Adanismo no viene de Ada
La interpretaci¨®n libre de sus actos a la que se acoge Colau contribuye a debilitar el debate pol¨ªtico, arrastr¨¢ndolo a la confusi¨®n y a la insustancialidad m¨¢s banal
Vaya por delante que me cuento entre ese gran n¨²mero de barceloneses que prefiere, sin ninguna duda, que su ciudad tenga un Gobierno de izquierdas y que, en la misma medida, se alegr¨® de la derrota de Xavier Trias en las ¨²ltimas elecciones municipales. Por id¨¦ntica raz¨®n, celebr¨¦ que el nuevo equipo reconsiderara meses despu¨¦s de acceder al poder algunos de los categ¨®ricos juicios pol¨ªticos que hab¨ªa emitido en campa?a (en alg¨²n caso, simples exabruptos) y no solo diera entrada a otras fuerzas de izquierda a las que hab¨ªa denostado sin matices, sino tambi¨¦n incorporara a personas que hab¨ªan acreditado su competencia en alguno de los gobiernos socialistas que tuvo la ciudad en el pasado.
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Pero tambi¨¦n creo incluirme en el grupo, asimismo numeroso, que prefiere que los nuevos responsables gobiernen a que se dediquen a otras tareas, leg¨ªtimas pero no relacionadas directamente con el encargo que han recibido de la ciudadan¨ªa. Lo dir¨¦ de una forma simple: no recuerdo a ning¨²n alcalde de Barcelona que haya intervenido tanto para opinar sobre cuestiones de pol¨ªtica nacional (y en alg¨²n caso internacional: los refugiados) y tan poco sobre la ciudad que gobierna como Ada Colau. Incluso me atrever¨ªa a a?adir que cuando lo ha hecho ha sido m¨¢s de manera reactiva, esto es, para responder a alguna cr¨ªtica que empezaba a generalizarse de manera inquietante para ella (a prop¨®sito de manteros, huelgas en transportes p¨²blicos en fechas clave, bancos presuntamente expropiados, etc¨¦tera) que para mostrar de una vez por todas su proyecto de ciudad, cosa que a estas alturas de su mandato todav¨ªa parece el secreto mejor guardado (de hecho, la ciudadan¨ªa barcelonesa se ha familiarizado r¨¢pidamente con la palabra ¡°moratoria¡± debido al frecuente uso que de la misma hacen las nuevas autoridades municipales).
No faltaron cr¨ªticos que, en los primeros meses de su gesti¨®n, reprochaban a la alcaldesa un notable adanismo pol¨ªtico, reproche en el fondo menor que sol¨ªa ser replicado por sus defensores con el argumento de que estaba corrigiendo ese pecadillo de juventud con un acelerado aprendizaje del papel institucional que le correspond¨ªa en esta nueva etapa de su vida pol¨ªtica. Es cierto que el grueso de su abundante gestualidad inicial, tan superflua como exclusivamente dirigida a su propia clientela (su sobrevenido republicanismo en el callejero, por ejemplo), parec¨ªa mostrar una cierta inmadurez pol¨ªtica susceptible de ser subsanada con el paso del tiempo y la experiencia. Pero no lo es menos que la evoluci¨®n del personaje se dir¨ªa que muestra no tanto su acelerada capacidad de aprendizaje como una manera abiertamente instrumental de entender la pol¨ªtica que da la sensaci¨®n de haber estado presente desde siempre en Colau, lo que echar¨ªa por tierra la hip¨®tesis adanista.
En ese sentido, no cabe considerar anecd¨®tica la cantidad de renuncios que ha acumulado en su todav¨ªa corta carrera pol¨ªtica. Porque la misma persona que aseguraba no buscar protagonismo pol¨ªtico alguno en el momento de abandonar el liderazgo de la plataforma contra los desahucios, mostraba a las pocas semanas una hasta entonces desconocida vocaci¨®n municipalista. Vocaci¨®n que, a su vez, parece estar dando tempranas muestras de agotamiento, ya que las declaraciones con las que en alguna ocasi¨®n reciente ha rebatido los rumores de que ten¨ªa pensado presentarse a unas pr¨®ximas elecciones a la Generalitat, se han limitado a se?alar que ten¨ªa la intenci¨®n de dedicarse a Barcelona ¡°todo lo que le queda de mandato¡± (sic).
Inscribi¨¦ndola en este marco, quiz¨¢ quede m¨¢s claro hasta qu¨¦ punto la coincidencia con Xavier Trias, el anterior alcalde e ilustre representante de la m¨¢s vieja pol¨ªtica, en el modo de argumentar no constitu¨ªa una mera coincidencia ocasional. Como se recordar¨¢, ambos declararon, tras el 9-N, que, a pesar de que hab¨ªa otras opciones a las que prestar su apoyo y con las que de hecho se identificaban, hab¨ªan votado S?-S?, pero ello en ning¨²n caso significaba, insist¨ªan, que se consideraran independentistas. Supongo que a la vista de que tan peregrino planteamiento (?se imaginan a un pol¨ªtico brit¨¢nico declarando que iba a votar s¨ª al Brexit, pero que no era partidario de abandonar la Uni¨®n Europea?) no le pasaba factura pol¨ªtica alguna, Colau ha decidido seguir reiter¨¢ndolo cuantas veces haga falta.
