Los mandatos de la CUP
La Generalitat, en manos de una ins¨®lita alianza de antisistemas y supremacistas, ha ido imponiendo sus objetivos
Los trescientos mil votos de la CUP han logrado f¨¢cilmente lo que quer¨ªan. Nadie se atreve a predecir nada tras los ataques al fundamento jur¨ªdico de la econom¨ªa de mercado, del Estado de Derecho y la propia monarqu¨ªa constitucional. Habiendo sembrado tanta discordia entre los catalanes, el imperativo okupase sobrepone a siete millones y medio de ciudadanos con la complicidad directa de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, dos pruebas fehacientes de que la clase pol¨ªtica independentista no se nutre de la meritocracia. Son dos l¨ªderes catastr¨®ficos y ruinosos que han secuestrado a su antojo la vida parlamentaria en el parque de la Ciutadella. Ahora su t¨¢ctica victimista consistir¨¢ en reducir el art¨ªculo 155 a una suerte de llegada de los b¨¢rbaros a las puertas de Roma.
Entre Artur Mas y Carles Puigdemont han logrado algo as¨ª como un pronunciamiento propio del siglo XIX pero en pleno siglo XXI. No faltan ¡ªm¨¢s bien sobran¡ª condimentos iliberales y premodernos, aislacionismo, conspiraci¨®n delictiva, una extra?a idea de la democracia enfrentada al Estado de Derecho, incumplimiento flagrante de la que algunos consideramos mejor Constituci¨®n para Espa?a y para Catalu?a, enfrentamiento con las din¨¢micas econ¨®micas y de la globalizaci¨®n, desestimaci¨®n del valor integrador de la Uni¨®n Europea. Mientras la sociedad catalana va viviendo en las complejidades del nuevo siglo, la Generalitat en manos de una ins¨®lita alianza de antisistema, supremacistas de la Catalu?a arcaica y agentes de la apol¨ªtica primaria ha ido imponiendo sus objetivos, hasta ahora. En lo que el secesionismo s¨ª est¨¢ en el siglo XXI es en el uso del arsenal digital y de facciones medi¨¢ticas subvencionadas con dinero p¨²blico.
El Gaziel m¨¢s l¨²cido, al que el nacionalismo no ha podido reconvertir, dec¨ªa que el separatismo cree que es imposible entenderse con el resto de espa?oles y, para remediar esta situaci¨®n, propone una cosa m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa, que es el desentenderse violentamente de ellos. Es decir, por no sentirse con fuerzas para intervenir e influir en Espa?a, decide lanzarse a la tarea que m¨¢s esfuerzos inoperantes puede requerir y que es la ruptura de un v¨ªnculo de siglos. Gaziel a?ad¨ªa que ¡°el separatismo es una ilusi¨®n morbosa que encubre una absoluta impotencia¡±. Lo estamos comprobando. Pero, a diferencia de la ¨¦poca de Gaziel, Catalu?a tiene ahora un grado competencial de autogobierno que hubiese dejado estupefacto a Prat de la Riba. Es la Constituci¨®n de 1978, una pieza a abatir seg¨²n la CUP.
M¨¢s all¨¢ de esa foto borrosa de ahora mismo, la Catalu?a real, la perpleja ante lo que pasa, la temerosa de la inseguridad jur¨ªdica o de la marcha de empresas, o la expl¨ªcitamente reacia al independentismo, ocupa un lugar secundario, seg¨²n las apariencias. El futuro consiste en romper con estas apariencias, restablecer las normas del pluralismo y atajar una concatenaci¨®n de falsedades que llevan demasiado tiempo en vigor. Esa ser¨ªa la batalla de opini¨®n imprescindible desde hace a?os a pesar del bloqueo medi¨¢tico. Tardar¨¢ un tiempo en volver la normalidad del arbitraje y la transacci¨®n, con el conjunto de Espa?a y en la propia sociedad catalana. Tardar¨¢, pero no pocos consideran que la regresi¨®n no puede suplantar los fundamentos de la sociedad abierta y del orden constitucional. As¨ª ha ocurrido con el secesionismo en el Quebec, aunque las empresas que se fueron no regresan. Son ciclos tanto emocionales como de reactividad social. La independencia ha sido, para sectores de la sociedad catalana cada vez menos entusiastas, especialmente en las clases medias, una de aquellas grandes soluciones que o no solucionan nada o lo empeoran todo. En realidad, la consideraci¨®n de soluciones provendr¨¢ esencialmente del pluralismo cr¨ªtico. Es m¨¢s, para este empe?o ir¨ªa bien tener a mano una gran estrategia de Estado.
Llu¨ªs Llach, cuya canci¨®n L¡¯Estaca se coreaba en toda Espa?a en los ¨²ltimos d¨ªas del franquismo, como diputado auton¨®mico independentista ha dicho que quienes asistieron a la manifestaci¨®n antiindependentista del domingo 8 eran carro?a. Cuando la inflamaci¨®n del lenguaje llega a este punto, no hay matices posibles. Lo mismo ocurri¨® cuando se dijo que quienes no votaban en el refer¨¦ndum ilegal no eran dem¨®cratas. Consecuentemente, esa agresividad verbal va coincidiendo con un declive de la espiral del silencio. Al traspasarse todos los umbrales de verosimilitud y falacia, los catalanes que segu¨ªan el proceso desde sus casas con estupor y malestar van reaccionando abiertamente. Es un nuevo escenario pero seguimos en el desasosiego, la fragmentaci¨®n y el enfrentamiento larvado.
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