En la mente del pandillero
Los especialistas explican c¨®mo los j¨®venes se acercan a los grupos violentos en busca de poder, protecci¨®n y experiencias positivas que no encuentran en la familia ni en la escuela
¡ª Me he sentido muy bien. He sentido que los chicos peque?os me miraban con admiraci¨®n.
¡ª ?Y cu¨¢ndo te hab¨ªas sentido as¨ª antes?
¡ª Cuando daba machetazos.
Esta conversaci¨®n entre un joven de los Trinitarios (una de las bandas latinas m¨¢s violentas de la capital) e Inmaculada Montes, psic¨®loga de un centro de medidas de menores, se produjo despu¨¦s de que el muchacho, cercano ya a la mayor¨ªa de edad, participase como monitor en una actividad l¨²dica con ni?os en un poblado marginal de Madrid. ¡°Este tipo de voluntariado est¨¢ funcionando muy bien¡±, explicaba Montes el viernes pasado en la sede de la Agencia para la Reeducaci¨®n y Reinserci¨®n del Menor Infractor (ARRMI), dependiente del Gobierno de la Comunidad de Madrid.
Junto ella, asent¨ªan Mayte Garc¨ªa y Luis Gonz¨¢lez, t¨¦cnico y responsable, respectivamente, del ¨¢rea de estudios y programas del ARRMI. Los tres se enfrentan cada d¨ªa al problema de los grupos violentos de j¨®venes en un momento en el que la actividad criminal de las bandas latinas se est¨¢ reactivando, seg¨²n la ¨²ltima memoria anual la Fiscal¨ªa de la Comunidad de Madrid. Y seg¨²n se puede comprobar cada vez que, como el mi¨¦rcoles pasado, detienen a algunos de sus miembros tras alguna pelea o alg¨²n tiroteo.
Para poder hacer su trabajo es fundamental comprender qu¨¦ pasa por la mente de esos chavales, para lo cual los especialistas combinan su experiencia con estudios sistem¨¢ticos como los que lleva a?os conduciendo la profesora de Psicolog¨ªa de la Aut¨®noma de Madrid Mar¨ªa Jes¨²s Mart¨ªn. Describen un sustrato com¨²n de adolescentes vulnerables (de entornos marginales, pero tambi¨¦n, y cada vez m¨¢s, de otros m¨¢s normalizados) que pueden acabar en el grupo violento que tengan m¨¢s cerca, ya sean esas bandas latinas (donde, por cierto, hay tambi¨¦n marroqu¨ªes, filipinos, espa?oles...) o neonazis, ultras deportivos, red skins... El nivel de violencia, aseguran, depender¨¢ sobre todo del grupo en el que caigan.
Mayte Garc¨ªa cuenta la historia de un muchacho de 14 a?os. Al llegar a Espa?a, Juan Carlos (vamos a llamarle as¨ª) se da cuenta de que no es el para¨ªso que imaginaba cuando viv¨ªa en un pueblo de Ecuador con sus abuelos, cuando su madre enviaba desde Madrid un dinero que le permit¨ªa caprichos como vestir ropa de marca. Al contrario, su barrio es un mundo hostil y solitario en el que vive en una habitaci¨®n de un piso compartido junto a su madre, que trabaja de sol a sol por un sueldo que apenas da para nada, mucho menos para marcas. Sin amigos, con compa?eros de instituto que le ponen las cosas dif¨ªciles mientras se ve incapaz de seguir las clases, acaba junt¨¢ndose con esos chicos mayores que, simplemente, le preguntan c¨®mo est¨¢, le animan. Y que un d¨ªa le llevan a una party en mitad de una jornada escolar con chicas que por primera vez le hacen caso.
