Desnudez al piano
El prol¨ªfico artista de Oreg¨®n apuesta por el intimismo extremo en un concierto breve y riqu¨ªsimo
¡°Hace dos a?os yo ten¨ªa una banda. Hoy tengo un piano¡±. As¨ª resum¨ªa Peter Broderick, antes siquiera de pulsar una sola nota, las sustanciales diferencias entre su visita de 2014 al Teatro del Arte y la de este martes en el nuevo Caf¨¦ Berl¨ªn. La noche result¨® casi contrapuesta, en verdad, pero dif¨ªcil de olvidar por su emoci¨®n reconcentra, por la acumulaci¨®n de sensaciones justo cuando el desnud¨ªsimo formato pod¨ªa propiciar la duda, incluso la pereza. Y porque siempre conmueve el silencio en una sala peque?a; ya se sabe que Madrid no es la plaza m¨¢s propensa al sigilo entre los espectadores, pero este peque?o geniecillo de Oreg¨®n supo labrarse - milagro- un respeto casi reverencial.
Nos moriremos sin saber c¨®mo era escuchar de cerca a Nick Drake, un hombre que adem¨¢s desarroll¨® un temprano p¨¢nico a los escenarios, pero alguna de las piezas de Broderick nos situaban directamente en los tiempos de Pink moon. Esa voz tierna, fr¨¢gil y con resonancia; las progresiones inesperadas, los monos¨ªlabos entrecortados: todo remit¨ªa al genio ef¨ªmero e incomprendido que ha terminado multiplicando el asombro en generaciones sucesivas. Pero el magisterio de Drake dista de ser la ¨²nica fuente de inspiraci¨®n para el muchacho de la coleta recogida. Es m¨¢s: asombra pensar que, sin haber alcanzado a¨²n la frontera de los 30, atesore tal cantidad de discos y sabidur¨ªa caleidosc¨®pica a las espaldas.
El m¨¢s reciente de sus trabajos, y la excusa m¨¢s inmediata para esta visita, es el m¨¢s ¨¢rido de todos. Tambi¨¦n uno de los m¨¢s fascinantes. Partners desarrolla este formato adusto de piano y voz en el que pueden venir a la mente nombres como Harold Budd o Brian Eno, a unos cuantos a?os luz de la canci¨®n de autor. Es la de Peter una t¨¦cnica pian¨ªstica elemental, sin grandes virguer¨ªas ni preciosismos, con la emoci¨®n inmersa en el l¨¢tigo de cada nota. Pero, en ese contexto de sorpresa permanente, acontecen tambi¨¦n algunas r¨¢fagas minimalistas de notas martilleadas, como en alguna vieja partitura de Wim Mertens.
A?adamos la sorpresa de alg¨²n instrumental puro, con el solo aderezo de un leve quejido vocal, como prolongaciones mel¨®dicas de aquellas interjecciones que Keith Jarrett populariz¨® desde los tiempos de su inmenso K?ln Concert. O una espectacular lectura de la antiqu¨ªsima balada tradicional irlandesa As I roved out, con la que Broderick, cantando a capela y sin amplificaci¨®n entre las mesas, pudo recordarnos a Alasdair Roberts o a una versi¨®n masculina de June Tabor.
Fue un concierto breve, de una hora apenas, pero estimulante hasta contener el aliento. Y gener¨® tal percepci¨®n de intimidad como para que Broderick se lanzara de pronto a confesarnos que perdi¨® la virginidad (a los 19) tras escribir para una chica la ¨²ltima canci¨®n de la noche. Por si la f¨®rmula fuera extrapolable a otros compositores al piano, desvelemos aqu¨ª el secreto: conqu¨ªstenlas, o conqu¨ªstenlos, a la manera de Satie. Y m¨¢ndenle luego un mensaje de agradecimiento al chico de Oreg¨®n.
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