El desencanto de la verdad
Preferimos dar mayor credibilidad a quien vemos como nuestro igual que confiar en aquellos medios c¨®mplices de nuestras decepciones
Cuando el diccionario Oxford elev¨® ¡°posverdad¡± a la categor¨ªa de palabra internacional lo justific¨® por el aumento de su uso en un 2.000% en relaci¨®n al a?o anterior. Las campa?as del refer¨¦ndum del Brexit y de las elecciones de los Estados Unidos a la presidencia dispararon el uso del concepto. Una gran cantidad de falsas noticias, flagrantes mentiras y distorsiones de la realidad que empa?aron aquellos procesos hicieron que el neologismo se convirtiera lamentablemente en moneda de uso com¨²n. De eso hace un a?o. Solo un a?o.
No creo que en ese tiempo nadie haya podido llevar la cuenta de su crecimiento social. Ni de la pronunciaci¨®n del vocablo ni de la facilidad con la que hemos asimilado esa variedad del enga?o. Porque eso es la posverdad: una operaci¨®n de distracci¨®n p¨²blica basada en los m¨¦todos m¨¢s eficaces de la propaganda renacida que hacen creer que un hecho se ha producido de una determinada manera en absoluto parecida a como realmente fue. Es una especie de autoenga?o colectivo mucho m¨¢s confortable porque anula el matiz, niega la duda y facilita una opini¨®n. Por eso, a quienes lo desenmascaran se les tiene por enemigos y a quienes lo matizan por sospechosos. Y como concluye la fil¨®sofa Fina Birul¨¦s, si ya es dif¨ªcil que conozcamos los hechos, cuando ¨¦stos llegan ya no importan porque las din¨¢micas pol¨ªticas los convierten en irrelevantes.
Algo parecido a lo que responden los votantes de Trump cuando se les se?ala las incongruencias e incontinencias de su elegido. Un largo recorrido por cinco de los estados que le encumbraron hasta el Despacho Oval permite percatarse de lo bien trenzada que est¨¢ la comprensi¨®n de cualquier consideraci¨®n o decisi¨®n presidenciales. Frases memorizadas a modo de esl¨®ganes y repetidas a t¨ªtulo de letan¨ªa constituyen un cuerpo homog¨¦neo, compacto, inalterable e impermeable a la cr¨ªtica externa. Lo que dicen los medios ¡°liberales¡± es el infundio, replican, porque esos s¨ª que responden a los intereses del poder que est¨¢ viendo peligrar su monopolio. Y como la mejor defensa es el ataque, disparan sin piedad a quien se interponga porque, substituidos los hechos por las opiniones, ?qui¨¦n se niega en un Estado de derecho a concederle la libertad de opini¨®n a nadie? Es un juego perverso porque son quienes est¨¢n imbuidos de esta verdad mutante los que insisten en se?alar como miembro del sistema corrupto a quien difiera aunque, en apariencia, digan que respetan su discrepancia. Pero tambi¨¦n esta apariencia es falsa. Fuera de c¨¢mara emergen la intransigencia tan habitualmente denunciada por un micr¨®fono indiscreto y la intolerancia manifestada por un ataque de ira descontrolado.
La disputa es tan virulenta que ambas partes se revisten de patriotas. Y todos dicen dar buen ejemplo a las generaciones venideras de lo que significa Estados Unidos porque saben que lo necesitaran a causa de la pugna encarnizada. Y no son los seguidores de Trump, precisamente, quienes lo hagan en el sentido que Timothy Snyder defiende en su alegato sobre la tiran¨ªa. Ni los que mantienen alto el p¨¢lpito del Brexit, como se ha demostrado. Ni quienes optaron por Marine Le Pen en mayo pasado sin saberse necesariamente fascistas. Al contrario. Hay tambi¨¦n en la izquierda radicalizada europea la misma tendencia f¨¢cilmente tildada de populista a negar las realidades alternativas a las suyas. Y se percibe en algunos discursos independentistas catalanes porque el relato adaptado a cada situaci¨®n se elabora a partir de un mismo m¨¦todo: el que dictan las eficaces normas de la publicidad.
A eso dedic¨® Mark Thompson su libro Sin palabras. A describir la evoluci¨®n del lenguaje de la pol¨ªtica desde el d¨ªa en el que, cada uno por su cuenta, Reagan y Thatcher decidieron que m¨¢s les val¨ªa atender a los asesores que les instaban a se?alar las an¨¦cdotas para desplazar las categor¨ªas. Y hasta aqu¨ª hemos llegado. Hasta el momento en el que todo parece salir del dictado de aquel periodista manipulador que se negaba a permitir que una mala noticia le estropeara un buen titular.
Y como las redes sociales han potenciado al periodista que todos llevamos dentro, preferimos dar mayor credibilidad a quien vemos como nuestro igual que seguir confiando en aquellos medios c¨®mplices de nuestras decepciones. ¡°I don't believe in liberal media¡± (No creo en los media liberales) rezaba un llamativo adhesivo en la parte posterior de una furgoneta en Texas. No es extra?o pues, que Trump siga siendo su h¨¦roe. Ni que sigan construyendo el mundo a su medida. Ni que insistan en creer que la raz¨®n les acompa?a. Ni que su habilidad cruce fronteras y sus hechos alternativos ganen adeptos.
Al final, nada es tan nuevo como parece por nuevas que sean las apalabras que lo definan. Y es que, como confes¨® Jean-Paul Sartre, todos los so?adores corremos el riesgo de confundir el desencanto con la verdad.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.