Lectura callejera
El autor describe el devenir de un d¨ªa de oto?o en Madrid, con sus personajes pasando unos junto a otros como p¨¢ginas de un libro
Ese que se detiene en la esquina fue agente secreto de la Rep¨²blica de Bovenia y espera encontrarse con la rubia que logr¨® salvar el microfilm. La se?ora que cruza con resignaci¨®n y por d¨¦cima vez el paso de cebra es una viuda que se ha negado a reconocerlo; as¨ª pasen todos los oto?os posibles, ella sabe que su marido ha de volver a tomarla del brazo, justo en medio de ese paso de cebra y que ambos han de seguir la ruta de siempre. El conductor de autob¨²s mira al sem¨¢foro como si fuera su novia. En la banca de madera hay dos hombres que, a pesar de verse todos los d¨ªas, no se conocen y ni les interesa conocerse.
Aquel que se mira en el reflejo de la ventanilla del Metro va redactando un ensayo sobre la desproporcionada importancia que le concede el mundo a las solapas de los abrigos. En el asiento de al lado, una mujer recita de memoria el ¨²nico poema que se sabe y al salir en Sol, ambos se cruzan con el joven que lleva trescientas veinte p¨¢ginas mecanografiadas de una novela que no hace m¨¢s que narrar minuciosamente el paso del tiempo en un Madrid cuyos d¨ªas se leen cada veinticuatro horas como p¨¢ginas de un oto?o por venir. Cada paso, un p¨¢rrafo que depende enteramente de la concentraci¨®n del narrador que los camina en silencio y tambi¨¦n de la azarosa circunstancia de quien lo estorbe.
Uno va leyendo las calles en un Madrid que no quiere dejar de ser verano y de pronto un soplo de viento fresco parece indicar que se acerca un nuevo cap¨ªtulo, all¨ª en el cambio de luces, donde un gendarme parece balbucear en voz baja la cr¨®nica de una haza?a heroica que quisiera protagonizar ¨¦l mismo en la madrugada.
El diminuto duendecillo que acelera un cochecito de juguete sobre la manga de su batita no es farmac¨¦utico ni enfermo sin guardia, es el protagonista de un cuento fant¨¢stico que alguien le va dictando en silencio, sugiri¨¦ndole vestuario, di¨¢logos, rumbo y desenlace¡ y esa que viene marchando de frente, abriendo un surco en la acera como quien va arando una esperanza es nada menos que un poema perfecto, cada verso en el vuelo libre de su cabellera que imita la noche, el mar en los ojos y la m¨²sica callada de un secreto que no puede ponerse en tinta porque simplemente no existe. Todo es el invento de un Madrid que se lee andando: p¨¢gina a p¨¢gina, las palabras que nos unen.
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