Lorca en Goya
Paso a diario frente al edificio verde lim¨®n que triangula sobre la calle de Alcal¨¢, la avenida N¨¢rvaez y Felipe II, abriendo una de sus fachadas hacia la Cervecer¨ªa Santa B¨¢rbara que habi¨¦ndose fundado en 1815, cerrar¨¢ en dos semanas. Se sabe que Federico Garc¨ªa Lorca sali¨® del portal de ese edificio verde lim¨®n el 14 de julio de 1936 en un desesperado y equivocado intento por salvar su vida en Granada, creyendo que evitar¨ªa la muerte entre amigos y familiares y sin imaginar que ¨Cquiz¨¢¡ªde no haberse movido de esa casa en la calle de Alcal¨¢, aguantar¨ªa en Madrid los mismos d¨ªas de polvo y p¨®lvora que aguant¨® la ciudad hasta el ¨²ltimo suspiro de la Guerra Civil.
Imagino que alguien pudo haberle dado un pasaje para viajar a M¨¦xico y que apenas desembarcara en Veracruz iniciar¨ªa los alargados versos con dibujos difuminados donde rimara el paisaje que se come en colores con el sentimiento de tantas quejas que animaban su alma y que se dibujar¨ªa a s¨ª mismo como el difuso fantasma que parece verse todos los d¨ªas en la boca del Metro Goya, a la sombra del edificio verde lim¨®n donde casi nadie repara ya en el silencio de su fachada o la iron¨ªa de sus ventanas, las pesta?as de los balcones como p¨¢rpados entrecerrados y esa c¨²pula gris que parece coqueto sombrero tipo pastillero, mirando hacia el Parque de El Retiro.
Ese edificio que hace ¨¢ngulo entre N¨¢rvaez y Alcal¨¢ proyecta hoy m¨¢s que nunca la sombra de un paisaje ignoto, el lejano p¨¢ramo desconocido donde yacen los restos de un poeta que muri¨® por serlo, asesinado en el irracional enjambre donde los s¨®lo los militares del encono entienden entre ellos que tomar caf¨¦ sea una clave secreta para un fusilamiento, donde s¨®lo la ignorancia y la amnesia permiten que el paso de los a?os intente borrar en el olvido las palabras que en realidad nadie olvida, los personajes femeninos que fueron poco a poco poblando los escenarios de Espa?a, vestidas de luto, calladas al alba, tan cerca del fuego.
Paso a diario frente al edificio verde lim¨®n de la calle de Alcal¨¢ y a veces lo miro de espaldas, con las alas de sus fachadas abiertas como lomos de un libro siempre pendiente y a menudo me detengo en el quiosco para hacer tiempo, alargar los minutos sin raz¨®n e imaginar que se aparece el poeta al que le debo por lo menos tres abrazos, con la sonrisa intacta y la oportunidad para escribirle su ucron¨ªa convenci¨¦ndolo que deje la maleta, alivie la prisa y no vaya por hoy al tren en Atocha¡ que ma?ana, Madrid vuelve a darnos tiempo.
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