Ver y dejarse ver
El sonido de Allen se ha ido empeque?eciendo, pero a sus 81 a?os tampoco puede pedirse m¨¢s
La ¨²nica noticia destacable de la noche fue que finalmente no llovi¨®. A eso de las 20.30 un chaparr¨®n impresionante asol¨® los alrededores del Bot¨¢nico de Calella de Palafrugell (Girona). Sin embargo, media hora m¨¢s tarde, cuando Woody Allen lleg¨® al recinto en un Mercedes negro, en mangas de camisa y con un sombrero oscuro calado hasta la nariz (no ser¨ªa ni por fr¨ªo ni por sol, probablemente sea necesario mantener la imagen en todo momento), los nubarrones se hab¨ªan replegado dejando una cierta brisa que se agradec¨ªa.
Pasaban pocos minutos de las diez cuando Allen inici¨® su concierto en el festival de Cap Roig ante un auditorio casi lleno. No era la inauguraci¨®n del certamen, pero lo parec¨ªa: cientos de caras de mediana edad risue?as, alg¨²n paraguas en mano de los m¨¢s descre¨ªdos, atuendo muy casual, con pinta de estar all¨ª para ver y, sobre todo, para dejarse ver m¨¢s que para o¨ªr m¨²sica. Bullicio, copa en mano, previo al concierto tanto en el village como en el claustro reservado para VIPs.
Mucho m¨¢s ambiente entre el p¨²blico asistente que sobre el escenario, donde la verdad es que pasaron pocas cosas. Woody Allen (todav¨ªa en mangas de camisa pero ya sin sombrero) rodeado de seis m¨²sicos sumamente eficaces se sumi¨® en su melanc¨®lica recreaci¨®n del jazz m¨¢s tradicional, ll¨¢mesele dixieland o New Orleans tanto da, a lo largo de setenta escasos minutos (bises incluidos). Melod¨ªas alegres y saltarinas como las que pueblan las bandas sonoras de sus pel¨ªculas y que pueden gustar incluso a los que odian el jazz.
El director de cine demostr¨® en cada tema su amor por esta m¨²sica, sonriente y concentrado
Allen no es un jazzman, lo proclama a quien quiere escucharle, su propuesta es m¨¢s amorosa que profesional y eso se le agradece, pero los resultados distan mucho de lo que puede esperarse de un concierto. El sonido de Allen se ha ido empeque?eciendo con el tiempo, a sus 81 a?os tampoco puede pedirse m¨¢s pero, por momentos falto de fuelle y con alg¨²n problema de ca?a, parec¨ªa m¨¢s estar tocando un kazoo que un clarinete. Jugando con los sobreagudos obtiene una sonoridad sumamente zafia que, si al principio molesta, al final se acaba tomando como una broma, un toque personal. Eso s¨ª, demostr¨® en cada tema su amor por esta m¨²sica: sonriente, concentrado, marcando el ritmo con el pie izquierdo y, aunque pareciera que se adormec¨ªa cuando no tocaba, aplaudiendo a sus compa?eros tras un solo. No toc¨® demasiado y habl¨® a¨²n menos, lo justo para dar las gracias de rigor y presentar a la banda, pero su sola presencia ya llenaba el escenario: se trata de ver al cineasta, no de escuchar al int¨¦rprete.
Por suerte sus m¨²sicos, su grupo habitual de estos ¨²ltimos a?os dirigido por el banjista Eddie Davis, estuvieron siempre a la altura: un buen ritmo constante y melod¨ªas que, a pesar de caer a menudo en el t¨®pico, sonaban potentes y pegadizas. Incluso su pianista, Conal Fowkes, se permiti¨® cantar en castellano el estribillo de una canci¨®n de Lecuona.
Noche simp¨¢tica, sin enga?os ni promesas incumplidas, con poca m¨²sica y lo suficientemente corta como para que nadie se cansara
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