A 80 pasos de la batalla del Jarama
Los republicanos homenajean con una marcha a los brigadistas internacionales, representados por 400 descendientes de nueve pa¨ªses
El aire sopla a trav¨¦s de los olivos y se cuela entre sus ra¨ªces. Neus se aparta de la fila, toma unas aceitunas y aprieta hasta exprimir su jugo. ¡°Es rojo, como la sangre¡±. Los ¨¢rboles del valle del Jarama fueron regados por la de miles de voluntarios internacionales hace ahora 80 a?os, logrando detener el avance fascista hacia Madrid. ¡°Dejaron atr¨¢s su hogar para luchar por unas ideas y nuestro agradecimiento es infinito¡±, ha clamado este s¨¢bado Almudena Cros, presidenta de la asociaci¨®n de brigadistas internacionales. Sus palabras han retumbado frente a la colina del Suicidio, donde el batall¨®n brit¨¢nico qued¨® esquilmado por las tropas sublevadas. Ahora es un s¨ªmbolo de la resistencia republicana al que acuden cada a?o cientos de personas para honrar la memoria de sus mayores.
¡°Hace una d¨¦cada no exist¨ªa nada de esto, mientras en otros pa¨ªses se les hac¨ªa todo tipo de reconocimientos¡±, explica Merche L¨®pez, de la asociaci¨®n Jarama 80. Antes de llegar el mediod¨ªa, una inmensa columna humana provista de banderas tricolor avanza por un estrecho camino hacia la cota 700, una fortificaci¨®n de piedras, ahora ya derruidas, que conformaban el n¨²cleo de defensa del ej¨¦rcito republicano. Apunta de manera incisiva al Pingarr¨®n, una colina de apenas 695 metros de altitud convertida en un punto estrat¨¦gico del combate.
La vereda, en el t¨¦rmino municipal de Morata de Taju?a, traspasa unas tierras particulares, las de Francisco Rold¨¢n, que vigila el tractor que sacude el olivo para recolectar su cosecha. ¡°No me molesta que la gente traspase mi propiedad. S¨¦ que aqu¨ª hay un tesoro y hay que mantenerlo y difundirlo¡±. Ocho d¨¦cadas despu¨¦s, en esta tierra a¨²n se pueden encontrar restos de aquellos d¨ªas, como la lata de comida oxidada que ha descubierto Jorge, un madrile?o de 20 a?os. Es la primera vez que visita el antiguo frente en el que, del 6 al 25 de febrero de 1937, murieron casi 20.000 combatientes, 2.500 voluntarios extranjeros.
Mientras avanzan en su ya tradicional ofensiva, los marchadores han clamado consignas y se han abrazado como hermanos porque, como escribi¨® Luis P¨¦rez Infante, ¡°el idioma no importa: los hombres libres hablan una sola lengua¡±. A lugare?os y partisanos se han unido m¨¢s de 400 descendientes de brigadistas llegados de nueve pa¨ªses, aunque aqu¨ª lucharon voluntarios de 54 nacionalidades, entre ellos el abuelo de Tom Wintringham, un capit¨¢n brit¨¢nico al que su nieto no lleg¨® a conocer. ?ngel Rojo tiene 65 a?os y es vecino de Vallecas. Acude cada a?o a la marcha. Lo atestigua la bandera republicana que cuelga por su espalda, con m¨¢s de 40 firmas de brigadistas internacionales. ¡°Ya solo viven dos. Con ellos se pierde un referente de la democracia y de nuestra historia¡±, solloza mientras muestra la r¨²brica de Bob Doyle, un medi¨¢tico activista irland¨¦s que muri¨® en 2009.
Los supervivientes
Probablemente, Doyle y Santos Cort¨¦s no se conocieron, pero lucharon codo a codo en aquel lluvioso febrero de 1937. Santos, de 96 a?os, solo ha vuelto una vez al frente. No ha realizado la marcha, pero el viernes s¨ª particip¨® en un homenaje en Rivas. Subi¨® al escenario y resbal¨®. ¡°Soy el ¨²ltimo herido del Jarama¡±, brome¨®. Luego comparti¨® su experiencia con un grupo de j¨®venes. ¡°Form¨¦ parte de la divisi¨®n de L¨ªster y disparaba una ametralladora. Nunca sent¨ª miedo, no me dio tiempo de pensar en eso¡±. Para Santos, que a¨²n era un ni?o cuando lleg¨® al frente, la jornada m¨¢s dura fue la del 23 de febrero, cuando los republicanos lanzaron hasta tres ofensivas para tomar el Pingarr¨®n. ¡°Aquel d¨ªa un ob¨²s mat¨® a mis dos compa?eros. Fue muy duro¡±. El mayor n¨²mero de bajas, sin embargo, se concentr¨® entre los miembros del batall¨®n Lincoln, un grupo de voluntarios estadounidenses que fueron utilizados como carne de ca?¨®n en la colina.
Del batall¨®n Lincoln, al que se ha homenajeado de forma especial en esta d¨¦cima marcha, apenas sobrevivieron un centenar de los m¨¢s de 400 brigadistas que lo formaban. Entre sus filas hab¨ªa mexicanos, costarricenses y canadienses. Uno de ellos era Peter Johnsen, t¨ªo-abuelo de Pamela Vivian. Es la segunda vez que esta canadiense visita Espa?a. Persigue la historia de su pariente, que era conductor en la Guerra Civil. Un grupo de mujeres le da las gracias. ¡°Toda mi familia luch¨® para defender la II Rep¨²blica. Alguien que vino a defenderla es mi familia¡±, dice una. De regreso al punto de partida, tras dos horas y cinco kil¨®metros recorridos, un intenso olor a tomillo invade la explanada donde asociaciones y descendientes leen sus comunicados. Unos acordes musicales acompa?an las intervenciones. Las gaitas irlandesas se mezclan con el graznido de los p¨¢jaros.
El comp¨¢s cambia cuando aparece en silla de ruedas Patricio de Azc¨¢rate. Se abre un pasillo y el p¨²blico comienza a aplaudir con estruendo. A sus 96 a?os, es uno de los pocos supervivientes de la guerra. Hijo de un alto funcionario de la Sociedad de Naciones en Ginebra que luego fue embajador de la II Rep¨²blica en Londres, Patricio hablaba cuatro lenguas desde ni?o. Cuando termin¨® sus estudios de bachillerato, tom¨® un tren a Espa?a. Su hermano mayor le present¨® a Santiago Carrillo y este le encomi¨® a ser secretario personal del Jefe del Estado Mayor. Adem¨¢s, fue enlace con los brigadistas. ¡°Eran las fuerzas de choque porque ven¨ªan a defender una causa sagrada¡±. Al concluir su historia, se uni¨® al grupo en el mes¨®n El Cid, en Morata, para visitar el ¨²nico museo que existe de la batalla. Les esperaba Goyo Salcedo, su creador, que exclam¨® aliviado: ¡°Ahora me doy cuenta de que ha valido la pena¡±.
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