Los cuentos sin ficci¨®n de Mart¨ªn Caparr¨®s
Malpaso recupera ¡®Larga distancia¡¯, las cr¨®nicas literarias que revitalizaron el g¨¦nero period¨ªstico hace 25 a?os
Larga distancia es un libro de cr¨®nicas que el periodista argentino Mart¨ªn Caparr¨®s escribi¨® hace 25 a?os y que, am¨¦n de cambiarle la vida, a su vez se la cambi¨® al g¨¦nero. Y eso tambi¨¦n tendr¨ªa su cr¨®nica: el aprendiz de fot¨®grafo y chico de los caf¨¦s de 16 a?os del diario Noticias escribi¨® su primera nota sobre el hallazgo de un alpinista en el Aconcagua titul¨¢ndolo Un pie congelado 12 a?os atr¨¢s. Aplicaba ya en 1973 t¨¦cnicas y estilo propios de la ficci¨®n a un periodismo cuya pluma, con intervalos, no retom¨® en serio hasta 1991, cuando desde el mensual P¨¢gina 30 regres¨® al entonces grado m¨¢s bajo del oficio: el de cronista. Al a?o de reunir unas cuantas, propuso recogerlas en forma de libro, lo que logr¨®, para vencer la reticencia del editor, tras ganar el premio internacional de periodismo Rey de Espa?a. As¨ª naci¨® Larga distancia y ah¨ª mut¨® tambi¨¦n la consideraci¨®n de la cr¨®nica, lo que explica su reedici¨®n, por vez primera fuera de Argentina, desde el sello Malpaso.
¡°Es el t¨ªtulo que lo provoc¨® todo, el que gener¨® la nueva cr¨®nica latinoamericana y su actual boom, dando relevo generacional a los Rodolfo Walsh, Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez o incluso Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez¡±, fija Jorge Carri¨®n, estudioso del tema y responsable de la colecci¨®n Lo Real, donde reaparece Larga distancia. ¡°La cr¨®nica tuvo un auge entre los 60 y principios de los 70 y cuando ya casi no se practicaba, salvo excepciones tipo Carlos Monsiv¨¢is o Elena Poniatowska, la propuesta quedaba como anticuada: ya impuesta la televisi¨®n, ir con una libretita tomando notas por el mundo y escribir largo de ese lugar parec¨ªa arcaico¡±, reflexiona hoy Caparr¨®s (Buenos Aires, 1957).
El volumen est¨¢ armado tambi¨¦n caparrosianamente: los recorridos que conforman Cr¨®nicas de fin de siglo (ep¨ªgrafe que llevaban en aquel suplemento del diario P¨¢gina 12) est¨¢n cruzados con textos m¨¢s breves, alguno incluso de corte ficcional, biograf¨ªas o reflexiones sobre el escribir o el viaje, ¡°cortinas narrativas¡±, las define su autor, como una que recrea un d¨ªa en la labor de alcahuete de Miguel de Cervantes (Don Miguel o el honor de la deshonra).
Vender la muerte del Che
Tras aquellos cortinajes, pues, deambula Caparr¨®s por Hong Kong durante tres semanas ¡°como alma en pena porque no pod¨ªamos hacer los reportajes pactados en esa China que apenas se empezaba a poder ir a ver entonces¡±; o va de excursi¨®n a una Bolivia que es la gran f¨¢brica mundial de la droga y en donde habla con ¡°un l¨ªder cocalero llamado Evo Morales¡± (con los a?os, presidente del pa¨ªs); o toma el pulso a la isla de Hait¨ª tras la ca¨ªda del dictador Duvalier, hablando entonces con el cura-presidente Aristide, ¡°que ten¨ªa encima de su mesa T¨¦cnicas de golpe de Estado, de Curzio Malaparte¡±.
Tambi¨¦n hay espacio para una elogiada entrevista con el escritor Malcom Lowry, como m¨ªnimo curiosa porque el autor de Bajo el volc¨¢n llevaba ya un tiempo muerto por entonces: ¡°La constru¨ª a partir de las cartas que se cruz¨® con su editor¡±; o para algo m¨¢s ¨ªntimo en lo profesional, como su visita a Lima en pos de Sendero Luminoso, nada muy extraordinario a no ser que coincida con una epidemia de c¨®lera y uno se crea ¡°psicol¨®gicamente intoxicado tras comer un ceviche¡±. El remate podr¨ªa ser una doble visita de nuevo a la Bolivia interior: una a Valle Grande, all¨ª donde lleg¨® el 9 de octubre de 1967 ¡°el cuerpo del Che Guevara atado a las patas de un helic¨®ptero¡±; otra, a La Higuera, donde el comandante fue cazado, rememorando un episodio que ya comercializan los campesinos que en su momento no quisieron ayudar al revolucionario.
Las historias (¡°quien mira mucho, ve¡±, resume Caparr¨®s) son el eje de un carrusel por el que giran mir¨ªadas de recursos: desde enumeraciones ca¨®ticas bien rematadas a personajes que debutan con una frase para ser presentados en p¨¢rrafos posteriores, pasando por un deslumbrante cat¨¢logo de met¨¢foras e im¨¢genes (¡°junto al ch¨®fer, un cartel dice que Jes¨²s dice yo soy el camino, y ¨¦l corre por las cornisas sinuosas como si el reino de los cielos estuviera asfaltado, con frenos que ya han demostrado su ate¨ªsmo¡±, describe un viaje en autob¨²s por un alto cerro boliviano). Y, claro, aderezado con los documentos y cifras que demanda todo ejercicio period¨ªstico, ¡°estad¨ªsticas que entran como s¨²bitos latigazos en las historias¡±, como describi¨® en un pr¨®logo para una edici¨®n argentina anterior Tom¨¢s Eloy Mart¨ªnez, su maestro. ¡°No he tocado ni una coma de la primera edici¨®n de un libro que me cambi¨® la vida bajo la premisa de que el periodismo puede estar tejido de literatura muy ambiciosa¡±, sostiene el autor.
¡°A los 25 a?os, el referente real ya no importa; lo importante es que el relato siga siendo legible; por eso quiero pensar que esos reportajes son hoy cuentos de no ficci¨®n¡±, dice Caparr¨®s, entonces palad¨ªn de algo decadente y hoy precursor de un g¨¦nero que quiz¨¢ sea la ¨²ltima salida del periodismo escrito. Otra cr¨®nica.
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