El problema no es la ambici¨®n pol¨ªtica de nadie en particular, sino la forma en que se satisface
La ¨²ltima ha sido en los ¨²ltimos d¨ªas, con ocasi¨®n de la convocatoria de manifestaci¨®n de la Diada del presente a?o, manifestaci¨®n convocada expl¨ªcitamente a favor de la hoja de ruta independentista. Tan expl¨ªcito es el sentido de la convocatoria que pol¨ªticos de la coalici¨®n en la que se integra la formaci¨®n de Ada Colau como Rabell o Coscubiela han anunciado que no acudir¨¢n por sentirse excluidos. Pues bien, de nuevo la alcaldesa ha declarado que es posible que acuda ¡°para defender el autogobierno¡± y ¡°a favor de Carme Forcadell¡±, amenazada de inhabilitaci¨®n, esto es, por dos motivos que no aparecen en ning¨²n momento en la convocatoria. Se reparar¨¢ en que, actuando as¨ª, no est¨¢ haciendo nada que no hubiera hecho ya antes: cuando hace dos a?os se aline¨® con los independentistas en la consulta convocada por Mas fue debido, seg¨²n sus propias palabras, ¡°a la prepotencia del PP¡± (asunto que, obviamente, nadie hab¨ªa propuesto nunca someter a votaci¨®n).
Pero no se mencionan estos casos para mostrar la celeridad con la que Colau ha hecho suyos los trucos de oficio de los viejos zorros de la pol¨ªtica m¨¢s rancia, sino por otra raz¨®n, entiendo que de mayor importancia. Como principio general, cabe afirmar que el problema no es la ambici¨®n pol¨ªtica de nadie en particular, por m¨¢s desatada que ¨¦sta pueda ser (a fin de cuentas, la ambici¨®n se ha convertido en un supuesto con el que nos hemos acostumbrado a contar en cualquiera que se dedique a la cosa p¨²blica), sino la forma en que se satisface, esto es, los medios que se est¨¢ dispuesto a poner para lograrlo. Pues bien, si leemos a la luz de este principio general de la indiferencia hacia los medios empleados la sostenida ambig¨¹edad que en los asuntos relacionados con el futuro de Catalu?a respecto a Espa?a viene manteniendo la actual alcaldesa de Barcelona (y, por extensi¨®n, la entera formaci¨®n que lidera), las conclusiones que se pueden extraer resultan severamente preocupantes. Destaquemos dos.
La primera es que la irrupci¨®n pol¨ªtica de la figura de Colau, lejos de venir a constituir un elemento de equilibrio, racionalidad o sosiego en la excitada esfera p¨²blica catalana, no ha hecho otra cosa que alborotarla m¨¢s, en la medida en que ha proporcionado un bal¨®n de ox¨ªgeno inestimable a las fuerzas independentistas de las que ella misma en sus ratos libres declara encontrarse muy alejada. Porque no habr¨ªa que olvidar que dichas fuerzas la noche electoral del pasado 27 de septiembre declaraban que la pantalla del referendum estaba definitivamente superada y que fue m¨¢s tarde, a la vista de la insuficiencia del respaldo obtenido y de sus problemas internos, cuando determinaron que solo podr¨ªan ampliar su base social acogi¨¦ndose al bander¨ªn de enganche que Colau y los suyos les ofrec¨ªan.
La segunda consecuencia, no por presentar un car¨¢cter m¨¢s general posee una menor importancia. El recurso de la interpretaci¨®n libre de sus actos al que se acoge con tanta desenvoltura Ada Colau si a algo contribuye es a debilitar el debate pol¨ªtico, arrastr¨¢ndolo hacia la insustancialidad m¨¢s banal y la confusi¨®n m¨¢s oscura. Porque si se puede votar (o apoyar) A cuando se piensa no-A apelando a un elemento B, C, D... cualquier cosa puede ser defendida en cualquier momento sin riesgo ni compromiso algunos por parte de quien as¨ª act¨²e, puesto que el valor y alcance de dicho comportamiento quedar¨¢ finalmente pendiente de una hermen¨¦utica privada acomodaticia, variable de acuerdo con el cambiante inter¨¦s de su protagonista.
No descarto que lo que un (improbable) lector de este texto acabe reteniendo al final de su lectura sea que, a fin de cuentas, todas y cada una de las consideraciones que aqu¨ª se han planteado resultar¨ªan asimismo predicables en alg¨²n grado de muchos otros profesionales de la cosa p¨²blica, no necesariamente asociados a la nueva pol¨ªtica. Lo que, aplicado al personaje en cuesti¨®n, equivaldr¨ªa a afirmar: no hay en ¨¦l sombra de adanismo sino, m¨¢s bien al contrario, la reedici¨®n de viejas actitudes. Tan viejas como el combustible de la ambici¨®n, que parece alimentarlas.
C¨®mo no aceptar semejante resumen si es el que en cierto modo viene anunciado desde el mismo t¨ªtulo. Pero ello no deber¨ªa distraernos y dar lugar a que dej¨¢ramos de se?alar lo que a mi juicio resulta m¨¢s relevante, y es que, por parad¨®jico o incluso extra?o que a algunos les pueda parecer, cuando alcanzar el poder se convierte en un fin en s¨ª mismo, el sentido de la pol¨ªtica en cuanto tal se ve irremediablemente desvirtuado. Es a eso a lo que se dir¨ªa que, una vez m¨¢s (ahora con los ajados ropajes de lo nuevo), estamos asistiendo.
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa Contempor¨¢nea en la Universidad de Barcelona. Diputado independiente por el PSC-PSOE en el Congreso.
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