Se?ales que vienen de Francia
Mientras Macron crece, los socialistas recortan ellos mismos su espacio, vergonzantemente adosados a la derecha y temerosos a la hora de mirar hacia las izquierdas, como el PSOE
Extra?os tiempos estos en que el l¨ªder de la Rep¨²blica Popular China, Xin Jinping, se erige, en Davos, en el principal propagandista de la globalizaci¨®n neoliberal. Los efectos de las grandes transformaciones tecnol¨®gicas, econ¨®micas y sociales de las tres ¨²ltimas d¨¦cadas, est¨¢n alcanzado a la pol¨ªtica occidental. Los cambios institucionales a menudo llegan con retraso, las sociedades van m¨¢s de prisa que los r¨ªgidos aparatos de Estado. A Europa le han pillado en fase cr¨ªtica de su construcci¨®n y en un momento de toma de conciencia de que su papel decreciente en el mundo, de modelo a museo. La incertidumbre se ha agrandado al quedar la Uni¨®n atrapada en la pinza Trump-Putin, que comparten un objetivo com¨²n: debilitar a Europa. Al tiempo que el inicio formal de la negociaci¨®n del Brexit abre una brecha extremadamente peligrosa: si a Gran Breta?a le sale bien, las fugas pueden producirse en cadena.
El desconcierto pol¨ªtico se hace especialmente visible en Francia, que vive su momento institucional supremo: las elecciones presidenciales. La desconfianza en la clase pol¨ªtica se ha traducido en que en todos aquellos casos en que se ha habido primarias (los republicanos, los socialdem¨®cratas y los verdes) el candidato que ten¨ªa m¨¢s apoyos entre el n¨²cleo dirigente del partido ha perdido. La carrera ha sido para outsiders que no entraban en los pron¨®sticos: Fran?ois Fillon, Beno?t Hamon y Yannick Jadot.
Dice Ian Buruma que ¡°la ¨²nica manera de salvar la democracia liberal es que los partidos tradicionales recuperen la confianza de los votantes¡±. Es un razonamiento conservador, en el sentido de que se mueve en la l¨®gica del pasado. Pensar que el problema lo tienen que resolver los partidos de siempre es en el fondo una manera de evitar plantearse lo que se ha hecho mal para que la desconfianza en los pol¨ªticos ¡ªque no en la pol¨ªtica, los franceses responden siempre¡ª sea tan grande. La obsesi¨®n por el modelo cerrado ¡ªno hay alternativa, que ha entregado la socialdemocracia en manos de la derecha¡ª ha roto la din¨¢mica constructiva del pensamiento cr¨ªtico y ha conducido directamente al precipicio. Si no hay alternativa, no cabe pensar que las cosas se podr¨ªan haber hecho de otra manera. Ni siquiera la discrepancia tiene sentido. El camino est¨¢ marcado. Y as¨ª la democracia se queda sin aliento. Al final del precipicio est¨¢ el autoritarismo posdemocr¨¢tico, que est¨¢ ya alumbrando como destino de la impotencia de los partidos de siempre.
En esta pol¨ªtica vaciada de s¨ª misma, Fran?ois Fillon, ahora en apuros porque hizo de la honestidad lema de campa?a teniendo la cola de paja, introdujo un recurso inesperado: utiliz¨® su condici¨®n de cat¨®lico como atributo electoral, algo ins¨®lito en la cultura laica francesa, amparando as¨ª el repliegue identitario de unos ciudadanos, descolocados por la cultura global, que buscan referentes ya conocidos, y dando resonancia a la polarizaci¨®n religiosa que emana del discurso antimusulm¨¢n. La extrema derecha ha colonizado las mentes de los partidos de siempre.
La v¨ªa de ruptura con los partidos tradicionales ¡ªla potencial sorpresa de estas presidenciales¡ª la encarna, como en Estados Unidos, un antisistema del sistema: Emanuel Macron. S¨®lo que el personaje Macron, con un toque de esnobismo franc¨¦s y un plus de europe¨ªsta militante, es un impecable contrapunto al amoralismo hortera de Trump. Su exitosa irrupci¨®n desde la nada da la medida del estado de los partidos. Mientras Macron crece, los socialistas recortan ellos mismos su propio espacio, vergonzantemente adosados a la derecha y temerosos a la hora de mirar hacia las izquierdas (exactamente igual c¨®mo ocurre en el PSOE). As¨ª, arrinconan a Benoit Hamon en una franja de su electorado y dejan que Macron les robe parte de la otra franja.
El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, hizo balance de las amenazas que vive Europa y se olvid¨®, a mi parecer, de la principal: la fractura generacional. Mientras los mayores disfrutaron de los a?os de bienestar fruto de los pactos de posguerra, los j¨®venes, a menudo mejor preparados, viven con pocas expectativas y grandes dificultades para instalarse. Urge una renovaci¨®n general del sistema pol¨ªtico que incorpore a los j¨®venes y saque a Europa del miedo a un mundo en cambio. Por eso el joven Macron, sin partido ni historia, talonea ya a Fillon y el irreverente Hamon le ha robado la cartera a Valls.
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