Gr¨¤cia como s¨ªntoma
Entre los 'okupas' y Colau hay la misma distancia que hab¨ªa cuando Trias no sab¨ªa c¨®mo apagar Sants y opt¨® por comerse sus palabras
La calle del Can¨® debe el nombre a un antiguo incidente protagonizado por una entidad de vocaci¨®n revolucionaria: en medio de un barullo secuestraron un ca?¨®n y se lo quedaron como emblema. La calle desemboca en la plaza del Sol, epicentro, uno de ellos, de la vida del barrio de Gr¨¤cia de Barcelona. Por aqu¨ª corr¨ªan los j¨®venes estos d¨ªas, cascote en mano, recogiendo el eco de las trifulcas centenarias que hac¨ªan de Gr¨¤cia un distrito caliente, alternativo, en plena construcci¨®n ¡ªfallida¡ª de una cultura obrera, laica, libre, provocativa. La historia siempre tiene un peso. Pero los incidentes de Gr¨¤cia son la evidencia de que hay movimientos tel¨²ricos que el poder no canaliza, que a lo mejor ni detecta: que es f¨¢cil presentar un discurso en el que ¡°la gente¡± ocupa el palco de honor y mucho m¨¢s dif¨ªcil es hacer que todos se sientan invitados al baile. Digamos Gr¨¤cia, digamos Sants. Hay un malestar sordo en la juventud, unas ganas de barricada, que s¨®lo necesita una chispa para manifestarse. Nunca mejor dicho.
Vamos por partes. Primer acto: la okupaci¨®n. Este gesto es un arma de lucha, en principio pac¨ªfica. Se trata de darle un uso social a espacios que nadie aprovecha. Impecable. Los j¨®venes okupan y socializan, a veces tambi¨¦n los utilizan para sus sonoras fiestas, pero en general el barrio responde con simpat¨ªa. Ante la okupaci¨®n del Banco Expropiado, Xavier Trias, que m¨¢s que un pol¨ªtico es un pragm¨¢tico, les pag¨® el alquiler: dicen las malas lenguas que lo atribuy¨® a la partida de Cultura, es decir, subvencion¨® las actividades de un grupo que se las hab¨ªa apropiado a la brava. Ada Colau suprimi¨® la subvenci¨®n y puso en marcha, sin querer, el reloj del desalojo: sab¨ªa que esto le representar¨ªa un problema, porque el Banco empezaba a tener peso simb¨®lico. As¨ª que fue a negociar: les buscar¨ªa otro espacio. Pero no hubo acuerdo: los okupas tienen el conflicto como parte del juego; primero son simp¨¢ticos y despu¨¦s pelean, las dos cosas van juntas.
El conflicto demuestra que el Ayuntamiento m¨¢s progresista que ha conocido Barcelona tampoco puede canalizar estos movimientos que son m¨¢s alternativos que el gobierno. Ni siquiera sirve como interlocutor: que Colau renuncie al di¨¢logo y endilgue a los vecinos asociados la responsabilidad de encontrar una salida es una confesi¨®n de impotencia pol¨ªtica en toda su tremenda dimensi¨®n. Entre los okupas y Colau hay la misma distancia que hab¨ªa cuando Trias no sab¨ªa c¨®mo apagar Sants y opt¨® por comerse sus palabras. El drama de Colau es tener que reconocer que su obligaci¨®n es defender el orden p¨²blico, ella que, meg¨¢fono en mano hace s¨®lo un a?o, propon¨ªa escraches y cierta violencia contra los bancos que desahuciaban gente, vecinos, personas concretas abocadas al sufrimiento. Ahora se ha quedado sin soluciones para Gr¨¤cia; para una generaci¨®n asomada al vac¨ªo.
Hay otra cuesti¨®n subterr¨¢nea. La izquierda no sabe qu¨¦ hacer con la polic¨ªa. Le pas¨® a ICV cuando Joan Saura gestionaba la consejer¨ªa, que le sal¨ªa la incomodidad por los poros. Estos d¨ªas no hay una sola voz de la izquierda que defienda la acci¨®n de los Mossos: son un¨¢nimes en la cr¨ªtica, les parece m¨¢s correcto corear que ¡°se han pasado¡±, como una letan¨ªa previsible, que reconocer que las capuchas y las pedradas no se justifican con la libertad de expresi¨®n de nada ni de nadie. Pero es que el Ayuntamiento tiene la Guardia Urbana rebotada por el tema de los manteros, un conflicto claramente social que sobrepasa las competencias, pero que no tendr¨ªa que pagar la polic¨ªa municipal con soledad o desconcierto. La Guardia Urbana, para decirlo de manera delicada, es un tema sensible: recuerdo que Joan Clos afirmaba que era necesario cambiar cosas, corregir derivas, pero que no ser¨ªa ¨¦l quien lo hiciera. No quer¨ªa detonar el explosivo.
Este gobierno entr¨® en la Casa Gran diciendo que iban a ¡°redefinir" la Urbana, como quien muestra una pancarta, antes de sentarse a hablar con los mandos y con la oposici¨®n. Antes de buscar un pacto, porque era, en el fondo, una pancarta. Y sin redefinir nada, el concejal Jaume Asens, que todav¨ªa tiene un pie en su profesional defensa de aquellos que se enfrentaban a los guardias, hace las llamadas telef¨®nicas que hace. No se pueden resolver con gestos los grandes temas pendientes. Cuando Colau habla de aprendizaje de la complejidad creo que se refiere a estas cosas.
Patricia Gabancho es escritora
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