La huella de Subir¨®s
El escritor, fil¨®sofo y gestor cultural Pep Subir¨®s, que fue una de las piezas clave de la etapa de Pasqual Maragall al frente del Ayuntamiento de Barcelona, falleci¨® este s¨¢bado a los 69 a?os de edad en Torroella de Montgr¨ª
La huella de Pep Subir¨®s est¨¢ inscrita en muchos de los proyectos culturales de la Barcelona de Pasqual Maragall. Su empe?o fue decisivo en la construcci¨®n del Museo de Arte Contempor¨¢neo, estuvo en los or¨ªgenes del Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona (en realidad ¨¦l fue su primer director, antes de la transformaci¨®n del edificio) e impuls¨® la Olimpiada Cultural, aunque acab¨® saliendo antes de tiempo, como le ocurr¨ªa a menudo. Nunca se sinti¨® c¨®modo en las hechuras definidas y en las reglas escritas y no escritas (los modos y maneras de la clase pol¨ªtica) de las instituciones, por eso, su paso por ellas nunca fue f¨¢cil ni muy duradero. Y ser¨ªa dif¨ªcil descifrar los factores de estos desencuentros: un cierto aburrimiento cuando las ideas ya han cristalizado en proyectos, la incomodidad de entornos habituados a din¨¢micas m¨¢s cerrados y a las exigencias de los marcos partidarios, o, simplemente, la aparici¨®n de una idea m¨¢s atractiva que invitaba a una nueva aventura.
Si a Pep Subir¨®s se le ha identificado, a menudo, como una figura genuina del maragallismo es probablemente porque hab¨ªa en su personalidad algunas afinidades evidentes con el modo de ser y hacer del propio Maragall: incomodidad ante las l¨®gicas de partido, tenacidad en la defensa de sus posiciones, la independencia de criterio, la dificultad para asumir las convenciones de grupo. Dir¨ªa que era m¨¢s amigo de Maragall que maragallista. Probablemente escarmentado por los a?os del izquierdismo abominaba los ismos
Pep Subir¨®s ha tenido siempre algo de activista. Activista de la vida, si se me permite la expresi¨®n, canalizada, en parte, a trav¨¦s de la cultura en la que encontraba sus formas propias de expresi¨®n. Por su origen, Pep Subir¨®s sent¨ªa pulsiones m¨¢s bien anarquistas, que explican esta dificultad de ubicarse en espacios que le agobiaran. Pero, sin duda llevaba el sello de la militancia izquierdista de los a?os 70 sobre sus espaldas, que actuaban como un superego que le implicaba en lo p¨²blico y en lo colectivo, aunque contra los impulsos espont¨¢neos de su car¨¢cter.
Despu¨¦s de un fugaz paso por la Universidad (no se sent¨ªa c¨®modo en el estamento profesoral e hizo una espantada a medio curso) dirigi¨® la revista El Viejo Topo, cuya emergencia fue un acontecimiento en el contexto de la cultura marxista de aquellos a?os. Despu¨¦s, ya mediados los 80, sus ideas calaron en la pol¨ªtica cultural barcelonesa de la ¨¦poca, d¨®nde abri¨® caminos que no siempre culmin¨® y que, a veces, siguieron por derroteros distintos de los que ¨¦l imaginaba. En aquellos a?os fue voz destacada en la cr¨ªtica del nacionalismo conservador, en tiempos en que la pugna entre la visi¨®n de Catalu?a de Pujol y la de Maragall marcaban el debate ideol¨®gico, levantando raros y epis¨®dicos torbellinos en las aguas tranquilos del bipartidismo no competitivo entre CiU y PSC.
M¨¢s tarde, m¨¢s all¨¢ de lo institucional, Pep Subir¨®s fue configurando una personalidad intelectual de amplio espectro sobre tres bases: una curiosidad insaciable, que encontr¨® en el viaje una de sus manifestaciones ¡ªy ah¨ª vino su descubrimiento de ?frica¡ª una implicaci¨®n con aquellos artistas e intelectuales con los que sintonizaba, como fue el caso de Miquel Barcel¨® o de Jane Alexander; y una capacidad para trabar relaciones con gentes e instituciones de diversos pa¨ªses para construir proyectos que ten¨ªan la virtud, algunos dir¨ªan el defecto, de durar mientras ten¨ªan alma y acabarse antes de que se petrificaran. El ¨²ltimo, que la enfermedad quebr¨®, fue el grupo europeo Concerned Citizens, que anticip¨® la crisis europea actual. Subir¨®s se expresaba a trav¨¦s de la escritura y practic¨® una gran diversidad de registros: el art¨ªculo period¨ªstico, el ensayo, la novela, el libro de viaje.
Ampurdan¨¦s, de Figueres, forjado en la cultura de frontera, en los a?os duros del franquismo siempre llev¨® la inquietud puesta, del que teme que el mundo se vuelva a estrechar otra vez. Y por eso buscaba en todas direcciones, para saciar su curiosidad, pero sobre todo para no perder el mundo de vista, para no quedar encerrado en ninguna forma de ensimismamiento.
La vida, las ideas, el arte, el viaje y el inter¨¦s por el conocimiento del otro, iban juntos. Era su particular ejercicio de construcci¨®n de s¨ª mismo.
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