Elefantes, el ni?o que a¨²n llevamos dentro
El cuarteto catal¨¢n demuestra en la Galileo Galilei que su excelente pop radiante no sabe de edades
A los participantes en Los Matinales de EL PA?S les sucede poco menos que sistem¨¢ticamente: saludan con un ¡°Buenas noches¡±, por la fuerza de la costumbre, hasta que reparan en el peque?o detalle de que a¨²n falta un buen rato para la hora de comer. Shuarma, cantante, portavoz y, esta vez, m¨¢s maestro de ceremonias que nunca, tambi¨¦n borde¨® el lapsus temporal en la Galileo Galilei, pero se repuso enseguida. M¨¢s que nada, porque casi la mitad de los asistentes este s¨¢bado al templo pagano en el barrio de Chamber¨ª apenas levantaban media docena de palmos del suelo. Y porque los propios Elefantes contribuyeron al estupendo alborozo intergeneracional regalando todo tipo de cacharros coloridos y ruidosos entre la joven concurrencia, que invirti¨® los siguientes 80 minutos en ponerlos a funcionar.
Shuarma es una artista para todas las edades, como buena parte de la m¨²sica que rubrica, pero los chiquillos se le dan de cine. Le vimos ataviado para la ocasi¨®n con una camiseta a rayas azules, cual Popeye El Marino en versi¨®n mediterr¨¢nea. Y lo demostr¨® con creces durante todo el mediod¨ªa (la mano por poco se nos va a la V de ¡°velada¡±), aunque su magisterio ray¨® m¨¢s alto que nunca a la altura de Que yo no lo sab¨ªa. El rubio jefe de filas se hab¨ªa levantado para estirar las piernas, pero acab¨® acuclillado frente a un grupo de fans de dos o tres a?itos que se hab¨ªan quedado hipnotizados frente al escenario. At¨®nitos con una primera experiencia que, si no alcanzan a recordar por s¨ª mismos, alguien deber¨ªa haber inmortalizado gr¨¢ficamente.
¡°Nos flipa tocar para ni?os y para los ni?os que todos los adultos llevamos dentro¡±, resumi¨® el cantante barcelon¨¦s, propenso siempre a engatusar a los churumbeles; natural y encantador cada vez que se dirig¨ªa a esos ni?os y ni?as que, hasta hace cuatro d¨ªas mal contados, ten¨ªan proscrita la entrada a las salas de conciertos. Pero las cosas de la vida, alguna rara vez, evolucionan un poquito a mejor. Lo suficiente como para que los cuatro paquidermos adultos interpretaran el bis Descargas el¨¦ctricas con el escenario atestado de v¨¢stagos emocionados y sonrientes. Uno de ellos, incluso, en el regazo del propio vocalista.
Antes hab¨ªan acontecido muchas otras canciones. Casi todas hermosas. Pr¨¢cticamente todas con los sentimientos a flor de piel. Lo pens¨¢bamos a la altura de Que todo el mundo sepa que te quiero. Las letras de esta buena gente son tan inequ¨ªvocas, tan euf¨®ricas y tan amorosas, ¡°desde el segundo cero¡±, que remiten al m¨¢s indisimulado pop mel¨®dico y rom¨¢ntico de cuarenta y tantos a?os atr¨¢s, entre Nino Bravo y Camilo Sesto. Sin pudor, sin temor, sin rubor. Y con la afectaci¨®n debida, claro, que para eso se pregona el amor a los cuatro vientos y con la ¨²vula inflamada en el epicentro de cada garganta.
Hubo un temerario homenaje a Gloria Fuertes (¡°Una escritora muy sabia y muy importante, que realiz¨® una labor maravillosa¡±) con Un globo, dos globos, tres globos, sinton¨ªa televisiva que solo pod¨ªan recordar quienes acreditaran cuarenta y bastantes primaveras en el DNI. Si el expl¨ªcito reconocimiento coloca a Elefantes en alguna lista negra dominical, mala suerte. Y hubo, claro, el merecido tributo a Jos¨¦ Luis Perales, porque eso de ¡°Te quiero, como la tierra al sol¡± era, con tres d¨¦cadas de antelaci¨®n, una elefantada de libro.
Por haber, hubo hasta una ins¨®lita canci¨®n de amor hacia las mascotas, Perro Bambi, que casi nunca suena en los conciertos y que termin¨® con una catarsis colectiva de ladridos: como cuando el saxofonista Paul Winter, tantos a?os atr¨¢s, invitaba a sus oyentes a aullar en homenaje al hermano lobo. Elefantes son as¨ª: unos firmes defensores del amor a raudales. En cualquier direcci¨®n. Sin distingos de edad ni destinatarios. Porque nuestro ni?o interior tambi¨¦n se merece, claro que s¨ª, alguna caranto?a.
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