La envidia triunfante del periodismo mundial
La discusi¨®n sobre lo que puede haber de cr¨®nica period¨ªstica en la ficci¨®n novelesca o lo que habr¨¢ de imaginaci¨®n literaria en el periodismo ha caducado
La discusi¨®n sobre lo que puede haber de cr¨®nica period¨ªstica en la ficci¨®n novelesca o lo que habr¨¢ de imaginaci¨®n literaria en el periodismo ha caducado.
Tal y como demuestra la prensa mundial, la tensi¨®n entre cr¨®nica y ficci¨®n ya es un falso dilema. El escritor puede novelar lo que le venga en gana. Nada le perturba. Todo le sirve. Puede inventar sucesos hist¨®ricos nunca acaecidos, poner nombres reales a personajes imaginarios, dar la voz a los mudos y hacer callar a los deslenguados, desvirtuar lo que dijeron los vivos o imputar a los muertos lo que nunca hicieron. El novelista puede hacer lo que le plazca y puede hacerlo a su antojo, porque su privilegio es la impunidad.
Como es bien sabido: ning¨²n periodista renuncia a ser novelista. Y hoy est¨¢ a punto de conseguirlo.
Mario Vargas atribuy¨® a la estirpe de los escritores un empe?o sacr¨ªlego. En el estudio dedicado a Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, Historia de un deicidio, un extenso y pormenorizado an¨¢lisis de la obra maestra de Gabo, nos dice que el novelista quiere sustituir a Dios y convertirse ¨¦l mismo en un creador de mundos, en el taumaturgo de las historias y los personajes que poblar¨¢n el imaginario humano con la misma fuerza que el llamado mundo real.
Al presentarnos al escritor como un deicida, como un celoso competidor de Dios, como un envidioso imitador del Creador, Vargas da a la tradici¨®n narrativa un lugar central en la cultura y advierte que tras las grandes novelas del siglo est¨¢ el genio disidente, arrogante, destemplado y terriblemente inteligente que ha retorcido la historia del mundo.
Esto lo dec¨ªa Vargas en 1971.
M¨¢s de treinta a?os despu¨¦s, el mismo autor reuni¨® sus cr¨ªticas literarias m¨¢s destacadas y las agrup¨® bajo este r¨®tulo: La verdad de las mentiras. En este nuevo ejercicio de sagacidad, Vargas nos dice que un novelista elabora mentiras, quiz¨¢s convincentes, atractivas, entretenidas, pero mentiras al fin y al cabo.
Vargas, inexplicablemente, da por cancelada la ambici¨®n de los escritores y reduce su tit¨¢nica revuelta prometeica a un simple ejercicio de imaginaci¨®n literaria. Olvida el combate tr¨¢gico de la revuelta que glos¨® en su libro y nos consuela con el ingenioso y esmerado oficio que hace las delicias de los lectores.
?Qu¨¦ ha ocurrido? ?Qu¨¦ le ha ocurrido a nuestra generaci¨®n, durante el ¨²ltimo tercio del siglo XX, para que la soberbia epopeya de los escritores haya quedado reducida a un artificio de cuentistas? ?C¨®mo hemos podido perder en el curso de este s¨²bito viaje la m¨¢s excelsa de nuestras conquistas? ?C¨®mo se convirti¨® el deicida en un mentiroso?
Podr¨ªamos pensar que una educaci¨®n deficiente ha deteriorado la capacidad cognitiva de una poblaci¨®n incapaz de seguir el hilo narrativo de un discurso complejo. Que los medios audiovisuales han infantilizado al adulto hasta convertirlo en alguien resueltamente incapaz de comprender las estrategias literarias. Que la l¨®gica del aburrimiento ha sobornado a las mejores cabezas haci¨¦ndolas c¨®mplices de la industria del entretenimiento. Que la obsesi¨®n por la audiencia masiva ha destruido la interlocuci¨®n cultural. Que la cr¨ªtica literaria contribuye con su falsa ecuanimidad a confundir las obras de arte con los productos industriales.
A esta decadencia aspira la prensa mundial. Siempre envidioso de la literatura, el periodismo se pregunta: ?y por qu¨¦ yo no? Si los grandes novelistas mienten como bellacos, ?por qu¨¦ no podr¨ªa yo mentir a mi antojo? Adem¨¢s: si los lectores est¨¢n cansados, aburridos, y ya no saben leer novelas, ?qui¨¦nes somos nosotros para obligarles a leer peri¨®dicos?
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