Hay adolescentes que ya hab¨ªan sido violentos antes y se acercan a estos grupos ¡°para sentirse m¨¢s poderosos o para conseguir alg¨²n recurso econ¨®mico¡±, pero tambi¨¦n hay muchos otros que, como Juan Carlos, no lo hab¨ªan sido y, de hecho, lo que buscan es protecci¨®n, se?ala un reciente trabajo de la profesora Mart¨ªn, para el que entrevist¨® a 71 muchachos entre 15 y 29 a?os.
"Nunca me hab¨ªan invitado a un cumplea?os"
¡°No han tenido ninguna experiencia de ¨¦xito ni con amigos ni en la familia ni en el instituto, y de repente la tienen¡±, explica Montes. ¡°A m¨ª nunca me hab¨ªan invitado a un cumplea?os. Y aqu¨ª soy alguien¡±, le dijo una vez un pandillero a Mayte Garc¨ªa. As¨ª, la violencia, aunque a veces es reactiva (act¨²an as¨ª porque no saben hacerlo de otra manera), se convierte sobre todo en instrumento de poder, aceptaci¨®n y ascenso social dentro de su nueva familia.
¡°Se creen que est¨¢n en un videojuego en el que tienen que ir pasando pantallas¡±, a?ade Garc¨ªa. Hasta que se dan cuenta de que no es ning¨²n juego y de la contradicci¨®n que significa, por ejemplo, que la protecci¨®n que iban buscando les ha puesto en permanente peligro, destaca Luis Gonz¨¢lez. Pero para entonces est¨¢n tan involucrados que es muy dif¨ªcil dar marcha atr¨¢s y el autoenga?o puede m¨¢s que cualquier contradicci¨®n.
Por eso el trabajo de los profesionales que intentan reinsertar a los menores condenados por alguna infracci¨®n es aprovechar esos momentos de duda, ofrecerles referentes positivos fuera de su pandilla, ayudarles a identificar qu¨¦ es lo que quieren y c¨®mo lo pueden conseguir, por ejemplo, volviendo a la escuela.
La tarea no es f¨¢cil y las reca¨ªdas son frecuentes ¡ªpara muchos, haber sido condenados significa un ascenso inmediato en su grupo¡ª, por lo que la implicaci¨®n de la familia es crucial.? Unas familias que, muchas veces, se hab¨ªan estado enga?ando hasta unos niveles inconfesables cada vez que su hijo aparec¨ªa en casa con las manos cortadas, con un enorme morat¨®n en mitad de la cara.
"Cuando pas¨® lo que pas¨®"
As¨ª que esta parte tampoco es sencilla. Garc¨ªa y Montes hablan de padres que se niegan a creer, de los que usan eufemismos ¡ª¡°Cuando pas¨® lo que pas¨®¡±¡ª y de los que romp¨ªan a llorar cuando su hijo de 17 a?os, que en casa siempre fue el ni?o perfecto que no levantaba la voz y ayudaba a su madre, les contaba el camino que le llev¨® a un centro de reforma por un delito con arma de fuego.
Los estudios hablan de varios tipos de entornos familiares de donde salen estos chicos. Uno es el autoritario (de control y supervisi¨®n permanente), pero mucho m¨¢s frecuente seg¨²n los especialistas es el an¨®mico, esto es, el que no solo es incapaz de influir en su hijo, sino que tampoco hace mucho esfuerzo por participar en su vida y, cuando surge el conflicto, lo evita. Cuando estos padres se ven desbordados, se convierten en bipolares, es decir, abrazan el control y el castigo, pero de forma moment¨¢nea, hasta que fracasan y vuelven a bajar los brazos.
Cuando la madre de Juan Carlos escuch¨® d¨®nde hab¨ªa estado metido su hijo se culp¨®, cuenta Garc¨ªa. Y en cuanto pudo, meti¨® a su hijo en un avi¨®n de vuelta a Ecuador. Otros, sin embargo, seguir¨¢n con sus vidas, oscilando cada vez m¨¢s, a medida que van cumpliendo a?os, entre la atracci¨®n del grupo y la del exterior: un trabajo, una novia, hijos...
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