No saber o no querer saber
Vivir sin saber, y ya no digamos no querer saber, a la larga ha de pasarnos factura. Y posiblemente la m¨¢s cara de todas sea mirarnos al espejo cuando nos levantamos
Hace unas noches, vision¨¦ por TV3 un interesante documental sobre la figura de Amancio Ortega, el hombre m¨¢s rico del mundo. En determinado momento del programa, los periodistas interrogan a la gente que merodea por una tienda de Zara. La c¨¢mara se fija en dos mujeres radiantes de alegr¨ªa. Acaban de salir de la tienda con bolsas de la firma. El periodista les pregunta a las se?oras si frecuentan mucho Zara. Y ellas contestan que suelen hacerlo unas dos o tres veces por semana. Era obvio que estas mujeres estaban tan contentas por las compras a precio de saldo que acababan de realizar. Y con dise?os al ¨²ltimo grito de la moda.
Me pregunt¨¦ si esa alegr¨ªa hubiera proseguido en sus rostros si hubieran sabido c¨®mo Inditex copia todo lo copiable y hace que miles de mujeres, en pa¨ªses asi¨¢ticos, trabajen a dos euros por d¨ªa para que ellas disfruten de esos modelitos tan al alcance de sus manos una o dos veces por semana. Esa alegr¨ªa hubiera desaparecido inmediatamente. No me cabe la menor duda. Mientras tanto, no saber les permite vivir al margen del dolor que comporta un tipo determinado de explotaci¨®n.
Hay mucha gente en el mundo que no sabe lo que deber¨ªa saber. Y probablemente haya todav¨ªa mucha m¨¢s que haya decidido no saber, como esa que no lee prensa porque dan por hecho que miente. No sabiendo se vive m¨¢s c¨®modo. En todos los casos de corrupci¨®n que se est¨¢n dando en Espa?a y en Catalu?a, siempre hay gente que cuando le preguntan por determinado asunto en el que pudieran estar involucrados delictivamente, contestan que ellos no lo sab¨ªan. ?Qui¨¦n puede probar que s¨ª lo sab¨ªan?
Veamos un caso reciente. La infanta Cristina fue absuelta por no saber. Solo se le acusa de haberse beneficiado del producto de las fechor¨ªas financieras y empresariales de su marido, el exduque de Palma. La presunta connivencia en esas fechor¨ªas no fue tenida en cuenta por el jurado, dada la firmeza de la defensa en negar que su defendida supiera el origen del dinero que gastaba con una tarjeta de la fraudulenta fundaci¨®n que presid¨ªa su marido. Dicho de otra manera, Cristina de Borb¨®n no sab¨ªa nada de nada.
La primera consideraci¨®n que a uno se le ocurre ante esta ignorancia aludida es que solo es posible no saber nada de lo que deber¨ªa saberse si uno no pregunta nada. Puede suceder, aunque cueste mucho creer que no se pregunte, aunque solo fuera por humana curiosidad, por el origen de unos dineros que entraban en casa de los imputados con la llamativa generosidad con que se hac¨ªan presente. Es evidente que la mejor manera de ignorar algo es no preguntar. Como si ese algo no fuera con uno.
Tambi¨¦n podr¨ªa ser que no se pregunte nada por si acaso, no fuera que lo que sepamos se convierta en una carga demasiado insoportable para sobrellevar. Nada nos impide visualizar que la infanta pudo atravesar por estos shakesperianos dilemas. Ignorar o no ignorar. Querer saber o no querer saber. O convencerse a s¨ª misma que lo que ve¨ªa era normal.
Antes este c¨²mulo de dudas, la justicia no puede emitir ning¨²n veredicto que no sea el de inocencia. Porque la justicia no puede acusar a nadie por no saber. Y por no poder, tampoco puede acusar a nadie por no querer saber, aunque sea ineludiblemente sancionable desde el punto de vista moral. Nadie te tiene que ense?ar que estar en el mundo te obliga a ser consciente de la mayor cantidad de cosas que pasan a tu lado. Y ya no digamos si pasan en tu propia casa.
Lo que le pas¨® a I?aqui Urgandar¨ªn no le pas¨® en una isla solitaria, le pas¨® en la casa que compart¨ªa con su mujer. Sin embargo, la infanta no sab¨ªa nada. La pregunta entonces es, ?c¨®mo se puede no saber tanto sobre una parte constitutiva de tu vida? ?Sobre algo que afecta a tu vida cotidiana, que determina que quieras comprarte, adem¨¢s de unos cuantos caprichos, una casa de tres plantas en la zona m¨¢s cara de Barcelona porque de repente se puede?
Vivir sin saber, y ya no digamos no querer saber, a la larga nos pasa factura. Posiblemente la m¨¢s cara de todas sea la que tengamos que pagar todos los d¨ªas antes el espejo cuando nos levantemos.
J. Ernesto Ayala-Dip es cr¨ªtico literario.
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