Can Pistoles, el cine en la calle
La Filmoteca abre una exposici¨®n sobre la hist¨®rica publicidad de la sala Capitol
Can Pistoles es el nombre popular que ten¨ªa el cine Capitol. Ahora, La Filmoteca recupera la memoria gr¨¢fica de sus singulares fachadas publicitarias en una exposici¨®n donde recoge fotograf¨ªas y carteles de la ¨¦poca (1926-1989). Tambi¨¦n ha producido un documental. En esta historia hay b¨¢sicamente los nombres del propietario del cine, Antoni Sol¨¦, y de los creadores de aquellas enormes e historiadas s¨¢banas que anunciaban el filme. Nombres como Fernando Pi?ana, ?ngel Camacho y Antoni Clav¨¦, que la pint¨® entre los a?os 1932 y 1935.
Llu¨ªs Permanyer, bi¨®grafo del artista, explica que la libertad creativa que le dio la empresa exhibidora le abri¨® las puertas a su trayectoria de pintor. De hecho, el apodo de Can Pistoles sale de una decoraci¨®n que hizo para el estreno de Contra el imperio del crimen (1933). Sol¨¦ quer¨ªa una fachada llamativa y Clav¨¦ simul¨® en las vitrinas del cine unos impactos de bala. En las tertulias del Ateneu empezaron a hablar de Can Pistoles... y el nombre hizo fortuna. Los barceloneses lo hicieron suyo con gran satisfacci¨®n de Antoni Sol¨¦, un empresario particularmente innovador en el mundo de la comunicaci¨®n publicitaria.
De hecho, en Can Pistoles, la fachada no lo era todo. Sol¨¦ defend¨ªa que el espectador ten¨ªa que encontrarse la pel¨ªcula antes de entrar a la sala. Para conseguirlo, hac¨ªa circular carrozas publicitarias; si estrenaba un Tarz¨¢n, un hombre-mono daba saltos por la Rambla; y en el vest¨ªbulo del cine muy a menudo recreaba escenarios del filme: desde un palacio oriental al ata¨²d de Dr¨¢cula con una blanquinosa mano sobresaliendo. ?ngel Camacho hijo, que trabaj¨® en la empresa de su padre, explicaba en la noche inaugural de la exposici¨®n, una noche de recuerdos, los problemas que hab¨ªa con la censura con los carteles. Una vez, para Can Pistoles, dibujaron la parte trasera de un taxi barcelon¨¦s que, bien mirada, era como el culo de una mujer. No pas¨® la censura y el chico que enviaron de urgencia para arreglar el problema, en lugar de disimularlo le dibuj¨® unas bragas. El remedio, obviamente, fue peor que la enfermedad y tuvieron que ir nuevamente a taparlo todo.
Can Pistoles era una sala dedicada a un cine de g¨¦neros muy reconocibles: terror, aventuras, de ladrones y serenos, westerns... Pero la osad¨ªa de Sol¨¦ no era ¨²nicamente publicitaria. En el documental, uno de sus hijos recuerda el estreno del primer film hablado en catal¨¢n de la posguerra. El Judas (1952), de Iquino. En la primera sesi¨®n se proyect¨® la versi¨®n en catal¨¢n, pero el cine fue denunciado y la segunda sesi¨®n ya se hizo con la versi¨®n en castellano.
Ahora Can Pistoles se llama Club Capitol y es un teatro. Y aquellos grandes anuncios en la fachada ya no se hacen. Por muchas razones: era una producci¨®n cara; los estrenos ya no son exclusivas de una sala o de una empresa exhibidora; la vida de muchos filmes en los cines es imprevisible y, en muchos casos, cort¨ªsima y el Ayuntamiento quiere que se vea la fachada y no permite estas hist¨®ricas coberturas publicitarias.
Ahora solo se encuentran, m¨¢s grandes todav¨ªa, tapando los andamios de un edificio en rehabilitaci¨®n. Por eso, la exposici¨®n, comisariada por N¨²ria Exp¨®sito, acerca el visitante a una ¨¦poca de la publicidad, del cine y de la ciudad.
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