Astaire sin ir a clase. Mi padre se mor¨ªa por bailar.
A trav¨¦s de Sara vi expresado el dolor y el desgarro, la rabia que sent¨ªan los que, como mi padre, se angustiaban, y advert¨ª finalmente tambi¨¦n la felicidad y la alegr¨ªa de aquellos que, tambi¨¦n como mi padre, consegu¨ªan liberarse, alegres con un pasodoble, un vals o un bolero, el momento de seducir a mi madre, temerosa por la defensa irracional que su esposo hac¨ªa de sus cosas. Todo lo hac¨ªa con una determinaci¨®n animal, instintiva, como un acto reflejo. No hab¨ªa partitura; solo sent¨ªa y si vivi¨® mucho fue por ver bailar y tocar. Era puro fuego.
Ya lo dijo Chavela Vargas: "Maestro, a m¨ª no me leas, toca de coraz¨®n". Y yo, que soy un patoso, para latir necesito estar conectado de alguna manera con aquel dep¨®sito de energ¨ªa que era mi padre. Nunca aprend¨ª a bailar ni a tocar de o¨ªdo ni por imitaci¨®n ni repetici¨®n. S¨¦ distinguir, sin embargo, entre un bailador natural y uno ense?ado, porque en la escuela todos aprenden lo mismo y se manifiestan igual. No es lo mismo un sal¨®n y un concurso que una plaza de baile. En la plaza, se muere.
Vi a mis padres, a mis suegros y a mis t¨ªos bailar por el placer de bailar, con muy buen gusto, siempre respetuosos con el p¨²blico, que era mucho y variado, fisg¨®n y al tiempo entendido. Miraba sin parar y no consegu¨ªa aprender. Aquella liturgia que viv¨ª de joven me fascinaba por su elegancia, vigor y poder de seducci¨®n. Me tambaleaba cada vez que sal¨ªa a pista e intentaba imitar a mi padre por entender que ten¨ªa sentido del ritmo. Mi padre muri¨® de pena y amor y las caderas de mi madre no est¨¢n para bailar. As¨ª que ahora me desvivo por aplaudir a Sara.
Habr¨¢ quien diga con raz¨®n que nada tiene que ver el flamenco con la m¨²sica de una fiesta mayor ni mi padre con Sara Baras ni una profesional con un amateur. Ocurre que nunca hab¨ªa visto a los pies de una bailadora que retrataran tan bien las entra?as de mi progenitor. Nadie mejor que una gran artista para transmitir y comunicar los sentimientos m¨¢s primarios. Me puede la pasi¨®n y a menudo la desmesura. "?Aqu¨ª muero!", se despide Sara Baras en voz baja, de pie otra vez, reconfortada por la gente, que se queda hipnotizada. Hasta mayo en el T¨ªvoli.
El espect¨¢culo, curiosamente, se llama Voces.
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