La fiesta de la periferia
Los sonidos africanos y ¨¢rabes marcaron la noche una vez olvidada la lluvia que envi¨® la santa triste
![Un momento del concierto de MHD.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/4FHHVJMKJDI4SB32WWUTJ72GHU.jpg?auth=cff313fce270d111fb65b1cf6823f49ca81bcc4ecb0f259c32a4c34b365b8ca7&width=414)
Llov¨ªa como si el mar no estuviese abajo, sino sobre las cabezas de la cincuentena de chavales que esperaban el concierto de la ¡°trapera¡± Bad Gyal, la chavala que ha decidido decirles a los chicos que ella tambi¨¦n quiere poder y mandato. Sobre toda la ciudad santa Eul¨¤lia lloraba un a?o m¨¢s de dolor, triste por perder su trono en favor de la Merc¨¨, y los m¨²sicos pagaron los platos rotos. En la playa del Bogatell la arena estaba impracticable, y se hubo de suspender todo el cartel, que ten¨ªa previsto recuperarse la noche del s¨¢bado sustituyendo a Love Of Lesbian por Sidonie. Pero a eso de las 22:00h la lluvia remiti¨® y habi¨¦ndose llevado por delante otros conciertos ¨CNakayi Kant¨¦, Inxa Impro Quartet, Jordi Molina- la santa dio el pl¨¢cet para que los barceloneses no sufrieran m¨¢s su dolor. Y la fiesta sigui¨®. Primero, bajo un tenue lagrimeo, con Jeanne Added y su pop r¨ªtmico, el¨¦ctrico y oscuro comandado por su poderosa voz. Pero la celebraci¨®n vir¨® luego a popular, moruna y suburbial, una suerte de canto y reflejo de los mil mundos que ya podemos tocar con la mano y que nos hablan de una sociedad mestiza.
Pas¨® en la plaza dels ?ngels. Un chaval local hablaba por el m¨®vil con un amigo y le dec¨ªa que all¨ª no hab¨ªa casi negros. Y eso que sonaban rimas. Estaba at¨®nito. Bien que se trataba m¨¢s bien de trap (subg¨¦nero del hip-hop) africano, pero era verdad, all¨ª la chavaler¨ªa era magreb¨ª, hijos de la inmigraci¨®n, pieles oscuras pero m¨¢s claras de nuevos chavales y chavalas de barrio, que se volv¨ªan locas, cada vez que MHD gritaban ¡°Champions league¡±, ¡°Molo molo¡±, ¡°La Moula¡± o ¡°Ngatie Abedi¡±. Bailaban m¨²sica con ra¨ªz en Senegal, una de las cunas culturales, con Francia y Guinea, de Mohamed Sylla, el l¨ªder del cuarteto y lo hac¨ªan ante un p¨²blico al que no se ve en los dem¨¢s circuitos musicales de la ciudad. Los invisibles. M¨¢s tarde, en el Moll de la Fusta, m¨¢s suburbio festivo. Esta vez con toque ¨¢rabe, egipcio. Dos bater¨ªas y un teclado del que sal¨ªan sonidos ¨¢cidos y morunos, m¨²sica chaabi, tambi¨¦n festiva y popular, salpimentada con un refrito agudo y digital. All¨ª el p¨²blico ya era menos sorprendente, blanco y local, pero el sonido, impuro y enervante, no resultaba nada consabido y evocaba a las celebraciones de las Primaveras ?rabes a las que, en el caso egipcio, puso m¨²sica como si se tratase de un himno de los nuevos tiempos. Dos extremos de la periferia en el centro de la ciudad.
Mientras tanto, la plaza de la Catedral tambi¨¦n hab¨ªa propuesto mezcla. La de Mar¨ªa Arnal y Marcel Bag¨¦s rehaciendo la tradici¨®n popular y cantando en una jota ¡°Y el cielo se encuentra nublado/no se ve relucir ni una estrella/los sonidos del trueno y del rayo/vaticinan segura tormenta¡± mientras los espectadores, en pie pues la lluvia hab¨ªa desaconsejado las sillas inicialmente previstas, escuchaban como canciones como estas son fruto textos y melod¨ªas llegados de aqu¨ª y de all¨¢ y resituados en una nueva tradici¨®n, la de los dos j¨®venes que ahora la expon¨ªan frente a ellos. Con solo voz y una guitarra. Menos afortunado en su mezcla estuvo Bachar Mar Khalif¨¦, hasta el punto de no saberse a qu¨¦ carta jugaba, si a la de la estilizaci¨®n l¨ªrica a piano en clave occidental, al misticismo ¨¢rabe o a un improbable nuevo folclore. La cuesti¨®n es que el p¨²blico no recogi¨® su guante y fue menguando a medida que pasaba el tiempo. En una noche de fiesta no todo el mundo se lo pasa bien.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.