Triunfo, gloria y apoteosis del mal gusto
El apartamento de los Trump en Manhattan: como si a Luis XIV le hubieran expropiado Versalles y enviado con todo lo suyo a un loft de Queens
En el apartamento de los Trump en Manhattan se abigarran antig¨¹edades de bronce, puertas repujadas con l¨¢minas de oro, diamantes engastados en barandillas, columnas y capiteles de m¨¢rmol, ornamentos ribeteados con marfil, picaportes de plata labrada y un mobiliario taraceado con maderas nobles y perfumadas. Es como si a Luis XIV le hubieran expropiado Versalles y enviado con todo lo suyo a un loft de Queens. Incluida la peluca.
Desde los ventanales que se elevan por encima de los rascacielos de Nueva York, la se?ora de la casa confiesa que se encuentra muy bien en el hogar montado por Donald, y que si de ella dependiera nunca bajar¨ªa a la calle. Es una pena que no haya convencido a su marido.
La doctrina del gusto ha elaborado criterios de armon¨ªa y equilibrio, un sentido de la proporci¨®n que no solo concierne a la decoraci¨®n y a la arquitectura. De un modo que no deja de ser inquietante, la indagaci¨®n sobre el origen de los juicios est¨¦ticos ha revelado ciertas correspondencias entre la conciencia de lo bueno y la certeza de lo bello, entre el p¨¢lpito del deber moral y la educativa influencia de la belleza. La proposici¨®n es amenazadora, pues si seg¨²n los fil¨®sofos el bien concuerda con lo bello, ?quiere eso decir que lo feo es una impetuosa manifestaci¨®n del mal?
Se nos ha educado en la creencia vertebral del buen gusto: el comportamiento agradable pertenece a un orden superior de inteligencia; el respeto y la consideraci¨®n que se debe a los otros son formas elevadas de una elegancia que contribuye con sus gestos a preservar el orden del mundo.
La irrupci¨®n de Trump en la vida de las naciones, la aparici¨®n del energ¨²meno que vocifera sin pudor, que ofende y amenaza a quien se pone por delante, que alardea con orgullo de su vulgaridad, es un acontecimiento que altera nuestras costumbres, destruye nuestros mejores h¨¢bitos y desmiente con fuerza nuestras ilusiones. Su victoria va m¨¢s all¨¢ de la pol¨ªtica.
La ordinariez intelectual de Trump, la negaci¨®n estrafalaria de nuestras convenciones culturales, la mofa que dedica a nuestros valores, ejerce un poder de seducci¨®n que ni hab¨ªamos imaginado. La victoria de Trump anima a sus seguidores en cualquier lugar del mundo a acabar de una vez con la inhibici¨®n que los hace infelices. El triunfo de Trump libera las fuerzas reprimidas, aquellos anhelos largamente condenados, estos deseos perenemente insatisfechos.
Trump, con su fortuna, su flequillo y su inconcebible atrevimiento, libre de la opini¨®n coercitiva de las ¨¦lites sociales, es un modelo ejemplar para el inmenso sector social de los maltratados. La poblaci¨®n castigada y despechada ya ve en Trump algo que apenas hemos sabido temer: la descomunal fuerza redentora del resentimiento, la energ¨ªa creativa del rencor y la promesa que la sed de venganza reserva a los que han sido despreciados.
La vuelta de tuerca de las transformaciones sociales ha sido inesperada: en lugar de alentar el af¨¢n de justicia, la humillaci¨®n de la poblaci¨®n ha generado un inmenso e irreparable odio.
A los estadounidenses les corresponde arreglar las deficiencias de un sistema electoral que permite gobernar al candidato menos votado, pero no lo tendr¨¢n f¨¢cil en una sociedad que tan masivamente ha votado contra la Seguridad Social. Este perturbador fe¨ªsmo moral expresa fielmente el aborrecimiento que sienten por s¨ª mismos los votantes de Donald Trump. La m¨¢s depurada expresi¨®n? del mal gusto, el signo de un trastorno colectivo, el s¨ªntoma de un fracaso lamentable.
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