Bacon el jugador
Montecarlo ofrece la primera parte de la exposici¨®n del pintor que tendr¨¢ continuidad en oto?o en Bilbao. En ellas se pone al d¨ªa su relaci¨®n con la cultura francesa y la pintura espa?ola
En una carta de 1952 Francis Bacon escribe a sir Colin Anderson, su mecenas entonces, muy preocupado por las repetidas p¨¦rdidas del artista en el casino de Montecarlo: ¡°Un d¨ªa me gustar¨ªa explicarle el vicio del juego. Para m¨ª, est¨¢ ¨ªntimamente ligado a la pintura¡±. Le cuenta que al igual que a veces oye c¨®mo el croupier apela al n¨²mero que finalmente ganar¨¢ un gran pote, sus telas m¨¢s logradas son un asunto de ¡°suerte¡± y ¡°casualidad¡±. No porque sus im¨¢genes se le hubieran impuesto de manera autom¨¢tica sino por ser el resultado de un desaf¨ªo a la pintura en el que la suerte es ¡°el movimiento accidental del pincel¡±. Bello, ?no?
Son algunas de las cosas sobre el pintor de alt¨ªsima fama hoy que se pueden aprender y apreciar en la excelente exposici¨®n que el Forum Grimaldi y la Fundaci¨®n Francis Bacon presentan en Montecarlo hasta el 4 de septiembre, una muy hermosa muestra a cargo del historiador Martin Harrison, autor asimismo del cat¨¢logo razonado del artista editado este mismo a?o. Para quienes creemos en momentos culturales de probada importancia, este a?o Bacon es uno. Por el cat¨¢logo razonado y por esta exposici¨®n de doble recorrido. En la capital monegasca, Harrison presenta las relaciones de Bacon con la cultura francesa. En el Guggenheim bilba¨ªno presentar¨¢ en octubre la relaci¨®n baconiana con la pintura espa?ola, a la que habr¨¢ que volver porque ciertamente es de envergadura: Picasso, Vel¨¢zquez, Goya, Mir¨®, Zuloaga...
Si la desgracia abatida sobre Niza y la Riviera francesa no es impedimento para comentar esta exposici¨®n y animar a verla, tampoco cabe pensar que el principado de M¨®naco se dedique en materia cultural a programar cualquier cosa por ser lo que es en otros aspectos. M¨¢s bien su pol¨ªtica cultural y la oceanogr¨¢fica son su contrapeso. M¨®naco no es Marbella, por decirlo suave. Desde luego, muchos residen aqu¨ª para blanquear su dinero. Otros, como Bacon en 1946, para jugar en el casino.
El pintor de nacimiento irland¨¦s en 1909 y muerte madrile?a en 1992 pas¨® largas temporadas aqu¨ª. Se sabe muy poco de su vida art¨ªstica hasta entonces. Cuenta Harrison que aunque empez¨® a pintar en 1927 se conservan ¨²nicamente veintisiete dibujos y telas de los diecinueve a?os transcurridos hasta que en julio de 1946 se instal¨® en Montecarlo. Bacon hizo cruz y raya. Lleg¨® a la ciudad mediterr¨¢nea gracias a su primera tela vendida aquel mismo a?o y con una imagen en mente: el retrato de Vel¨¢zquez del Papa Inocencio II. Una de las obras que por primera vez se ven en exposici¨®n es Paisaje con Papa/Dictador, realizada ya en M¨®naco. Aqu¨ª pintar¨ªa las dem¨¢s telas que parten del cuadro velazque?o en di¨¢logo con el grito de una mujer en el film El acorazado Potemkin de Einsentein. Iconos perdurables, eternos.
Paisaje con Papa/Dictador produce escalofr¨ªo baconiano en estado puro. Oscuro, muy oscuro, en el centro est¨¢ un desdibujado Papa de color morado que grita mientras por su derecha revolotean batallones alados y, a su espalda, el pante¨®n de la civilizaci¨®n cl¨¢sica no puede protegerle. Es clave su fecha, tras la II Guerra Mundial, y su t¨ªtulo, que por primera vez, pero tambi¨¦n la ¨²nica vez en Bacon, apela de manera fuerte a que tras Auschwitz e Hiroshima no hay representante de Dios en la Tierra que valga. Mirar pinturas como si estuvieran fuera del tiempo no es de recibo.
La muestra es en gran medida una revelaci¨®n de conjunto. Tant¨ªsimas obras son in¨¦ditas, que por algo Harrison las conoce todas. Lo son incluso para la vecina Francia, que cree sin raz¨®n saberlo todo sobre Bacon. Par¨ªs le consagr¨® en 1971 en el Grand Palais, un museo que previamente s¨®lo se hab¨ªa abierto a Picasso (los museos entonces no acog¨ªan a artistas vivos). Pero mucho de Bacon hab¨ªa sucedido en M¨®naco.
As¨ª la casualidad, el azar, el accidente, resultado del juego. Bacon se pasaba las noches en el casino y a menudo sal¨ªa sin un c¨¦ntimo. Al regresar a casa pintaba. Pero un d¨ªa, sin dinero y sin telas preparadas para pintar, dio la vuelta a un cuadro y se puso a trabajar en la tela sin preparar. De la rugosidad y las muchas capas de pintura necesarias para aplacarla, que dieron una textura casi de cuero, naci¨® en Montecarlo el Bacon definitivo. Ah¨ª es nada.
Si van por all¨ª, no se pierdan una visita (concertada) a la Fundaci¨®n Bacon, en una peque?a villa urbana que alberga indicios muy interesantes del pintor. As¨ª la puerta del retrete de uno de sus estudios parisinos, pintarrajeada con dibujos pornogr¨¢ficos de sus invitados pintores, Soulages uno de ellos.
Merc¨¨ Ibarz es escritora y profesora de la UPF.
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